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Sale del horno el homenaje a José Ignacio Hualde

Entrevista a José Ignacio Hualde en XV años del Programa de Lingüística Centroamericana (PROLINCA), 22, 23 y 24 de junio de 2022.

Llevábamos meses, muchos meses, esperando la publicación del número especial de ASJU 57 (2023) dedicado al excepcional lingüista navarro José Ignacio Hualde (👉 Illinois experts), que acaba de jubilarse. Un pedazo ejemplar, con la participación de más de 70 colaboradores (entre quienes tenemos el honor de hallarnos). En los próximos días iré ampliando esta entrada, pero la publico ya para animar la lectura (son más de cincuenta aportaciones) y abrir así cuanto antes el debate.

Apenas he tenido tiempo de hojear tan siquiera un puñado de trabajos, pero adelanto mi satisfación de por fin poder referirme en público a uno que llegó a mis manos en forma de borrador hará tres años y que tiene múchisimo que aportar a este foro. Lo siento, no soy imparcial, estoy devorando Akitaniera, Euskara Batu Zaharra eta euskararen biziraupena. Zer gertatu zen “mende ilunetan”? (Aquitano, vasco común antiguo y la pervivencia del euskera. (¿Qué sucedió en los «siglos oscuros»?) [PDF]. El autor parte del esquema de Hualde (2015) para tratar de entender qué sucedió en la historia externa de la lengua entre los siglos I a VI.

Es 15 de febrero y creo que merece la pena completar esta entrada con algunos datos aportados por Joseba Lakarra sobre el homenajeado en un prefacio publicado en euskera e inglés, lo cual nos brinda la oportunidad de reseñarlos en Trifinium en español.

Pronto se cumplirán cuatro décadas de la primera contribución de José Ignacio Hualde a la revista ASJU (Anuario del Seminario de Filología Vasca «Julio de Urquijo» 20, 1986, 867-896) : ‘Tone and accent in Basque: a introduction’. Desde entonces ha seguido ahondando en diversos aspectos de la fonología vasca (en particular, en los sistemas prosódicos de los dialectos vascos y del vasco antiguo […] En uno de sus primeros trabajos dirigió su atención al pidgin vasco-islandés. En otro posterior a un sistema prosódico deducible de los datos aportados por Manuel Larramendi en el siglo XVIII. Dos monografías tempranas fueron The Basque dialect of Lekeitio (1994) —con la ayuda de Gorka y Arantzazu Elordieta— y Euskararen azentuerak (1997), en los que describió los sistemas prosódicos de dialectos y variedades del euskera.

José Ignacio Hualde ha colaborado además como autor y editor en Generative studies in Basque linguistics (con Jon Ortiz de Urbina, 1993), Towards a history of the Basque language (con Joseba Lakarra y Larry Trask, 1995), o A grammar of Basque (2003, con Ortiz de Urbina). Ha participado en innumerables congresos, jornadas y simposios en el País Vasco y en el resto del mundo, así como en homenajes a diversos vascólogos (Michelena, De Rijk, Trask, Oihartzabal, Sarasola, Aurrekoetxea, Gorrochategui, Gaminde, Oñederra, Zuazo). Además ha rendido homenaje a destacados vascólogos recuperando textos olvidados o poco conocidos (vg. Michelena y Jacobsen).

La otra gran área de especialidad de José Ignacio Hualde contempla la fonología y lingüística romances, especialmente centrada en el español, en la que destacan The sounds of Spanish, Introducción a la Lingüística Hispánica o Handbook of Hispanic Linguistics. Sus trabajos sobre la sílaba, el acento y la entonación en español han conseguido un extraordinario eco entre los especialistas, así como sus investigaciones sobre la lenición consonántica en español y en otras lenguas romances. La formación de José Ignacio en lingüística general le permitió también dirigir su atención a otras lenguas, incluidas las lenguas bantúes, como nos recuerda Larry Hyman (cf. los trabajos de Hualde sobre las construcciones de doble objeto en Kirimi y Kinande en 1989).

Sus aportaciones al conocimiento de otras lenguas se han reflejado en asociaciones innovadoras, como la similitud prosódica entre el japonés de Tokio y las variedades de euskera del norte de Bizkaia, en cuanto a su naturaleza tonal-accentual y la existencia de palabras acentuadas y no acentuadas, en lo que es una sorprendente coincidencia tipológica.

(resumen del prefacio de Joseba Lakarra)

El prestigio de Hualde en el plano internacional lo refrendan las aportaciones de un nutrido grupo de especialistas internacionales en los dos volúmenes del homenaje: Diana Archangeli, Douglas Pulleyblank, Laura Colantoni, Sonia Colina, Carolina González, Christine Weissglass, Carlos Gussenhoven, Hans Henrich Hock, Larry M. Hyman, Fernando Martínez-Gil, Manuel Pérez Saldanya, Pilar Prieto, Olga Kushch , Joan Borràs-Comes, Daria Gluhareva, Carmen Pérez-Vidal, Marta Ramírez, Miquel Simonet, Tomas Riad, Mahir Şaul, Yaru Wu, Ioana Chitoran, Ioana Vasilescu, Martine Adda-Decker, Lori Lamel.

Desde Trifinium le deseamos muchos y muy fecundos años de aportaciones al conocimiento de la historia de la lengua vasca y del contacto con sus vecinas romances.

35 respuestas a «Sale del horno el homenaje a José Ignacio Hualde»

Sin duda un homenaje muy merecido, me uno desde aquí a las felicitaciones, y por si nos lee, le envío un saludo montañero. El volumen promete, parece que nos va a dar trabajo para días, incluso si nos limitamos solo a los temas que aquí se debaten.

Txillardegik jarri gintuen gutako asko Jose Ignacio Hualderen arrastoan, eta hark ere bihotzez zorionduko zukeen. Txitean-pitean goraipatzen zuen Hualderen dohaina, iluntasunean galduta zebiltzan euskalariei bidea argitzeko. Behin baino gehiagotan gertatu baitzen. Kasu horietako baten berri eman zigun “Lingua navarrorum” liburuan:

“Jose Ignazio Hualde ‘nafartar amerikano’ hizkuntzalari zorrotzak bizkaieraren gorabeherak [azentuerari lotuak] garbiki ulertu eta azaldu zituen arte, eta dagozkien lekuan kokatu arte, itota ibili gara euskaltzaleok; saltsa hartan zer pentsa eta nora jo ez genekielarik”.

Totalmente de acuerdo, Orkeikelaur. Es increíble el legado que por ahora J. I. Hualde nos ha dejado, desde la fonética hasta la dialectogía. Esperemos que nos siga dando nuevas sorpresas reveladoras. Aún estoy abrumado por su trabajo en colaboración con Manterola: Old Basque had */χ/, not /h/. Supone una revolución para el entendimiento de las haches patrimoniales, elemento fundamental del paleoeuskera.

Buenas, acabo de leerme el artículo, y tengo que decir que me ha decepcionado, entre otras cosas porque mezclan churras con merinas, en este caso la h en gascón, y los autores (en este caso Manterola) consideran de este origen palabras vascas como eme o eztei. Y como ya es habitual en la vascología académica, no hay ninguna referencia al trabajo de Martinet (1955) sobre el origen de la «aspiración».

Una muestra de que para la vascología académica no existe nada entre el latín (clásico) y las lenguas romances actuales es la siguiente cita (p. 443): «To give an example, among the variants of the word for ‘fig’ in Basque, we find the western form iko (in addition to expected biku ~ piku < Lat ficu(s)). Modern Spanish has higo /ígo/. The western Basque word must have been borrowed from Spanish in early medieval times, before the voicing of intervocalic /-k-/ was phonologized in Spanish; at a time, thus, when the initial aspiration must have been still pronounced in Spanish: /híko/.»

Si cambiamos «Spanish» por «early Romance» y nos acordamos de topónimos como Apodaka, con pérdida de la oclusiva inicial, tal vez nos daremos cuenta de por dónde pega el aire.

Después de leer a nuestro anfitrión Joseba en esta publicación, tengo que matizar mi afirmación, ya que él usa el término «latín local», lo cual ya es un avance sobre el panorama general al que me refería anteriormente.

Con respecto a este trabajo, tengo que hacer una crítica respecto al sufijo topómico -ain, propio del área vascoparlante oriental pero también de otros territorios pirenaicos de habla romance. Joseba, siguiendo a otros autores, propone una derivación de un sufijo ad hoc *-aneu- con yod, lo cual es del todo innecesario.

Para empezar, resulta que en el mismo euskera existen palabras como p.ej. el suletino k(h)obáñ, khogáñ < latín vulgar *cofanu (cfr. castellano cuévano, catalán cove, etc.) ~ clásico cophinus con el mismo tratamiento a partir del sufijo -anu-, que contrasta con el de la zona occidental (cfr. vizcaíno abao, abau).

Tal vez tengas razón, Octavià, pero yo me remito al trabajo de dos especialistas,

Matías Múgica (2018) y Fernando González Ollé (2019) concluyen, de manera independiente, que -áin solo se explica mediante la postulación de un estrato intermedio de romance navarro […] [Ambos consideran] que las terminaciones en -áin necesitan de una fase románica con nasal palatalizada, -áñ, que se despalataliza posteriormente.

Es bastante significativo que de manera independiente estos dos autores hayan llegado a la misma conclusión. He consultado en el OEH y encuentro un montón de variantes para kofoin ‘colmena, cavidad, tolva’:

kofau (Lar, H, A; kofaue SP), kofoi, kofon, kofun, kojoin (B), kobain (S; H (S); kh- Gèze (-añ), Dv, H (S)), kofain, kafano (SP (que cita a O), Chaho), kogan (kh- S), kuhau (BN-bard; Dv, H), kufau (H), kopoi (H)

Dan la etimología de lat. cophinus; cf. cast. cuévano. Vista esa variedad, con tantas formas en -oi, -oin, -ain, no veo que suponga un inconveniente al planteamiento que reseño. No veo obvio que provenga de lat. vulgar *cofanu, habiendo tanto en occitano como en catalán la forma cofin ‘cesta’.

Joseba, el castellano cuévano y demás formas vienen de *cofanu, no de cophinus, que a su vez es un préstamo del griego kophinós. Pero esto tiene poco que ver con el hecho que el euskera tiene palabras acabadas en nasal palatal como p.ej. arrain que no tienen nada que ver con el romance.

Me refería a que en euskera hay palabras acabadas en -Vin que debían tener una nasal palatal final, como p.ej. arrain, oin, que no tienen nada que ver con el romance, y por tanto, no se pueden adscribir a éste.

A mi modo de ver, si hoy día encontramos el sufijo topónimo -ain en zonas de habla romance, eso quiere decir que antiguamente fueran euskaldunas. Por contraste, en la zona occidental encontramos el sufijo -ano (> euskera -ao), que demuestra la presencia del romance antes de la llegada del euskera.

Eso quiere decir que a partir de un momento de su evolución fonética, interviene el euskera. Pero lo normal es que en el origen de su formación esté la lengua a la que pertenece su sufijo derivacional, y esto vale lo mismo para el alavés -an-u/a que para el navarro -an-i o -aneu (no es fácil aclarar la cuestión, pero todos los analistas coinciden en que, sea lo que sea, es una sufijación latina, y con función deantroponímica). Y además se combina con nombres (nomina o cognomina) latinos bien atestiguados en la epigrafía altoimperial de Navarra o del entorno, como Aemilius > Amaláin, Terentius > Gerendiáin (se documenta Derendiain), Marcellus > Markaláin, Placidus > Lakidáin, Sempronius > Zemboráin, Paternus > Paternáin, Valerius > Ballariáin.

Aparte que en Navarra, aunque menos, también hay -anu, y al menos los de la cuenca de Pamplona tienen el mismo tratamiento que en Álava: Flavius > Labiano / esk. Labio (al lado de Irulegi), Undiano / eusk. Undio, Aemilius > Amillano, Valerius > Arellano.

Más tarde, entra el euskera, que se trae su propio sufijo deantroponímico de Aquitania, esto es -o(t)z, y forma antrotopónimos con éste pero adoptando también el latino. Y las propias bases de estos topónimos -unos y otros- nos dicen cómo se llamaban estos individuos procedentes de Aquitania: Aho(i)ztar > Uztarroz, Oro > Oro(n)(o)z, Ilurdo > Ilurdo(t)z, *Ilundo > Ilundáin, Berhatz > Berasáin, *Senito > Setoain (se atestigua Seitoain), *Buruto > Burutáin, GardeLe > Gardaláin, GenduLe > Genduláin. En mi opinión, también había bastantes Andotz-es entre ellos, pero sería tema aparte del sufijo -ain.

Mikel: claro que el origen último es latino, pero en mi opinión, en realidad no se trataría de dos sufijos diferentes, sino de resultados divergentes a partir de -anu. Y como he dicho antes, el euskera tiene otras palabras con nasal palatal final que no provienen del latín-romance.

¿-ain, -añ procedente de -anu? ¿De dónde sale una nasal palatal a partir de -anu? Aparte que, insisto, en Navarra tenemos también -ano / eusk. –(a)o, que viene como en Álava de lat. -anu. Luego el sufijo -ain, -añ procede de otra cosa. Por otra parte, no entiendo muy bien a dónde quieres llegar con lo de arrain, pero en las zonas donde se encuentran la inmensa mayoría de topónimos en -ain (Navarra y Gipuzkoa oriental), no existe arrain, arrañ, sino arrai (todas las variantes son resoluciones de un *arrani). Ahí reside precisamente la dificultad de postular un *-ani como origen del sufijo toponímico.

Mikel: «¿-ain, -añ procedente de -anu? ¿De dónde sale una nasal palatal a partir de -anu?» Ahí tienes k(h)obáñ, khogáñ, kobain, kofoin a partir de *cofanu.

Octavià, eso ocurre en suletino y sólo en suletino (y si es que viene sul. khobañ de *kobanu y no de *kobane), y la inmensa mayoría de topónimos en –ain aparecen en Navarra, Álava y Gipuzkoa. Te adjunto lo que dice Mitxelena en FHV, 152 sobre los desarrollos de -anu, y con esto cambio y cierro. No tengo día para enredarme en octaviàríos (*).

(e) En b.-nav. y lab. parecen haberse dado ambos resultados, -au y -aun, con extensión no determinada. Leic. tiene vilaun, contrapuesto a noble; Oih. bilaun (Prov. 867, 496 y 688), pero Sauguis 21 vilau: en sul. se esperaría *biláñ, que no acierto a documentar. En frases negativas, garauik (garabik) es ‘nada’, lit. ‘ni grano’, ocurre en Oih., Pouv., etc. En Ax. 35 se lee kofau ‘colmena’ (cofauean barrena, en inesivo, de donde Pouv. dedujo equivocadamente el nom. sing. erle cofauea), sul. khobañ (Geze), khogáñ (Larrasquet). Con todo, la variante suletina podría también venir de *-áne, pues se observan otros cambios en la terminación de esta palabra: kofoin (que Pouv. toma de Etcheberri el de Cihoure), a.-nav. erlekofoin, erlekojoin, lab. (Harriet, Haran., etc.) kofoiñ ‘colmena’. Etcheberri, el de Sara, tiene escolau ‘escolar’, pero Harriet escolaun y ermitaun ‘ermitaño’. En un caso la distribución espacial de las variantes es totalmente desusada: a.-nav. guipo arraun ‘remo’, b.-nav. !ab. ronco (Azkue), sul. (Geze) arrau, nomo sing. arraua, arraba (Pouv., Harriet, Haran., quien explica arraua por arrauna).

Markos Zapiain, adi goi-nafarrerazko aldaerari: erlekojoin… ‘erlearen barrabila’!!

(*) Octaviàrío: irrupción inopinada en algún blog relacionado con la vascología, generalmente acompañada o introducida por algún latiguillo fustigador contra el establishment académico, por medio de la cual se defiende taxativamente alguna idea extravagante pero inédita, novedosa e incluso revolucionaria, basándose en algún dato recóndito en el que nadie salvo Octavià había reparado.

Copio de González Ollé 2019 los motivos por los que descarta la derivación a partir del sufijo latino -anus:

La exposición de Michelena incurre, a mi entender, en una evidente inconsecuencia (con pronta y extendida repercusión en investigaciones ajenas) al aplicar el modelo (“genitivo Aemilii”) descrito por Piel: la exigencia del genitivo adnominal posesivo, el requerido sintácticamente por el nombre propio del poseedor (y no por el de su derivado adjetival), ha sido desplazada hasta el genitivo del adjetivo deantroponímico. Así se observa, por ejemplo, cuando Michelena propone el étimo de Amalain: el genitivo Aemili ha sido suplantado, como base derivativa, por el “genitivo latino -ani”, correspondiente a Aemiliani, es decir, el “derivado adjetival” del nombre personal del propietario, mediante el sufijo -anus. Del mismo modo procede Michelena con los demás topónimos: Emeritani, para Amatr(i)ain; Asteriani, para Astrain; etc. En conclusión, Michelena funde en uno solo —si entiendo bien— dos procesos alternativos: genitivo adnominal del nombre personal (nomen) del propietario, o derivado adjetival (cognomen) desde él, mediante -anus. Tal fusión conduce a una secuencia agramatical, inviable, por tanto, como punto de partida. Queda patente que, según las pautas propuestas, resultan secuencias válidas, perfectamente gramaticales, tanto fundus Centulli como fundus Centullianus, pero no *fundus Centulliani. (González Ollé 2019:286)

Y añade

Más. No se ve cómo el étimo propuesto, -ani, evolucione a -áin, se lea como se lea. Así lo ha ratificado puntualmente, como luego expongo, Salaberri, con superior competencia a la mía. A su vez, en romance, -ani hubiera abocado a an(e). (González Ollé 2019:287)

Pero tras reseñar los sucesivos intentos de Salaberri dedicados a analizar el origen de -ain, concluye que no queda resuelto:

Según anticipé, sopesadas las graves anomalías de varias fases del proceso, Salaberri pone en entredicho la validez del planteamiento de Michelena. Ni -anus, ni -ani (genitivo o nominativo) se justifican, sea en vascuence o en romance. Subsiste el problema. (González Ollé 2019:289)

Es por esto que propone como solución alternativa el sufijo -aneus.

Mikel: Yo que tanto te gustan los mitxelenarios (citas textuales de alguna obra suya más vieja que Matusalén), por qué no buscas lo que dice en Apellidos vascos sobre Madina y nos divertimos un rato.

TXILLARDEGIREN OMENALDIA

Iñaki Gaminderen “Bizkaieraren azentu-moldeez” liburuari Txillardegik egin zion hitzaurrearen zati luze bat da Jose Ignazio Hualderen laudorio eta gorespen eder bat. Hauxe idatzi zuen Txillardegik:

“Azkueren oharrak, guztiz zorrotzak eta egiazkoak Lekeitioko euskarari dagokionez, arrotz zitzaizkidan erabat. Beti pentsatu izan dut Bizkaiko kostaldeko euskara, adibidez, Barkoxekoa baino aisa bitxiagoa dela.

Eta Hualde eta Gaminderen lanak ezaguturik, areago!

Ez genuen datu akustiko fidagarririk. Eta gure aurrekoek «Fonetika» hitza erabiltzen zutenean ere, «Fonologia» adierazi nahi izaten zuten eskuarki.

Bazterretxea «Oskillaso»ren lana izan bide zen funtsezkoa Hualde gure nafartar ikertzailearen jabekuntzan; nirean ere funtsezkoa izan zen bezalaxe. «Belarri fina» zeukan Oskillasok, dudarik ez. Gernikako euskarari buruz ziona sinesgarria zen, hau ere ziur.

Baina azterketa akustikoen hutsunea nabaritzen genuen.

Eta horretan geundelarik, Jose Ignazio Hualderen lan miresgarriak ezagutzen hasi ginen. Lehendabizikoak («Tone and Stress in Basque: a Preliminary study»; ASJU, XX-3, 1986; 867-896) zauskada gaitza lortu zuen euskalarien artean. Egia aitortu behar badut: ez genuen sinesten. Sinets ezina zitzaigun Hualdek esaten ziguna: Euskal Herriaren barruan, are gehiago: Bizkaiaren barruan, bazeudela azentu-mota zeharo desberdinak!

Eta Hualde Ameriketan bizi zenez, «teorikeria» horietako baten aurrean ote ginen bururatu zitzaigun. Hauxe da egia. Nik neuk, bederen, datu akustikoak eskatzen nituen. Azkueri berari, azentuari buruzko iritziak, Azkuek berak «goitik behera asmatuak» izan zirela leporatzen bazioten… Zer ez genion guk egotziko, Nafarroatik, eta jatorrizko Erronkari eskualdetik, aspaldixko hartan joana zen Hualde izeneko gazte ezezagun hari?

Urteak joan urteak jin, datu akustiko fidagarriak etorri dira, baita ugaldu ere; eta azterketa akustikoak egiteko tresna eta ikerbide informatikoak azaldu dira. Eta horretara, denborak eman digun distantzia emanda, geure irizpidea landu eta zehaztu dugu.

Gaur badakigu Hualde benetako profeta izan dela; eta Azkue eta
Oskillaso benetako aitzindariak izan zirela. Eta esan egin behar dela.
Ondoko urteetan finduz joan den ikerketa lana zabalduz, Hualdek bi azentu-mota desberdin aurkitu zituen euskararen barruan: «tonala» bata, Bizkaian lehenengo hurbilketan; eta «intentsitatezkoa» bestea, gainerako eskualdeetan. Gailurrik gabea; eta gailurtzailea.

Hori guztiz sinesgaitza zitzaigun. «Nola izan daiteke? —galdetzen genuen geure artean— horren kilometro gutxitan bi sistema arrunt desberdin egotea? Nola uler daiteke, ausarkiago esanda, Bizkaiko kostaldean atxiki duten azentu-moldea, Japongo hizkeraren anaia bikia izatea? Nola izan daiteke Europan (Baltikoa salbu, eta ez osoki) erabat ezezaguna den doinu-azentua, Bermeo inguruan bizirik egotea?».

Galdera horiek, jakina, hor daude tinko. Uste genuen baino askoz bitxiagoa da bizkaiera; kostaldekoa batez ere. Nolatan?

Jose Ignazio Hualde ausartu zen galdera hauek plazaratzen. Euskal Herri osoan azentu-molde bakar bat dagoela zalantzan ipintzen; eta are azalpen diakroniko posible bat ere eskaini zuen. Euskalariok, ni barne, sinetsi ezin.

1988an bere Tesia eskaini zigun Hualdek: A Lexical Phonology of Basque (U.S.C., 1988). Eta han, nahiz datu gutxirekin, 1986an urratutako bide ausartari eutsi zion. Tesiaren 6. kapituluak («Suprasegmentals», 237. orr. eta hurr.) bide beretik jo zuen. Eta genuen hutsunea berriro azpimarratu: «The instrumental analysis of the different prosodic systems found in Basque can potentially shed much light» (295); edota: «perceptual differences which should be instrumentally verifiable» (297).

Kanpo-lanari ekin zion Hualdek berak, Ajangizko, Gernikako eta Kortezubiko lekuko fidagarrien bidez. Bitxikeria franko topatu zuen: «intxaurra» markatua da leku batean, handik hamar kilometrotara ez da (gauza berbera seinalatu zuen Kandido Izagirrek Antzuolako eta Arantzazuko hitz markatuen zerrendak alderatzean); azentuketa desberdina silababakarretan… zortzi bat kilometrotara… […]

1990ean argitaratu zen Tesiak irmo agertzen zituen Hualderen ideiak. Informazioa ugaldu eta tinkotu ahala, gure nafartarra ere seguruago.

Funtsean, egia esan behar da, xuxen ikusi zuen arazoa hasieratik, 1986tik beretik.

Aita Prudenzio Hualde erronkariarrak, Bonaparteren laguntzaile hizkera hartaz, irribarrez ikus lezake bere biloba gaztearen ekarpena…

Etengabe eta nekagaitz, lan bikainak eskaini dizkio Hualdek Euskal Herriari Kaliforniatik eta Illinoistik.

Azkenekoa, bikaina, Ahoskera Batuari buruzkoa”.

Para que no parezca que hablo por hablar al rememorar el importante papel que habrían de jugar las “comunidades de valle” en la continuidad del mundo euskaldún en época romana, incluida la lengua, quiero volver a subrayar con contundencia que -aún con la miseria de su parquedad a cuestas- la información que nos han librado los geógrafos e historiadores grecorromanos y nos proporcionan con no poca parsimonia las ciencias y técnicas auxiliares de la historia permite reconstruir mal que bien el contexto ecogeográfico y medioambiental en que se desenvolvían los vascones, iacetanos, airenosinos, andosinos y cerretanos en torno al cambio de era. Aunque en diferente medida, estas gentes estaban implicadas en alguno de los rasgos siguientes:

• Desarrollaban su existencia en entornos apartados y, en general, no removidos ni violentados antes de la llegada de los romanos, concurridos por megalitos de primera generación desde la Edad del Bronce (2200 – 900 a. C.) y de segunda generación desde la Edad del Hierro (900 – cambio de era) según lo rubrica la cartografía histórica

• Por habitar el “saltus” -espacio montano “ubi silvae et pastiones sunt”-, subsistían en mayor o menor medida del pastoreo. Al decir de Estrabón, los cerretanos eran expertos criadores de cerdos y Livio calificaba a los iacetanos de asilvestrados.

• El ámbito de supervivencia se ajustaba prioritariamente a valles y depresiones interiores. El alineamiento de los megalitos de primera generación en las divisorias de aguas rubricaba la separación de los valles entre sí y los de segunda generación denotaban las cabeceras donde se encuadraban los pastizales de altura. Estrabón notifica que los cerretanos se acogían a valles perfectamente habitables.

• Como ya se ha expuesto en otras entradas de este mismo blog, todas estas gentes, salvo los cerretanos, habían experimentado en la Edad del Bronce (2200 – 900 a. C.) el impacto expansivo del pastoralismo euskaldún, materializado con la finalidad de rebajar la presión demográfica que generaba su desarrollo interno. Se concretó en una trashumancia sin retorno, que provocó la “euskaldunización temprana” de los ambientes montanos situados a levante del Somport. Según San Isidoro, una fracción de dichos trashumantes sería bajada del Pirineo central por Pompeyo en la década de los setenta del siglo I a. C. para repoblar Lugdunum Convenarum.

Aún con los limitados datos de que disponemos al día de hoy se pueden igualmente reconstruir algunos rasgos básicos del andamiaje organizativo que ponían a contribución los vascones, iacetanos, airenosinos, andosinos y cerretanos hacia el cambio de Era para sacar adelante la supervivencia, módulo cuya génesis se remontaba a medio milenio antes. Bien que en diferente medida, todos ellos compartían algunos de estos aspectos esenciales:

• En un santuario pastoril tan extenso -inficionado en distintos grados por el euskara a través de la “euskaldunización temprana” arriba aludida- se detectaban dos ambientes culturales diferentes y disimétricos: uno occidental (integrado por los vascones) y otro centro-oriental (conformado por los iacetanos, airenosinos, andosinos y cerretanos), que se distinguían entre sí por su lengua (el euskara en aquéllos y el ibero en éstos) y por su estadio evolutivo: los vascones eran pastores puros, predominantemente ágrafos y en general desconocedores del régimen castral y los demás estaban relativamente implicados en el pastoralismo, contaban con escritura propia y los bajos de sus valles se encontraban incipientemente concurridos por castros.

• También existían diferencias culturales de grado en el seno de las etnias de referencia, de tal manera que los tramos vallejeros medio-altos desarrollaban un régimen de vida más arcaizante por habitar nichos más elevados y aislados, en tanto que los tramos bajos -es decir, el segmento más abierto de cada valle- estaban algo más influidos por el superior nivel cultural que habían alcanzado para esas fechas las cubetas interiores: a occidente, la depresión vasca y, al sur, la Sakana, el Arakil, la cuenca de Pamplona y la Canal de Berdún. Como bien sabemos, la generalidad de estas etnias había evolucionado significativamente desde finales de la Iª Edad del Hierro (circa 450 a. C.) y daba la impresión de que las que hablaban ibero lo habían hecho en la línea de los iacetanos, que, a la llegada de los romanos, contaban ya en el bajo valle pirenaico del Aragón con un “oppidum” capitalino, aceptablemente pertrechado para protegerles.

• Dado que las etnias de referencia se disponían a adoptar decisiones muy comprometidas ante la presencia de Roma, no cabe sino asumir que estaban organizadas y confiaban en sus potencialidades. Lo demuestran tanto la iniciativa de enfrentarse militarmente a la potencia colonial -caso de cerretanos y iacetanos- o la de concertarse diplomáticamente con ella -caso de los vascones, airenosinos y andosinos- como el uso de códigos identificativos mediante enseñas, que no sólo servían para alinearles en los combates y distinguirles del enemigo sino para proclamar su personalidad institucional, como lo hicieron los iacetanos y los suessetanos.

En fin, como ya hemos adelantado repetidamente en este blog, el pastoralismo trasterminante fue el módulo de subsistencia arbitrado por los euskaldunes ante la debacle que experimentó el modelo de trashumancia concertado con los iberos cantabrienses, arruinado por el potente salto desarrollista que dieron los cerealicultores llaneros. Obligados a replegarse sobre las anfractuosidades, los pastores cispirenaicos encontraron el modo de salir adelante en un formato productivo que exigía una extrema adaptación a los marcos vallejeros.

• El secreto del éxito del nuevo régimen residía prioritariamente en el mejor disfrute posible de los pastizales de altura, que, por su localización en el espinazo pirenaico, condicionaban tanto la gestión interna de cada valle como las relaciones con los valles circunvecinos, anclados en una u otra vertiente. El aprovechamiento de los altos obligaba a negociar con todos, circunstancia que solía desembocar en la concertación de pactos de defensa mutua y de apoyo en las adversidades.

• La regulación del aprovechamiento de los pastizales de altura condicionaba de raíz el andamiaje económico, social e institucional de cada valle. Conseguir una adecuada atención alimentaria de los animales durante las veranadas suponía garantizar la supervivencia de las colectividades. Tamaña dependencia marcaba a sangre y fuego la actividad de las comunidades vallejeras, pues implicaba -entre otras actuaciones- la determinación de los gañanes encargados de vigilar los rebaños, del momento de la subida y de la bajada, de los corredores de circulación para no dañar otros recursos, de los derechos de participación y de las condiciones de exclusión, de la concertación con terceros y de la elección de los representantes comunitarios responsables de hacer cumplir la normas reguladoras, que, por lo general se transmitían por vía oral en la lengua vernácula dominante.

• La concertación de los euskaldunes con los romanos fue determinante al respecto porque comportaba el reconocimiento oficial por parte de éstos de un régimen organizativo que tenía siglos a sus espaldas, aceptando, entre otras, la capacidad de los individuos elegidos por los naturales para hacer cumplir las normas comunitarias. Estas autoridades pastoriles en cuanto que gestoras de la tradición y de las disposiciones ancestrales se convirtieron en interlocutoras oficiales y garantes ante la potencia colonial tanto del pago de los tributos como del comportamiento de los trasterminantes. Y lo continuaron siendo cuando, algo más adelante, Pompeyo y el propio Augusto determinaron el papel geoestratégico que le competía representar a la gran barrera pirenaica dentro del sistema de “defensa adelantada” o “defensa en profundidad” que habían arbitrado para proteger a la capital del Tíber.

• Como hemos comprobado, los geógrafos e historiadores grecorromanos denotan la existencia de comunidades de valle en el ámbito pirenaico euskaldún hacia el cambio de Era y la lógica interna y la historia comparada permite inferir que su régimen organizativo -además de mantener a distancia mediante pactos a los romanos y a otros concurrentes comarcanos- estimulaba la existencia de autoridades nativas que debían su prevalencia social a la comunidades que les elegían y al exquisito cumplimiento de unas normas de gestión que se formulaban y transmitían de generación en generación exclusivamente a través de su lengua inmemorial: el euskara. Este fue y no otro el cortafuegos que blindó a los líderes pastoralistas contra la veleidad de abandonar sus ritos funerarios ancestrales para echarse en manos de los que representaban las lápidas de los romanos, claudicación que abría paso franco a su romanización personal y familiar y a la del resto del poblado agropecuario. He ahí la respuesta a la pregunta del millón.

En respuesta al último comentario de Joseba: la solución de González Ollé puede ser muy correcta fonéticamente, pero siempre me ha parecido muy forzada históricamente: que el sufijo -aneus haya tenido semejante éxito en territorio vascón me parece absolutamente increible, cuando lo normal, lo que se usa en toponimia con seguridad, es -ana (Montañana) o -anus (Cornellà). Tiene que ser -anus o -ana, sí o sí, y en esa zona yo creo que ha de ser -ana, porque es lo que hay en el cercano Aragón, y porque a -anus no veo cómo encontrarle una palatal, pues González Ollé tiene razón en que no es posible el genitivo -ani. En cambio, una ligera elevación de la -a final ya nos daría la palatal que necesitamos. Solo es una sugerencia, pero me parece preferible asumir que la explicación fonética falla porque se nos escapa algo, que arreglarlo a martillazos con un -aneus indocumentado que yo sepa en la toponimia deantroponímica, al menos hispánica.

Con relación a la hipótesis expuesta en el trabajo de Gorrochategui: oTiŕtan=Olerda=Irulegi

No sé si el topónimo Olerda, y los elementos combinados que sustentan el fin propositivo, sugerirían un atisbo inopinado de vascoiberismo rampante del autor; quizás habría quien me pudiera corregir el supuesto caso.

Diría que la última parte de la ecuación no la propone Gorrochategui, al menos explícitamente. Es decir, sí que viene a decir que Osserda/Olerda sería el nombre del lugar, pero no afirma que de ahí se derive el topónimo Irulegui. Tampoco creo que eso implique en absoluto vascoiberismo. Por ejemplo Javier de Hoz, poco sospechoso de vascoiberismo, dedicó parte de su ponencia del IX Coloquio (Barcelona 2004) a defender la posibilidad de relacionar ibérico iltiŕ con vasco hiri, sin que implicara parentesco genético, pues se trata de un término cultural.

Quería notar que Olerda e Irulegi serían el mismo lugar, no que éste derive de aquel como sí sería Olerda de oTiŕtan.

No me parece el mismo nivel de comparación iltiŕ e hiri. La comparación la establecería entre Ilerda y Olerda: si Irulegi sería Olerda en I a. C., entonces parece que tendría una denominación netamente ibérica en el corazón del territorio mas supuestamente vascónico.

Pero Gorrotxategi dice que Olerda fuese Irulegi? Yo creo que simplemente dice que esa palabra podría ser un topónimo (de dónde sea, por lo que sea), no que fuera el nombre de ese lugar.

Nik ere hori (zuk diozuna) ulertu nion. Izan genuen mintegi modukoan, diot. Bertsio idatzia ez dut irakurri.

Gorrochategui:

No debe sorprender que el nombre oTiŕta, entendido como Os(s)erda o bien, como propongo, Ol(l)erda, no hubiera dejado testimonio en las fuentes clásicas posteriores, ya que los topónimos vascones transmitidos por las fuentes clásicas, desde Plinio el Viejo hasta Ptolomeo y los itinerarios, hacen referencia a poblaciones fundadas bajo la administración romana, como Pompaelo, o a aquellas que teniendo un origen anterior continuaron existiendo en época romana, como Cara o Andelo. De todos los topónimos vascones conocidos por fuentes clásicas, solo hay unos pocos cuya identificación es aún desconocida, como Biturris, aunque por los itinerarios estaba situada entre Alfaro y Pamplona, o como Nemanturista. Por otro lado, la arqueología ha desvelado la existencia de ciudades altoimperiales de importancia, como la localizada en Santa Criz (Eslava), que quizá portara alguno de los nombres no identificados.

Más interés tiene saber si algunas de las emisiones monetales vasconas, aún no asignadas, pudo haber sido producida en el castro de Irulegi, lo cual confirmaría o refutaría la idea de que Osserda – Olerda fuera el nombre del castro.

El hecho de que no se comprenda la inscripción ni favorece ni desfavorece, en principio, la idea de que en el texto se mencione la propia población. Puede parecer expletivo, pero no se puede descartar que el lugar donde se realiza una determinada acción, como una ofrenda, se mencione expresamente.

Vale, pues en el texto Gorrochategui dice eso, sin duda. Si fuera así, se daría una paradoja. El topónimo en sí parecería más iberoide que paleoeuskérico (se parecería mucho a iltir’ta, Ilerda), pero el mero hecho de ser un topónimo le daría una cualidad exclusivamente paleoeuskérica, la -n de inesivo, favoreciendo una filoeuskeridad de la gramática del texto (posibilidad que ya mencioné yo en mi contribución al dosier).

Otra paradoja sería que se necesitara un signo T, teórico marcador de un sonido paleoeuskérico ausente en ibérico (sea cual sea su valor), para reproducir un topónimo que como decimos más bien parece ibérico.

En cuanto a los valores de T, yo a Gorrochategui le entendí (aunque no puedo asegurar que dijera esto, y creo que no lo ha puesto por escrito) que podría tratarse incluso de la misma iltir’ta, Ilerda, haciendo el texto referencia a algo que ocurriera allí (pero con gramática «vascona» autóctona, de ahí -n). O incluso a una ciudad homónima (sea la misma Irulegi o no), igualmente con el formante ilti- ‘ciudad’ inicial. Para el baile de vocales iniciales, puede pensarse también en lo que ocurre en Iluro(ne) > Oloron (creo que también dijo esto, si no lo he soñado). Ahora bien, esto implicaría un valor de T como L fortis, en contra del valor asignado por Orduña a uTanbaate, cuya correspondencia con Uxama-ate, con T = tz, es ciertamente muy convincente.

Digo todo esto sin haber leído aún el artículo de Gorrochategui.

Sí, tienes razón. Aprovecho para decir que la hipótesis del topónimo en inesivo tiene el problema de que se basa en que hay interpunción después de la -n, pues sin ella una segmentación en ese lugar se vuelve bastante arbitraria. Y para mí seis puntos en un texto punteado son una línea, no una interpunción. En textos esgrafiados el número de puntos puede ser muy variable, pero en los puntillados rarísima vez pasan de dos, tres ya es multitud, y de hecho de tres solo he podido encontrar uno. La razón es evidente.

Por una vez, coincido con Lakarra en que el formante ibérico ildiŕ, ildi- no se corresponde con el euskera hiri/(h)uri,
ni fonéticamente (ya mencionado por Gorrotxategi) ni tampoco semánticamente (por razones que no voy a desarrollar aquí). Y obviamente, oTiŕtan se parece a Irulegi como un huevo a una castaña.

Una pregunta a los entendidos, para el supuesto de que ese OTIRTAN sea un topónimo en inesivo: ¿podría tener algo que ver oT-irtan con los recurrentes OTs en topónimia? Se me ocurren: OTSango, OTsondo, OTsoportillo, OTsabide – OSabide, sierra OSA – OTSA, OTsagabia, OTsaldea, OSaportu…
Incluso OLTZate, OLTZarte…
La relación humana con lobos y loberas habrá dado origen a algunos topónimos pero siempre me ha sorprendido esta abundancia de OTS en nuestra toponimia, algunos no parecen relacionados con tierra de lobos; los topónimos con OTS- que conozco siempre tiene relación, eso sí, con alturas montañosas… ¿Quizás algo que ver con Oto? Otero? > Alto?.

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