Voy a hacer un breve receso en la lectura del libro de Alberto Barandiaran Veleia afera para recomendar a los desafortunados seguidores del affaire veleiense incapaces de leer el original en euskera que reclamen imediatamente una traducción, porque puedo garantizarles que no se sentirán defraudados. Es de esos libros que se leen de un tirón (y temo pasar la noche en vela, porque van a dar las 25h. y todavía voy por la mitad).
Lo que me ha animado a ir a toda prisa a adquirir mi ejemplar (en una tarde harto complicada) ha sido la trifulca que Juan Martin Elexpuru le ha armado a Markos Zapiain, a cuenta de la reseña publicada en su blog hace escasamente dos días. (Por si acaso he guardado una copia del artículo de Markos, no vaya a ser que Juan Martin acabe convenciéndole de que lo retire.) Ambos figuran en las enciclopedias locales (Zapirain en Wikipedia y Elexpuru en Auñamendi) y desde luego el primero es tan poco sospechoso de deslealtad con la causa del euskera como el segundo. Tampoco lo es Alberto, aunque Juan Martin u otros militantes gilistas sientan tentaciones de infundir la duda.
Regaña Elexpuru a Zapiain por desconocer la existencia de su libro Iruña-Veleiako euskarazko grafitoak, a la venta desde hace un año (en vísperas del comienzo de la feria de Durango 2009, como el de Barandiaran ahora para la edición de 2010). También recrimina Elexpuru a Zapiain por no haber leído los dieciseis informes «largos y profundos» que apoyan la autentizidad de los hallazgos y que han sido»escritos por ocho científicos de distintas nacionalidades, sin que ninguno haya cobrado un sólo euro y a riesgo de perjudicar su reputación». «Tú que eres escritor», le dice, «comprenderás lo que es escribir en un desierto».
Yo tampoco quise gastar un solo euro en el libro de Elexpuru. He leído sus explicaciones en el wiki gilista y después de hacerlo he lamentado que un titulado en «filólogía vasca» rebatiera con tanta ligereza los dictámenes de Joseba Lakarra y Joaquín Gorrochategui. Es más, los alegatos de Juan Martin, así como los de Héctor Iglesias, el otro filólogo implicado, son en mi opinión especialmente graves por irresponsables. Han espoleado el resentimiento del colectivo gilista, convirtiendo en popular y política (con absurdas comparecencias en juntas generales y parlamentos) una cuestión que nunca debería haber salido del ámbito científico. (En el libro de Barandiarán se dan algunas claves que ayudan a entender los motivos de que esto sucediera.)
Es un escollo grave que para el profano valgan tanto los argumentos de Elexpuru como los de Gorrochategui. Se actúa o juzga al dictado del corazón, o de la ideología, y no importa la pericia de la fuente. Para quienes estamos en la disciplina, en cambio, no hay punto de comparación. La experiencia y el conocimiento que de la materia tienen Elexpuru o Iglesias es muy inferior al de Gorrochategui o Lakarra. Lamentablemente, fuera del terreno profesional, esto es muy difícil de advertir.
Elexpuru fue profesor de filología en la UNED de Bergara, de donde es natural, y su tesis (defendida en 1988) trató sobre el léxico de esa localidad guipuzcoana. Más adelante dirigió un proyecto de etnología y dialectología (sobre palabras y oficios antiguos en la misma localidad), publicado en en cuatro volúmenes. No hay mucho más que añadir en su aportación a la filología. Su actividad principal ha discurrido por derroteros menos eruditos. Ha sido guionista de la serie televisiva Goenkale y compilador de antologías de textos eróticos, así como autor de literatura infantil y juvenil en euskera. Es obvio que el asunto veleiense le queda grande.
Vuelve a sorprender Elexpuru al achacar a Zapiain desconocer la aportación de Roslyn M. Frank, especialista, según consta en su página de profesora, en literatura vasca, etnoastronomía y arqueoastronomía, además de otras materias como la ecocrítica. No acabo de ver qué considera Elexpuru debería aportar esta profesora al debate.
De todos los filólogos gilistas, quien acredita un perfil más en consonancia con la problemática de los grafitos es Héctor Iglesias. Le descalifica sin embargo su doble discurso, a ratos respetuoso, pero inmediatamente injurioso, acusando de deshonestidad a Gorrochategui. Es juego sucio. Ya habrá ocasión otro día de analizar las licencias filológicas de Iglesias.
Volviendo al libro de Barandiaran, hay que advertir que se trata de una narración de neto corte periodístico, con tintes de intriga propios de una novela negra. No hay ninguna pretensión de añadir o refutar argumentos arqueológicos ni filológicos. Solo pretende resolver el enigma de un caso detectivesco. El affaire es exactamente eso y la obra era una de las piezas que faltaban. Habrá más.
P.D. La primera fuente de casi todo lo reseñado en esta entrada proviene de los diversos canales 2.0 desplegados por FiloBlogia, con quien me siento en deuda una vez más.