Cantaber. Comentarios 2025.02

02/02/2025 a las 09:58

Como no podía ser de otra manera, la parte contratante euskaldún de la “etnia colonial” -híbrido conceptual que he acuñado para dar cuenta histórica de la concertación que establecieron dos concurrentes tan dispares como un conquistador y un conquistado- tuvo que pagar un precio a mayores en absoluto despreciable. Digo a mayores porque, si ya era doblemente oneroso tener que dejar el camino expedito al invasor y asumir el pago de impuestos, aún le quedaba a la colectividad pastoril la ardua tarea de lidiar con el acoso plurisecular que una civilización tan potente y omnipresente como la romana habría de ejercer sobre el espacio cispirenaico occidental.

Y así ocurrió, en efecto. El territorio étnico euskaldún tuvo que soportar -cuando menos- tres grandes impactos sectoriales: de un lado, una relevante aculturación de los corredores intermontanos, tanto internos (andén atlántico, travesía del Velate, surco de Roncesvalles) como colaterales (barranca de la Sakana y del Arakil, cuenca de Pamplona y canal de Berdún); de otro lado, una significativa devaluación del “saltus” noroccidental por intromisión de las actividades económicas emprendidas por romanos o romanizados, ya de carácter extractivo (minas de Aiako Harria y Lantz, campañas de deforestación, diversas canteras), ya de tipo mercantil (hacia la cuenca del Adour, sobre todo); finalmente, un constante e inquietante efecto llamada del factor urbano sobre la población montana, bien desde las “stationes” viarias, bien desde las “civitates” cercanas.

¿Qué razón última impidió, sin embargo, que la todopoderosa parte contratante romana de la “etnia colonial” engullera por completo a la recatada parte contratante euskaldún, cuando sabemos que tarde o temprano el estado universal terminó por devorar a todos y por todas partes? ¿En virtud de qué circunstancias resistió la lengua vernácula al acoso del latín en los valles navarros que centran nuestra atención? Variaciones ambas -como se ve- sobre una misma y sola pregunta del millón: ¿por qué?

En todo caso, ya conocemos la mitad de la respuesta: ello fue así porque ni los romanos ni los pastores deshonraron los compromisos asumidos en la entente originaria y porque no surgieron motivos de fricción entre ellos en los quinientos años siguientes. Ahora bien, esta respuesta parcial, vinculada a la honorabilidad, también había presidido otros conciertos de similar tenor en el mundo romano y, sin embargo, el desenlace final siempre fue el mismo: la ruina de la etnia local. ¿Por qué aquí no?

02/02/2025 a las 10:01

A nuestro parecer, el argumento que falta para completar la respuesta a tan capital pregunta se encuentra encriptado en la estructura organizativa del pastoralismo, tanto de época aborigen (1.800/cambio de era) como de época colonial (cambio de era/mediados del primer milenio d. C.). Para comenzar a perfilar el argumento que falta, creemos importante responder a una pregunta de este tenor: ¿cuántos ingredientes culturales del bronce atlántico, de los campos de urnas, del vaso campaniforme, de la lengua indoeuropea, del urbanismo, del poblamiento castral y de la epigrafía romana se han localizado a día de hoy en el espacio de implantación del megalitismo navarro?

Aunque aparezcan en el futuro más marcadores de dicha naturaleza y procedencia, como seguramente ocurrirá, el mesurado conjunto de hallazgos contabilizados en el ámbito ganadero hasta nuestros días permite ya concluir que el pastoralismo euskaldún se comportó siempre como un contumaz promotor de cordones sanitarios frente a terceros concurrentes. Seguramente porque le bastaba con lo que tenía para conseguir lo que más anhelaba: la supervivencia de sus gentes.

En congruencia con todo esto, puestos a buscar en qué parajes concretos se pudo ocultar la lengua vernácula para escapar de la quema romana, debemos empezar por especular que fue allí donde apenas se localizan restos coloniales. La fiabilidad de esta estrategia cobra aún más fuerza al saber con absoluta certeza que en los tres escenarios en que se ha registrado una importante implantación de lápidas mortuorias de tradición romana -Lugdunum Convenarum, Tierras Altas de Soria y ciertos enclaves llaneros del valle del Ebro- el latín terminó por arrastrar al euskara a la inanición y a la extinción.

Aún con el principio de incertidumbre a cuestas, mientras no avancen las investigaciones arqueológicas, proponemos rastrear la supervivencia del euskara en aquel entorno megalítico donde no entraron las lápidas de referencia, es decir, en aquellos parajes en que los euskaldunes socialmente cualificados se encontraban vacunados contra los cantos de sirena foráneos y -en concreto- contra el abandono de sus prácticas funerarias inmemoriales por el modelo lapidario importado por Roma.

Como enseguida tendremos oportunidad de comprobar, la organización del pastoreo en comunidades de valle desde finales de la Iª Edad del Hierro no sólo levantó su propio cortafuegos contra terceros sino que blindó a sus líderes contra tamañas veleidades.

02/02/2025 a las 10:09

Para valorar mi propuesta explicativa en general y la concerniente a la “etnia germinal” en particular, es preciso tener en cuenta algunas premisas: concibo la historia como la ciencia de la supervivencia humana, utilizo el método hipotético-deductivo y empleo como teoría general el materialismo histórico ajustado a la percepción de que la condición humana es una entidad lastrada de origen por cuatro vulnerabilidades amenazadoras: la necesidad de alimentarse, la exigencia de reproducirse, la obligación de encontrar defensa física y la urgencia de dotarse de amparo anímico. Para combatir dichas vulnerabilidades, los propios humanos han creado -con mayor o menor éxito- mecanismos correctores: los modos de producción. Con este bagaje teórico-metodológico a cuestas, no cabe ni tan siquiera atisbar la posibilidad de que “mis” euskaldunes hayan podido encontrarse alguna vez desorganizados, lo ponga en duda el posmodernismo historiográfico o su porquero.

Para explicar el devenir de la “etnia germinal” me he remontado desde un pasado lejano hacia un pasado remoto. En concreto, desde mediados del Calcolítico -momento en que el entorno pirenaico occidental se encontraba diferenciado en dos paisajes socioeconómicos excluyentes entre sí: el pastoralismo de los altos, denotado por los megalitos, y el agrarismo de los bajos, denotado por los últimos campos de hoyos y por los primeros castros- hasta mediados del sexto milenio antes de Cristo, cuando comenzó la neolitización, proceso de origen foráneo.

Para una aproximación rápida a la compleja problemática del punto de partida basta con leer a Gaska y a Olalde y para tener una cierta idea del término de llegada es suficiente con tener a mano los mapas elaborados por Peñalver y colegas sobre los megalitos y los castros, cuyas representaciones plásticas poseen la singularidad de yuxtaponerse sin interferirse mutuamente.

Entre ambos extremos históricos, he tratado de explicar por qué la neolitización desembocó en dos paisajes sociales tan distintos. Y he construido un relato que se sustenta en conocimientos, evidencias, dudas y disquisiciones ecogeográficas, medioambientales, arqueológicas, etnográficas, bibliográficas, comportamentales, paleolingüísticas, etc., etc. Nada distinto a lo que otros han hecho para conocer la evolución de los colectivos humanos de los Alpes, los Apeninos, los Cárpatos, los Balcanes, el Cáucaso, etc., etc.

A la deriva entre ambos extremos y a la trama organizativa creada por los pirenaicos occidentales durante la misma para combatir sus vulnerabilidades y conseguir sobrevivir es a lo que denomino “etnia germinal”. Como es habitual en historiografía para épocas tan remotas tiene tanto de hipótesis como de fundamentación empírica.

12/02/2025 a las 14:14

Para que no parezca que hablo por hablar al rememorar el importante papel que habrían de jugar las “comunidades de valle” en la continuidad del mundo euskaldún en época romana, incluida la lengua, quiero volver a subrayar con contundencia que -aún con la miseria de su parquedad a cuestas- la información que nos han librado los geógrafos e historiadores grecorromanos y nos proporcionan con no poca parsimonia las ciencias y técnicas auxiliares de la historia permite reconstruir mal que bien el contexto ecogeográfico y medioambiental en que se desenvolvían los vascones, iacetanos, airenosinos, andosinos y cerretanos en torno al cambio de era. Aunque en diferente medida, estas gentes estaban implicadas en alguno de los rasgos siguientes:

• Desarrollaban su existencia en entornos apartados y, en general, no removidos ni violentados antes de la llegada de los romanos, concurridos por megalitos de primera generación desde la Edad del Bronce (2200 – 900 a. C.) y de segunda generación desde la Edad del Hierro (900 – cambio de era) según lo rubrica la cartografía histórica

• Por habitar el “saltus” -espacio montano “ubi silvae et pastiones sunt”-, subsistían en mayor o menor medida del pastoreo. Al decir de Estrabón, los cerretanos eran expertos criadores de cerdos y Livio calificaba a los iacetanos de asilvestrados.

• El ámbito de supervivencia se ajustaba prioritariamente a valles y depresiones interiores. El alineamiento de los megalitos de primera generación en las divisorias de aguas rubricaba la separación de los valles entre sí y los de segunda generación denotaban las cabeceras donde se encuadraban los pastizales de altura. Estrabón notifica que los cerretanos se acogían a valles perfectamente habitables.

• Como ya se ha expuesto en otras entradas de este mismo blog, todas estas gentes, salvo los cerretanos, habían experimentado en la Edad del Bronce (2200 – 900 a. C.) el impacto expansivo del pastoralismo euskaldún, materializado con la finalidad de rebajar la presión demográfica que generaba su desarrollo interno. Se concretó en una trashumancia sin retorno, que provocó la “euskaldunización temprana” de los ambientes montanos situados a levante del Somport. Según San Isidoro, una fracción de dichos trashumantes sería bajada del Pirineo central por Pompeyo en la década de los setenta del siglo I a. C. para repoblar Lugdunum Convenarum.

12/02/2025 a las 14:15

Aún con los limitados datos de que disponemos al día de hoy se pueden igualmente reconstruir algunos rasgos básicos del andamiaje organizativo que ponían a contribución los vascones, iacetanos, airenosinos, andosinos y cerretanos hacia el cambio de Era para sacar adelante la supervivencia, módulo cuya génesis se remontaba a medio milenio antes. Bien que en diferente medida, todos ellos compartían algunos de estos aspectos esenciales:

• En un santuario pastoril tan extenso -inficionado en distintos grados por el euskara a través de la “euskaldunización temprana” arriba aludida- se detectaban dos ambientes culturales diferentes y disimétricos: uno occidental (integrado por los vascones) y otro centro-oriental (conformado por los iacetanos, airenosinos, andosinos y cerretanos), que se distinguían entre sí por su lengua (el euskara en aquéllos y el ibero en éstos) y por su estadio evolutivo: los vascones eran pastores puros, predominantemente ágrafos y en general desconocedores del régimen castral y los demás estaban relativamente implicados en el pastoralismo, contaban con escritura propia y los bajos de sus valles se encontraban incipientemente concurridos por castros.

• También existían diferencias culturales de grado en el seno de las etnias de referencia, de tal manera que los tramos vallejeros medio-altos desarrollaban un régimen de vida más arcaizante por habitar nichos más elevados y aislados, en tanto que los tramos bajos -es decir, el segmento más abierto de cada valle- estaban algo más influidos por el superior nivel cultural que habían alcanzado para esas fechas las cubetas interiores: a occidente, la depresión vasca y, al sur, la Sakana, el Arakil, la cuenca de Pamplona y la Canal de Berdún. Como bien sabemos, la generalidad de estas etnias había evolucionado significativamente desde finales de la Iª Edad del Hierro (circa 450 a. C.) y daba la impresión de que las que hablaban ibero lo habían hecho en la línea de los iacetanos, que, a la llegada de los romanos, contaban ya en el bajo valle pirenaico del Aragón con un “oppidum” capitalino, aceptablemente pertrechado para protegerles.

• Dado que las etnias de referencia se disponían a adoptar decisiones muy comprometidas ante la presencia de Roma, no cabe sino asumir que estaban organizadas y confiaban en sus potencialidades. Lo demuestran tanto la iniciativa de enfrentarse militarmente a la potencia colonial -caso de cerretanos y iacetanos- o la de concertarse diplomáticamente con ella -caso de los vascones, airenosinos y andosinos- como el uso de códigos identificativos mediante enseñas, que no sólo servían para alinearles en los combates y distinguirles del enemigo sino para proclamar su personalidad institucional, como lo hicieron los iacetanos y los suessetanos.

13/02/2025 a las 08:41

En fin, como ya hemos adelantado repetidamente en este blog, el pastoralismo trasterminante fue el módulo de subsistencia arbitrado por los euskaldunes ante la debacle que experimentó el modelo de trashumancia concertado con los iberos cantabrienses, arruinado por el potente salto desarrollista que dieron los cerealicultores llaneros. Obligados a replegarse sobre las anfractuosidades, los pastores cispirenaicos encontraron el modo de salir adelante en un formato productivo que exigía una extrema adaptación a los marcos vallejeros.

• El secreto del éxito del nuevo régimen residía prioritariamente en el mejor disfrute posible de los pastizales de altura, que, por su localización en el espinazo pirenaico, condicionaban tanto la gestión interna de cada valle como las relaciones con los valles circunvecinos, anclados en una u otra vertiente. El aprovechamiento de los altos obligaba a negociar con todos, circunstancia que solía desembocar en la concertación de pactos de defensa mutua y de apoyo en las adversidades.

• La regulación del aprovechamiento de los pastizales de altura condicionaba de raíz el andamiaje económico, social e institucional de cada valle. Conseguir una adecuada atención alimentaria de los animales durante las veranadas suponía garantizar la supervivencia de las colectividades. Tamaña dependencia marcaba a sangre y fuego la actividad de las comunidades vallejeras, pues implicaba -entre otras actuaciones- la determinación de los gañanes encargados de vigilar los rebaños, del momento de la subida y de la bajada, de los corredores de circulación para no dañar otros recursos, de los derechos de participación y de las condiciones de exclusión, de la concertación con terceros y de la elección de los representantes comunitarios responsables de hacer cumplir la normas reguladoras, que, por lo general se transmitían por vía oral en la lengua vernácula dominante.

• La concertación de los euskaldunes con los romanos fue determinante al respecto porque comportaba el reconocimiento oficial por parte de éstos de un régimen organizativo que tenía siglos a sus espaldas, aceptando, entre otras, la capacidad de los individuos elegidos por los naturales para hacer cumplir las normas comunitarias. Estas autoridades pastoriles en cuanto que gestoras de la tradición y de las disposiciones ancestrales se convirtieron en interlocutoras oficiales y garantes ante la potencia colonial tanto del pago de los tributos como del comportamiento de los trasterminantes. Y lo continuaron siendo cuando, algo más adelante, Pompeyo y el propio Augusto determinaron el papel geoestratégico que le competía representar a la gran barrera pirenaica dentro del sistema de “defensa adelantada” o “defensa en profundidad” que habían arbitrado para proteger a la capital del Tíber.

• Como hemos comprobado, los geógrafos e historiadores grecorromanos denotan la existencia de comunidades de valle en el ámbito pirenaico euskaldún hacia el cambio de Era y la lógica interna y la historia comparada permite inferir que su régimen organizativo -además de mantener a distancia mediante pactos a los romanos y a otros concurrentes comarcanos- estimulaba la existencia de autoridades nativas que debían su prevalencia social a la comunidades que les elegían y al exquisito cumplimiento de unas normas de gestión que se formulaban y transmitían de generación en generación exclusivamente a través de su lengua inmemorial: el euskara. Este fue y no otro el cortafuegos que blindó a los líderes pastoralistas contra la veleidad de abandonar sus ritos funerarios ancestrales para echarse en manos de los que representaban las lápidas de los romanos, claudicación que abría paso franco a su romanización personal y familiar y a la del resto del poblado agropecuario. He ahí la respuesta a la pregunta del millón.