Cantaber. Comentarios 2024.09

01/09/2024 a las 16:40

Dado que he utilizado en este apartado del blog la noción ecogeográfica de “depresión vasca”, he de precisarle a javierPH (30/08/2024, a las 11:44) -que ha tenido a bien ponderar su empleo- que la utilizan los geógrafos para denotar la flexión que experimenta en el País Vasco la línea de cumbres entre los sistemas cantábrico y pirenaico, tal y como lo pone de manifiesto el perfil actual del espinazo montano.

02/09/2024 a las 08:32

Sabemos a través de San Isidoro que, en la densificación poblacional de Lugdunum Convennarum, intervinieron pastores vascones que habitaban las serranías pirenaicas. San Jerónimo señala que también participaron vetones, arévacos y celtíberos prosertorianos. Del apelativo Lugdunum deducimos con buena lógica que los primitivos habitantes del dicho oppidum eran galos. En fin, dado que la epigrafía prueba que, a renglón seguido de la densificación, se hablaba euskara en el territorium de referencia -que no pudo ser aportado por los nativos, que hablaban galo, ni tampoco por los prosertorianos, que hablaban celtíbero-, cabe inferir razonablemente que lo trajeron consigo los pastores vascones.

Sabemos por la epigrafía que en las Tierras Altas se Soria se hablaba euskara y que las lapidas representan más que nada animales. Sabemos, también, a través de la arqueología que en el pasado hubo movimientos de pastores entre la Cordillera Cantábrica y la Cordillera Ibérica, certificados por los megalitos. Por lo demás, podemos deducir con buena lógica que ni la lengua ni la actividad económica de dichas gentes en los altos de la Ibérica tenían mucho que ver con la civitas de Calagurris, porque las entidades urbanas llaneras promueven siempre agropecuarismo y rara vez pastoralismo. Otra cosa es que se sirvan de él. A nuestro entender, este caso permite intuir -con no poco fundamento lógico- que los euskaldunes que poblaban las Tierras Altas eran vascones y que habían llegado a dichas latitudes por su condición de pastores.

Sabemos por el documentalismo que el territorio de los Andosinos se extendía desde ciertas tierras bajas hasta las cumbres de los Pirineos, al igual que el de los vascones y iacetanos. Sabemos por la onomástica que en los altos circularon con cierto vigor algunas voces del euskara, altos que disponían de pastizales que sustentaban ganados. Nuestra impresión -ni inferencia razonable, ni intuición fundamentada- es que, en algún pasado relativamente remoto, los euskaldunes se movieron por las tierras altas de los andosinos en calidad de pastores trashumantes y que eran vascones de nación.

Hemos conseguido constatar a través de la metodología histórica y de la lingüística que el pastoreo fue una actividad preferencial de los vascones euskaldunes tanto en tiempos remotos, probablemente tardoneolíticos (Andorra y Tierras Altas), como en tiempos relativamente cercanos, protorromanos (en torno a Saint Bertrand de Comminges). Siempre, como es de rigor, en espacios de montaña, pero siempre también en fase terminal por el rudo acoso del latín. Como felizmente el euskara ha perdurado hasta nuestros días ¿deberíamos buscar la razón de su continuidad en algún residual rincón montaraz de dedicación pastoril?

02/09/2024 a las 20:14

Para cerrar mi intervención sobre Calagurris y los pastores de las Tierras Altas, realizaré dos apostillas más. En primer lugar, que la presencia de vascones euskaldunes en la Cordillera Ibérica ha sido recurrente en la historia, ya que, al movimiento de pastores desde Álava hacia las serranías sorianas, certificado por los megalitos, hay que sumar la muy potente colonización que emprendieron en ellas los campesinos agropecuarios de Álava desde finales del siglo VIII/principios del siglo IX. En ambos casos se trataba de gentes que, sobrantes en el norte, buscaban un porvenir en la zona.

En segundo lugar -y sin menospreciar para nada la posibilidad de una trasterminancia llano/montaña, aunque la estime improbable en este caso-, me resulta realmente difícil aceptar que, en caso de muerte, un habitante de los llanos decidiera enterrarse en las serranías bajo la estela correspondiente. Un comportamiento así sería más congruente con unos pastores venidos de otras latitudes, que vivían y morían en el escenario que les garantizaba la supervivencia. Lo que sí me parece claro es que la elaboración de lápidas mortuorias probaría que la romanización/latinización de dichos pastores estaba ya en marcha.

03/09/2024 a las 19:38

Una vez expuesto lo que considero científicamente defendible sobre los vascones y el euskera -su lengua vernácula- en los episodios históricos de los Convene, las Tierras Altas de Soria y el territorio de los Andosinos, paso a exponer lo que pienso sobre los vascones como etnia.

Si se define una etnia como aquella entidad organizativa humana cuyos elementos constitutivos son “un nombre propio, un mito de origen, una historia y una cultura compartida, una asociación con un territorio específico y un sentido de solidaridad colectiva”, la realidad vigente entre los vascones tan solo mantenía de todo aquello a la llegada de los romanos el nombre propio. El resto había desaparecido hacía mucho tiempo, cuando la evolución interna de dichas gentes a partir del Bronce Final rompió para siempre la unidad y la unanimidad étnica. Solo el nombre quedaba. Todo lo demás había sido aventado desde la Iª Edad del Hierro (750-350 a. C.). Había habido, sí, una etnia de los vascones -es decir, una forma de organización de la supervivencia que cabe denominar así- pero ya no la había.

Lo que encontraron los romanos cuando avistaron el 295/294 a. C. a dichas gentes era, más bien, un mundo dicotómico. De tal manera era así que los conquistadores tuvieron que apresurarse a buscar en su experiencia vital y en su lengua términos apropiados para caracterizarle. Y los encontraron en voces como “ager” y “saltus”, que expresaban -como entre los latinos de Italia- la existencia de dos ecosistemas de supervivencia radicalmente diferentes entre sí: en las tierras altas, los pastores montanos euskoparlantes, y en las tierras medias y bajas, los llaneros cerealicultores hablantes del ibero y del celtíbero. Aquél era un mundo prácticamente sin urbanismo y con un estilo de vida a ras de suelo. Éste, un amplio escenario masivamente evolucionado hacia el urbanismo, el campesinado, la fiscalidad, las instituciones, el agropecuarismo, la familia nuclear, el asamblearismo, etc., etc.

Esto es lo que considero científicamente defendible: que los romanos se encontraron un mundo de esa naturaleza y que -sobre esa realidad y en función de sus intereses- construyeron no una «etnia étnica» sino una «etnia colonial». Eran tan distintas entre sí que, para que algo les diera una mínima continuidad, decidieron mantener el nombre «barskunes» transponiéndole casi sin más al latín. Los romanos ni tan siquiera aportaron el apelativo, que probablemente procedía de la voz acuñada por los celtíberos del Ebro para denominar a sus convecinos del norte.

05/09/2024 a las 19:51

En el mismo tono interpretativo de mi última aproximación, relacionada con el contenido del concepto de etnia vascona, me gustaría traer a colación la serie relacional “serranías/pastores/euskara/vascones” que nos ha deparado el conocimiento de los episodios históricos acaecidos en Lugdunum Convenarum, en las Tierras Altas de Soria y en Andorra. Bien es verdad que el cuarto elemento de la serie –‘vascones’- es especulativo en relación con Andorra y que se discute si en las Tierras Altas de Soria dicho apelativo es de procedencia pirenaica, vía trashumancia (según mi versión), o calagurritana, vía trasterminancia (según otra opinión). Me parece, en todo caso, probada con suficiente fuerza empírica la serie completa en el episodio de los Convene.

En mi opinión, se trata de una serie susceptible de profundización científica si se la analiza en correlación con las pautas de distribución geográfica de los monumentos en piedra que denominamos megalitos, menhires y cromlechs, fósiles-guía inapreciables e imprescindibles, al decir de los prehistoriadores, para el estudio del pastoralismo. Es bien sabido que se trata de un conjunto de más de 1500 unidades inventariadas a día de hoy -un tercio de las cuales se localizan en la vertiente continental y dos tercios en la peninsular- fechadas entre 1200-600 a. C. y prorrateadas según un gradiente distributivo que va desde una muy potente concentración entre el golfo de Vizcaya (río Leizarán) y el Somport hasta una presencia crecientemente clareada entre el Somport y Andorra. A tenor de los términos de este prorrateo, al ulterior espacio montano vascón de época romana -el saltus propiamente dicho, entre Oiasso/Leizarán y el Gallicus flumen- le habría correspondido bastante más que la parte del león.

A partir de aquí y con carácter eminentemente interpretativo podemos proponer una evolución de tales gentes desde poco antes del primer milenio de nuestra era en los siguientes términos: desde el hogar genuino que representaba el saltus, el pastoralismo vascón se expandió por el espinazo del Pirineo por vía de trashumancia latitudinal y longitudinal, aunque, como es fácil de imaginar, su presencia y su lengua no pudieron por menos que adoptar una modalidad de avance tanto más tenue cuanto más avanzaban hacia levante, hacia Andorra.

Contra esa realidad actuarían con el tiempo los indoeuropeos y los romanos. Estos últimos hicieron desparecer la huella de dichas gentes en Andorra con facilidad por su inconsistencia objetiva y en los parajes a oriente del Somport por la densificación poblacional de los Convene que promovió el general Pompeyo. El ámbito montano vascón, genuinamente euskaldún, comenzaba a achicarse a una velocidad directamente proporcional al vigor con que se imponía en la montaña el latín colonial.

En todo caso, en los buenos viejos tiempos del esplendor del pastoralismo, los euskaldunes del saltus aún habían conseguido extender su campo de acción -aunque por tiempo cierto y con un destino aciago- remitiendo excedentes pastoriles a las Tierras Altas por vía de trashumancia.

07/09/2024 a las 20:24

Parece meridianamente claro que a principios del siglo V Calagurris era todavía una de las grandes aglomeraciones urbanas del valle del Ebro.

Respecto de los textos que Arandio trae a colación, sugiero que ambos hacen referencia exclusivamente al segmento llanero, no euskaldún, del espacio vascón, al “ager” propiamente dicho. El primero notifica que lo surcaba el río Ebro y que su curso separaba -como aún lo hace hoy en día- a Calahorra de Roma.

El segundo certifica dos cosas: que en otro tiempo el “ager” había sido parte fundamental de una “gentilitas” -es decir, de una etnia propiamente tal- y que para esas fechas ya se encontraba ampliamente penetrado por el cristianismo, como lo prueba el hecho de que contaba con mártires y, muy probablemente, con una sede episcopal.

08/09/2024 a las 09:14

Ni se me ha pasado por la cabeza insinuar que Calagurris no fuera vascona, ni que no fuera percibida como tal por sus líderes a comienzos del siglo V. No tengo la más mínima duda de que, por estar integrada en el “ager vasconum”, Calahorra era una civitas de genética vascona, tanto si la encuadramos en la “etnia étnica” (aborigen) como de la “etnia colonial” (romana). Este es un tema en el que no he entrado intencionadamente y no lo voy a hacer porque me faltan datos y no he llegado al nivel de teorización deseable.

Como no puede ser de otra manera, acepto que son discutibles mis interpretaciones sobre “gentilitas” y sobre “vascones”, pues las he ofrecido a los lectores de este blog como sugerencias, pero, ni de lejos, creo que las propuestas de Sayas y Mañaricúa sean menos discutibles que las mías.

Yo parto de la percepción de que hubo en su día a caballo del Pirineo occidental y de las llanadas que desembocaban en el Ebro una etnia vascona, una “gentilitas” -es decir, una modalidad de organización de la supervivencia sustentada en relaciones de parentesco, tanto real como ficticio-, cuyos integrantes se denominaban “barskunes/vascones” no por ellos mismos sino por observantes externos, tal vez desde el siglo VI a . C. y muy probablemente por los celtíberos del Ebro medio.

Los textos que estamos manejando ahora mismo, de cronología relativamente tardía, señalan -a mi parecer- que a los habitantes de la fracción llanera -“ager”- del espacio que ocupaba esa “etnia/gentilitas” les competía perfectamente la denominación de vascones y que -siendo paganos en su día, como correspondía a los integrantes de una “gentilitas”-, ya no solo no lo eran en las fechas de referencia sino que incluso estaban preparados para alcanzar el martirio.

09/09/2024 a las 06:51

Para transmitir los conocimientos a que he llegado en mis investigaciones como historiador sobre los vascones y el euskara, propongo el siguiente flash, simplificado al extremo:

• Durante parte del Calcolítico y la Edad del Bronce los pastores de las tierras altas del Pirineo occidental y los cerealicultores de las tierras medias y bajas del valle del Ebro aunaron esfuerzos para solucionar problemas de subsistencia, dando lugar a una determinada forma de organización para la supervivencia ahormada por el parentesco, al igual natural que artificial. Es a eso -y sólo a eso- a lo que cabe denominar una etnia con precisión científica y técnica.

• Se trataba de una alianza de conveniencia y era relativamente frágil, integrada por gentes diferentes, pero acuciadas por la necesidad de arroparse para sobrevivir. Eran móviles, en el sentido de que los inquilinos de las tierras altas practicaban trashumancias, bien latitudinales, es decir siguiendo el espinazo del Pirineo hacia levante -espacios entre Somport y Andorra-, bien longitudinales, hacia el suroeste: Tierras Altas de Soria. Estos pastores -y sólo ellos- hablaban euskara. El rastro cultural que nos han dejado son los megalitos, menhires y cromlechs.

También eran móviles los inquilinos de las tierras medias y bajas que compartían la alianza étnica, en el sentido de que cambiaban de terrazgo cerealícola tras el agotamiento de sus barbecheras. Éstos no hablaban euskara sino ibero. El rastro cultural que nos han dejado son los campos de hoyos.

• La coalición de referencia -cuyo nombre propio desconocemos- fue afectada durante el Bronce Final tanto por los inmigrantes indoeuropeos como por la evolución interna de los llaneros cerealícolas. Aquéllos -como galos- debilitaron a los pastores euskaldunes a levante del Somport y -como celtas- a los de las Tierras Altas de Soria. La evolución de los llaneros fue esencialmente interna y de tipo demográfico y la presión de los excedentarios obligó a sus emparentados a subirse a los altos o a parapetarse en poblados llaneros.

Esa circunstancia rompió la etnia para siempre jamás, porque los llaneros comenzaron a funcionar en otra dimensión. La ruptura obligó al segmento pastoril euskaldún a cambiar las trashumancias por las trasterminancias, que, a su vez, acabaron con los mojones en piedra. Por las fechas en que la milenaria alianza se rompía, los indoeuropeos celtíberos asentados al sur del Ebro -lusones, belos y titos- debieron acuñar el apelativo “barskunes” para denominar a sus convecinos del norte. Probablemente tomando como referente un “oppidum” de las tierras medias, acaso “Barska”.

• Cuando llegaron los romanos ya no existía la etnia como tal pero sí un nombre que designaba a sus antiguos integrantes, tanto montañeses como llaneros. Y le adoptaron sin más, entre otras razones porque les interesaba llevarse bien con ellos, ya que los trasterminantes euskaldunes controlaban los pasos pirenaicos occidentales, razón que les había traído a los propios romanos a Hispania en el intento de frenar a los cartagineses en la gran barrera montana.

Como bien sabemos, los romanos y el latín acabaron con los pastores euskaldunes que habitaban a oriente del Somport, tras bajarles de los altos y reciclarles como agricultores en los Convene, el latín disolvió el euskara de los pastores de las Tierras Altas de Soria al inocularles -probablemente desde Calagurris- el vicio de dotarse de lápidas mortuorias y la construcción de Pompelo y la potenciación de Oiasso y Iakka acabaron con cualquier destilado del euskara montano sobre las tierras medias: borde litoral atlántico, Llanada Alavesa, la Sakana, el Araquil, el arva pampilonensis y la Canal de Berdún.

• Cundo murió Vigilancio, hacia el 400, sólo quedaban pastores euskaldunes en la vertiente meridional del Pirineo occidental situada por encima de las tierras medias, es decir, al norte de Pompelo y Iakka. Y no sin graves problemas.

10/09/2024 a las 07:51

Si no las hubieran importado los propios romanos, habría que haber inventado las nociones de “ager” y de “saltus” para hablar en términos inteligibles, ecosistémicos, de los espacios que habitaron los galaicos, astures, cántabros, autrigones, caristios, várdulos, iacetanos, turmogos, pelendones, arévacos, berones y celtíberos cismontanos, por no citar más que a colectividades indígenas bien conocidas y más o menos próximas a los vascones. Todos sus territorios incluían a un tiempo segmentos de montaña y llano, como se puede verificar con gran comodidad estudiando mínimamente sus escenarios de supervivencia.

Los pastores de los que yo me he ocupado realizaron trashumancias o trasterminancias, según momentos históricos. De aquéllas he mencionado tan solo las dos que generaron desgajamiento poblacional, como ocurrió más allá del Somport y en las Tierras Altas de Soria. Como no podía ser de otra manera, realizaban periódicas trashumancias hacia los espacios abiertos, pero tan sólo durante las invernadas. En ningún caso he dicho que los pueblos pastores bajaran como tales a las ciudades. En fin, he detenido en el 400 la exposición simplificada de la perspectiva histórica a la que he llegado por circunscribirla a la vida de Vigilancio, protagonista de esta entrada del blog.

Para terminar estas precisiones, he de señalar que aprecio a los pastores vascones como protagonistas históricos por lo que valen. Aunque no fuere por otra cosa, merecen consideración prioritaria unas gentes cuya idiosincrasia queda perfectamente retratada por el hecho de que se servían -al parecer- de voces vernáculas como “andos” y “andere” para referirse, entre otros seres, al “cordero” y a la “ternera”. Todo ello dentro de un escenario que ha sido caracterizado como la “tierra del culto al toro” por antonomasia. Por lo demás, la posición ecogeográfica de “mis” pastores vascones hacia el 400 coincide en términos de evolución histórica con la de los euskaldunes que han estudiado en términos lingüísticos Lakarra y Zuazo.

10/09/2024 a las 16:37

Gracias, Joseba, por tu considerada apreciación.

Sí conozco el trabajo que mencionas. Y, además de comprobar que tiene enfrente opiniones como mínimo de igual fuste que las suyas, pero de sentido contrario, señalo que el ejemplo que citas se localiza en Guipúzcoa, en tanto que yo nunca he dejado de encuadrar mis análisis en la vertiente meridional del Pirineo occidental situada por encima de la cuenca de Pamplona y de la Canal de Berdún.

Del avance del agropecuarismo que se constata en el monte de Santiagomendi en la Edad del Hierro está plagado el «ager» vascón por esas mismas fechas, pero no el segmento pirenaico de referencia.

Ni las altitudes ni el contexto medioambiental son comparables entre ambos escenarios: de tipo eminentemente marítimo en Santiagomendi y, por contra, claramente continental en el tramo del Pirineo al que yo hago repetida e inequívoca referencia.

14/09/2024 a las 18:58

Para introducir un leve impasse en una discusión tan técnica como la que sobredomina ahora mismo esta entrada del blog, quiero remontar el vuelo histórico y empezar por el principio según mi leal saber y entender. El estado actual de mis conocimientos me permite esbozar hasta la conclusión del Bronce Final un proceso evolutivo del territorio encuadrado por el Garona, el Ebro, el Aragus flumen y el golfo de Vizcaya severamente modulado por cinco grandes acontecimientos:

En primer término, la neolitización del Próximo Oriente, cuya traslación a Occidente se produjo mediante oleadas migratorias, la primera de las cuales alcanzó el escenario de referencia superponiéndose a la Cordillera Pirenaica y a su hinterland a la manera de una mancha de aceite, es decir, afectando tanto a la línea de cumbres como a sus dos vertientes y aledaños. Se trataba de un conglomerado humano de excedentarios cuya lengua más relevante era el ibero.

En segundo lugar, la adaptación económica de dichas gentes a los condiciones ecogeográficas del escenario de referencia. Esa ineludible circunstancia deparó un régimen de agroganadería extensiva de dominancia ganadera en el espinazo pirenaico y un régimen de agroganadería extensiva de dominancia agrícola en ambas vertientes y aledaños, es decir, tanto en las tierras medias y bajas del valle del Garona como en las tierras medias y bajas del valle del Ebro.

En tercer lugar, la influencia de las condiciones de vida sobre la lengua dominante, el ibero. Así, con el paso de tiempo la dominancia ganadera produjo en las tierras altas una variante con personalidad propia, el euskara. Por su parte, la dominancia agrícola deparó en las tierras medias y bajas no solo variantes respecto del euskara sino también entre las hablas de las propias vertientes, dando lugar al aquitano, al norte, y al ibero cantabriense, al sur.

En cuarto lugar, la configuración de una etnia entre los euskaldunes pirenaicos occidentales y los iberos cantabrienses de los espacios abiertos. Ello fue así con la finalidad de solucionar problemas relativos a la supervivencia, generados por sus dispares condiciones de vida, respectivamente de dominancia ganadera y de dominancia cerealícola. El intercambio de productos y la trashumancia de los rebaños suscitaron una entente de porte reciprocitario, regida en gran medida por relaciones de parentesco. Era un módulo impulsado por la necesidad del que desconocemos su denominación.

Finalmente, la entrada de la segunda oleada de excedentarios -los indoeuropeos- en el valle el Ebro. Accedieron en dos secuencias diferenciadas: la más antigua por el corredor atlántico y la más reciente por el borde mediterráneo. La primera afectó a dicha etnia por el flanco occidental y la segunda por el extremo meridional pero en ambos casos de manera muy colateral.

16/09/2024 a las 08:52

La semblanza histórica que he perfilado hasta la conclusión del Bronce Final (750 a. C.) pretende sentar los jalones básicos de la trayectoria de los vascones y del euskara y, como tal, demanda algunas aclaraciones para su mejor comprensión. Glosaré cinco aspectos:

• El impacto de la neolitización sobre los cazadores-recolectores a partir del 5.500 a. C. En la mayor parte de los casos, el contacto entre los iberos y los aborígenes fue benévolo, sobre todo con los llaneros, porque se encontraban en un régimen avanzado de “forrajeo de espectro amplio”, antesala de la agricultura. Más tensa fue la relación con los montañeses, porque la presencia de rebaños suscitó la rapiña de animales. El publicitado episodio de la cueva de “Els Trocs” (Bisaurri) puede ser un buen ejemplo de la tensión entre inquilinos y recién llegados.

• La noción de “agroganadería”. El linaje agroganadero fue un colectivo de emparentados arcaicos que atendía sus necesidades alimentarias en régimen de economía extensiva, ya con sobredominio de la agricultura, ya de la ganadería. La sobredimensión no excluía la alterna, sólo que ésta quedaba en posición subsidiaria. Así, los linajes de dominancia agrícola contaban con una pequeña cabaña de corral, en tanto que los de dominancia ganadera practicaban una agricultura de huerto. La ideología de cada linaje dependía de la actividad sobredimensionada. Fue una modalidad posterior a la banda (desde 5000 a. C.) pero anterior a la pequeña explotación campesina (desde el 750 a. C.).

• La adaptación ecogeográfica. Ha sido habitual entre los humanos y cuenta con muchos ejemplos en la Antropología. En épocas tan arcaicas y con un bagaje poblacional y tecnológico tan endeble, los individuos se adecuaron a las condiciones ecosistémicas. No se trataba de una especialización, sino, más bien, de una estrategia de captación de medios de supervivencia que priorizaba al más favorable, pero sin desdeñar los restantes. Para caracterizar las agrupaciones resultantes y sus ámbitos de acción son de gran provecho las nociones de “ager” y de “saltus”.

• Excedentes humanos. El linaje agroganadero acostumbra a producir más hijos de los que es capaz de alimentar o de los que el ancestro mayor puede manipular, circunstancia que impone el obligado desalojo de los sobrantes. Sus destinos son muy variados, desde la migración individual hacia las periferias hasta la adscripción grupal al mercenariato, al “ver sacrum”, etc., etc. La migración particular se orienta básicamente de la montaña al llano, pues es más fácil la reconversión del pastor en agricultor que al revés.

• Construcción de una etnia. La banda cazadora-recolectora se nutría de la adhesión y de la reciprocidad. El linaje agroganadero reposaba, más bien, sobre el parentesco, mecanismo de ordenación social que posibilitaba la concertación con ajenos. Todos los problemas que no podía solventar el linaje podían solucionarse por vía parentelar con terceros acuciados por iguales o similares dificultades. Bastaba con establecer vínculos preferenciales para atender cuestiones de alimentación, de defensa, de exogamia, de colocación de excedentarios, de prevención de hambrunas, de desplazamiento de personas y/o de animales, etc., etc. La etnia fue una modalidad de organización de la supervivencia posterior a la caza-recolección y anterior a la estatalización de base agropecuaria.

17/09/2024 a las 18:59

En consonancia con lo perfilado hasta la liquidación del Bronce Final, y, centrando ya la atención en la etnia conformada por los pastores trashumantes de la vertiente meridional del Pirineo occidental y los agricultores de largas barbecheras del espacio cantabriense (2800-750 a. C.), cabe radiografíar el estado de cosas en torno al cambio del milenio anterior a nuestra era en los términos siguientes:

• La vida de la etnia era muy frágil, porque se apoyaba en el compromiso de las partes. En ausencia de estructuras y de superestructuras formalizadas, la continuidad del módulo dependía del interés que encontraran los consorciados en los acuerdos preferenciales y en los pactos de hospitalidad y de parentesco. Todo ello sin perder de vista que el talón de Aquiles del constructo estribaba en el hecho de que, más allá de las alianzas, los concurrentes continuaban teniendo vida propia y actuaban a su aire. Aun así, el mecanismo funcionó, posibilitando trashumancias, mercadeos de recursos, mutualismos defensivos, intercambio de mujeres, etc. Tal era el mundo de las etnias en Iberia.

• Los pastores de los altos estaban agobiados por dos problemas: proteger sus recursos y desalojar los excedentes. La unidad productiva era el linaje, que participaba en los pastizales en régimen de “propiedad comunal”, cuya visibilidad y defensa demarcaba con señales indelebles y lo más espectaculares posibles: megalitos, dólmenes y menhires. Por su parte, el desalojo de los sobrantes se resolvía reciclándoles en los espacios aún disponibles, enfilándoles hacia los terrazgos cerealícolas, implicándoles en trashumancias sin retorno y encomendándoles al albur de las aventuras y de las guerras.

• De tales actuaciones hay algunas constancias -dos vinculadas a la lengua y una a la propiedad- y ciertas sospechas. En relación con la lengua, cabe registrar, por un lado, la euskaldunización temprana de las tierras afectadas por las trashumancias sin retorno -como ocurrió en el espinazo del Pirineo entre el Somport y Andorra y en las Tierras Altas de la Ibérica- y, por otro lado, el puntual destilado del euskara por las tierras medias y bajas del Ebro al compás del desplazamiento de los desalojados individuales, como lo denotan algunas contadas voces petrificadas en los epígrafes romanos. Lo relativo a la propiedad es puramente inferencial: si tal era el medio de demarcación, cambiada la propiedad debería cambiar la forma de demarcación. Y así ocurrió, como tendremos oportunidad de comprobar.

• Las sospechas son puramente intuitivas y giran en torno a la posibilidad de que hubiera habido alguna euskaldunización temprana más, por ejemplo, en la depresión vasca. A fin de cuentas, también hay megalitos en el País Vasco actual y parece claro que los trashumantes de las Tierras Altas de Soria atravesaron territorio alavés. A título de hipótesis -a cuestionar científicamente por lingüistas y arqueólogos- sugerimos vehementemente tal posibilidad, sin perder de vista que bien pudo ser borrada por la potente entrada ulterior de los indoeuropeos por el corredor atlántico.

19/09/2024 a las 08:56

Ya aludí en su momento a la ruptura de la etnia aborigen: “La coalición de referencia -cuyo nombre propio desconocemos- fue afectada durante el Bronce Final tanto por los inmigrantes indoeuropeos como por la evolución interna de los llaneros cerealícolas. Aquéllos -como galos- debilitaron a los pastores euskaldunes a levante del Somport y -como celtas- a los de las Tierras Altas de Soria. La evolución de los llaneros fue esencialmente interna y de tipo demográfico y la presión de los excedentarios obligó a sus emparentados a subirse a los altos o a parapetarse en poblados llaneros” (“¿Era euskaldún Vigilantius Calagurritanus?”. Cantaber: 09/09/2024, 6:51).

En las tierras medias y bajas del valle del Ebro, el crecimiento demográfico connatural al buen funcionamiento del linaje agroganadero de dominancia agrícola impuso a partir del año mil a. C. el desalojo de un creciente número de sobrantes, que, en algún momento, se volvieron contra sus emparentados, responsables de su condena a la errancia y a la incertidumbre. A resultas del considerable aumento de la violencia ambiental, los linajes tradicionales se subieron a los altozanos para protegerse, rompieron amarras para siempre con la economía extensiva y evolucionaron en los espigones y en los poblados amurallados hacia una economía intensiva, agropecuaria, dando pie a la consolidación de la familia nuclear y a una modalidad de producción nueva: la pequeña explotación agropecuaria familiar.

Este giro cambió la historia de los espacios abiertos pues encadenó entre los siglos VIII y III a. C. la configuración de auténticos poblados campesinos, la creación por vía de sinecismo de aglomeraciones protourbanas, denominadas “oppida”, y la reducción de las etnias a un montón de escombros, rompiendo para siempre en nuestro caso el contacto entre los iberos cantabrienses y los euskaldunes. Tamaña ruptura cambió también la historia del segmento montano, pues obligó a los nativos a cambiar la forma de producir, que dejó de ser trashumante para convertirse en trasterminante. Desprovistos de apoyos foráneos, se recluyeron en los ambientes intrapirenaicos y mantuvieron su condición de pastores mediante el aprovechamiento conjunto de los fondos de valle y de las vertientes. Más que nunca el euskara se convirtió en la lengua vernácula. Y fue en ese crítico momento, en que la “propiedad comunal” cedió en favor de la “propiedad quiritaria”, cuando dejaron de plantarse en los altos los marcadores ciclópeos.

En esta misma entrada (Cantaber: 14/09/2024, 18:58) he perfilado la llegada de los indoeuropeos, señalando su limitada y periférica incidencia sobre la etnia en descomposición. La primera oleada afectó a la divisoria actual de Navarra y del País Vasco, alterando la adscripción de “Oiasso” -a mi parecer: inicialmente vascona, luego várdula y finalmente vascona bajo los romanos- y sepultando, tal vez, una euskaldunización temprana de las plataformas pecuarias de Urbasa, Andía y Aralar y aledaños. La segunda oleada puso en cuestión la adscripción de ciertos núcleos urbanos del “ager” meridional y dio pie hacia el siglo VI a. C. a la aplicación a la etnia ya inerte de la voz “barskunes”, acuñada probablemente por los celtíberos del Ebro con referencia al “oppidum” de “Barska”. Esta tradición llegaría hasta San Isidoro bajo la variante “Vacca”.

19/09/2024 a las 20:03

Y en estas llegaron los romanos, que tenían muy claro a qué venían: a impedir que los cartagineses sobrepasaran los pasos pirenaicos, avanzaran hacia la Cisalpina y pusieran en peligro a Roma. No aquilataron bien los pasos y llegaron tarde el 218 a. C., de tal manera que Aníbal estuvo, efectivamente, a punto de arrasar la ciudad del Tíber. Cuando tras la batalla de Zama del 201 a. C. la ciudad se repuso del susto, retomó el tema de los Pirineos y entre los años 195 y 194 a. C. Marco Porcio Catón sometió el valle del Ebro al completo, incluido el corredor atlántico, por donde había pasado Asdrúbal a la Gallia con la esperanza de ayudar a su hermano.

La obsesión por neutralizar los corredores pirenaicos fue la punta de lanza de la conquista. Para lograrlo, utilizaron dos estrategias complementarias: primero, sometieron a la desvencijada etnia de los iacetanos, mediante el ardid de azuzar a los llaneros contra los montañeses, “deviam et silvestrem gentem”; después, emplearon las buenas maneras para ganarse a los vascones. En un suspiro se adueñaron de todo. Y, sin solución de continuidad, subsumieran los restos de las dos etnias aborígenes en una “etnia colonial” con la finalidad de controlar la generalidad de los pasos centro-occidentales.

Para normalizar la situación, mantuvieron el apelativo “barkunes/vascones”, que se encontraron sobre el terreno, y rebuscaron en su idioma locuciones que pudieran caracterizar los ecosistemas que sobredominaban el gran valle, encontrando en “ager” y “saltus las voces que clavaban la realidad. Esta era bien simple: tres horizontes latitudinales -tierras altas, tierras medias y tierras bajas- alineados en dos conjuntos disimétricos, que representaban otras tantas formas de organización de la supervivencia: el predominio del pastoreo en la primera y el de la agricultura en las otras dos. Tan era así, que hasta el propio “arva pampilonensis” producía excedentes de cereal en los años setenta del siglo I a. C.

Una centuria larga después de la conquista, la apuesta militar de Roma -parte fundamental de una “defensa adelantada” o “defensa en profundidad” de porte más general- permanecía viva. Y Pompeyo se hizo eco de ella fundando “Pompelo” con nativos de la cuenca para reforzar a “Oiasso” como guardiana de los pasos occidentales y repoblando “Lugdunum” con un “conventus” de gentes variadas -pastores vascones y restos del derrotado ejército de Sertorio- para custodiar los pasos centrales.

Asegurado esto, que era lo prioritario, la historia siguió su curso con naturalidad. El latín cumplió el papel que se esperaba de la lengua del Imperio, suplantando al euskara en “Lugdunum Convenarum” y en las “Tierras Altas de Soria” pero preservando también en algunos contados epígrafes ciertos teónimos y antropónimos de sabor euskaldún que los excedentarios del mundo pastoril habían prorrateado en el pasado por las tierras medias y bajas. Por lo demás, los pastores de la vertiente meridional del Pirineo occidental no solo se mantenían tal cual a mediados del siglo III d. C. sino que conservaban el grueso de su lengua inmemorial. ¿Un milagro?