Categorías
El territorio La política Las citas

Agripa contra Corocotta. Origen y perduración del vascocantabrismo

El vascocantabrismo sigue vivo hoy en Euskadi, con diferentes denominaciones [1],[2],[3], pero no con menor vitalidad que hace cinco o seis siglos.

El vascocantabrismo adquirió gran auge en el País Vasco a partir del siglo XIV, aunque posiblemente su trasfondo ideológico y sentimental se remonte a tiempos más remotos  (J. Caro Baroja 1972R. Basurto Larrañaga 1986).

La teoría se resume en la idea de que los vascos nunca llegamos a ser sometidos por los romanos (ni tampoco antes por los celtas, ni luego por los godos, o los sarracenos…).

Julio Caro Baroja (1972:309), en su estudio sobre el historiador guipuzcoano Esteban de Garibay (1553-1600), hace hincapié en la importancia de «destacar la superioridad de los vascongados en el siglo XVI a través de una absoluta certeza sobre la pureza de sus orígenes«.

Jon Juaristi (1992), por su parte, en el ensayo Vestigios de Babel, en referencia al erudito lingüista y jurista vizcaíno Andrés de  Poza (1530-1595), también menciona este interés en la pugna de los vascos ilustrados por desbancar a los conversos judios de la administración de la Corona.

Más adelante, Caro Baroja (1972:351) asocia el vascocantabrismo con el vascoiberismo, definiendo ambas como las «ideas fuerza» de la historia vasca en el ensalzamiento de las libertades forales de los siglos XVIII y XIX.

Ese trasfondo ideológico y sentimental del vascocantabrismo es el que perdura en la actualidad, y no sólo entre nacionalistas vascos (moderados o viscerales).

Más técnicamente, Wikipedia lo define como

una distorsión histórica y geográfica de las Guerras Cántabras, basada en una glosa manuscrita que Cristóbal de Mieres, secretario de Lope García de Salazar (13991476), introdujo en una copia de 1491 de las Bienandanzas e fortunas.

Se atribuye al bachiller guipuzcoano Juan Martínez de Zaldivia la sistematización histórica del relato, a mediados del siglo XVI, haciendo a los vascones protagonistas de dichos episodios y, por ende, desplazando o ampliando el territorio cántabro hacia oriente.

Y es que hubo una diferencia fundamental en la actitud de vascos y cántabros frente Roma, que posiblemente explica la pervivencia del euskera hasta nuestros días.

Roma, de la mano de uno de sus generales más eficaces (Marco Vipsanio Agripa c. 63 a. C.12 a. C), sometió a los cántabros a un genocidio implacable. Tomamos estos fragmentos de Ramón Teja (1999) para ilustrarlo:

Agripa, que acababa de llevar a cabo una serie de operaciones militares en la Galia para establecer el orden y mejorar la administración de la nueva provincia, fue enviado al norte de Hispania con legionarios de refresco.

Su primera tarea fue restablecer la disciplina y elevar la moral de las legiones acampadas en la vecindad de los cántabros.

La belicosidad de los cántabros había hecho que los soldados romanos «les considerasen como casi invencibles» (Dión Casio). Y, en efecto, en los primeros enfrentamientos los cántabros llevaron la mejor parte.

Agripa actuó con dureza contra sus propios soldados. Así, por ejemplo, castigó duramente a la legión I Augusta suprimiéndola el honor de llevar el sobrenombre de Augusto.

Parece que estas medidas tuvieron efecto y una vez restablecida la disciplina, Agripa pasó al ataque. Los siguientes pasajes dan claras muestras de la contundencia con la que actuó el general romano. Narra Dión (LIV II, 5):

«Después de perder a muchos soldados […] exterminó a todos los enemigos en edad militar y al resto de la población les quitó las armas y les obligó a descender de los montes a la llanura».

La desigual lucha, de guerreros anónimos (sólo ha trascendido el nombre de un mítico bandolero cántabro llamado Corocotta ) contra legiones imperiales, llevó «el heroísmo de los vencidos y la crueldad de los vencedores» a oídos de la gran metrópoli:

Así Estrabón, un geógrafo de la época, recogió algunas noticias que debían correr de boca en boca por Roma o en alguna relación desconocida de la guerra sobre el heroísmo de los cántabros que sólo era comprensible para un romano de acuerdo con la imagen del salvaje incivilizado. Estrabón (III 4, 17):

«las madres mataban a sus hijos antes de permitir que cayesen en manos de sus enemigos. Un muchacho cuyos padres y hermanos habían sido hechos prisioneros y estaban atados, mató a todos por orden de su padre con un hierro del que se había apoderado. Una mujer mató a sus compañeras de prisión. Un prisionero que estaba entre guardianes embriagados se precipitó en la hoguera».

También se debe a Estrabón (III 4, 18) la imagen del «loco heroísmo» de quienes «habiendo sido crucificados, murieron entonando himnos de victoria«.

Por lo que sabemos de las fuentes clásicas, los vascos (caristios, várdulos, vascones o aquitanos) no sufrieran la misma suerte que sus vecinos cántabros, sino todo lo contrario. Abundantes evidencias apuntan a que tanto vascones como aquitanos salieron muy bien parados de su encuentro con Roma.

En distintos episodios de la ocupación romana del valle del Ebro los vascones son citados como depositarios del gobierno de las poblaciones y territorios recién conquistados:

No peor suerte debieron correr al sur de la Galia los aquitanos, vecinos de los vascones, que mantuvieron y ampliaron su territorio (desde Garona hasta el Loira) tras las Guerra de las Galias:

Under Augustus‘ Roman rule, since 27 BC the province of Aquitania was further stretched to the north till the River Loire, so including proper Gaul tribes along with old Aquitani south of the Garonne (cf. Novempopulania and Gascony) within the same region. In 392, the Roman imperial provinces were restructured and Aquitania Prima, Aquitania Secunda and Aquitania Tertia (or Novempopulania) were established in south-western Gaul (Wikipedia).

El destino posterior de los vascoaquitanos (o wascones) ha sido descrito por Besga Marroquín (1998:12-15) de la siguiente forma:

Una de las razones de la extraordinaria resitencia de Aquitania [frente a las invasiones francas del siglo VIII] se encuentra en la ayuda proporcionada por los wascones, principal fuerza militar del principado y fundamento esencial de su independencia.

La utilización de los wascones por la aristocracia romana de Aquitania de la misma manera que pretendió manejar antes a visigodos y francos, como defiende M. Rouche (1978:155-160, 358-361), confirma esta interpretación del papel de los vascones en esta época.

Los vascones seguían una tradición de servicio militar que se remontaba, al menos, a los tiempos finales de la República romana, que está bien atestiguada en el Alto Imperio, y que muy bien pudo haber continuado durante el Bajo Imperio.

Matiza Besga Marroquín la diferencia entre los dos términos wasco y vasco:

A lo largo de este estudio, utilizaré tanto la palabra wasco como la de vasco. Este discutible empleo se basa en el hecho de que las fuentes francas suelen utilizar el primer término y las hispanas el segundo; y en el deseo de introducir alguna distinción en el heterogéneo mundo que designaban esas palabras, pues en la documentación norpirenaica sirven para denominar a los vascones peninsulares, a los habitantes del País Vascofrancés, a las gentes del resto de Gascuña e, incluso, a los aquitanos.

Por ello, he utilizado el calificativo de wasco cuando me refiero al grupo citado por una fuente franca o las gentes del sudoeste francés, y el vasco para designar al conjunto del mundo vascón de entonces o los vascones de España.

La conclusión es que a diferencia de sus vecinos cántabros, celtíberos o galos, vascones y aquitanos, desde los primeros contactos con los ejércitos imperiales, colaboraron y prosperaron con Roma (véase el caso de los jinetes segienses Arbiscar, Bennabels, o Enneges ¿Eneko?).

Esta actitud (causada tal vez por la necesidad de defenderse ante pueblos vecinos superiores) fue con toda probabilidad una de las claves de  la subsistencia del euskera y de su expansión posterior, tras la caída del Imperio, a partir del siglo V y hasta por lo menos el siglo XII.

La pervivencia del vascocantabrismo en el affaire Iruña-Veleia

El sentimiento vascocantabrista que aún perdura en la sociedad vasca aflora de manera diferente, y en algunos casos con la visceralidad de quienes se creen en posesión de la verdad. Es el sentimiento que, en mi opinión, subyace al affaire Iruña-Veleia. De no haber mediado inscripciones en euskera, el affaire habría pasado prácticamente inadvertido ante la opinión pública vasca.

Pero no ha sido así y ríos de «tinta (digital)» corren por foros y wikis de Internet. ¡Habrá que encotrar algún método que nos permita optimizar el procesamiento de tantos datos históricos y tantas opiniones (viscerales y cabales)!

Referencias

  • Armando Besga Marroquín (1998). Las sumisiones wasconas de los años 766-769. Letras de Deusto 28, 81: 9-38
  • Julio Caro Baroja (1972). Los vascos y la historia a través de Garibay.
  • Jon Juaristi (1992). Vestigios de Babel. Para una arqueología de los nacionalismos españoles.
  • Carlos Ortiz de Urbina (1996). La arqueología en Álava en los siglos XVIII y XIX.
  • Ramón Teja (1999). Las guerras cántabras. Cántabros. La génesis de un pueblo.