Patxi Salaberri Zaratiegi es un voraz depredador de antrotopónimos: casi todo topónimo que acomete acaba asociado a un antropónimo, esto es, acaba ligado al nombre del supuesto primitivo propietario (o tenente) del lugar. Es lo que se desprende del recién publicado Araba / Álava. Los nombres de nuestros pueblos, que con esmero ha editado Euskaltzaindia. El nuevo nomenclator interpreta cada uno de los nombres de las localidades (o nucleónimos, como los llama Ander Ros Cubas) de Álava, difundidos muchos de ellos como ilustres apellidos por el mundo: Apellániz, Apodaca, Aranguiz, Arbulo, Arrieta, Arrilucea, Arroyabe, Ayala, Azúa, Baroja, Betoño, Bujanda, Buruaga, Corres, Durana, Eguileor, Elorriaga, Elorza, Esquível, Galarreta, Gámiz, Gauna, Gopegui, Guereño, Guevara, Guinea, Heredia, Illaraza, Jócano, Letona, Maeztu, Marañón, Matauco, Maturana, Mendívil, Mendoza, Murga, Olano, Oquendo, Retana, Trocóniz, Zárate, Zuazo, o Zúñiga, por citar solo algunos. (Perdón, es cierto, Marañón y Zúñiga no son alaveses sino navarros, pero por escasos metros
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[Actualizado 22 de julio de 2015]
Equiparar territorios, genes y lenguas es un desafortunado error que suele estar inducido por la forma en que se divulgan algunas investigaciones (como por ejemplo las que vamos a comentar más abajo del grupo BIOMICs de la UPV/EHU, en particular Cardoso y otros 2011, sobre el ADN prehistórico de Santimamiñe, y Cardoso y otros 2013, sobre el supuesto sustrato genético preneolítico de los «vascos«). Cada vez es más frecuente recurrir a análisis filogenéticos para explicar la expansión antigua de determinados grupos étnicos o familias lingüísticas (eg. la expansión de las lenguas indoeuropeas), así como para fundamentar otras cuestiones de singularidad étnica o lingüística, como pueda ser el ampliamente proclamado origen preneolítico del euskera.
Queremos dejar claro, en primer lugar, que absolutamente todas las lenguas actuales poseen un correspondiente predecesor preneolítico, esto es, mesolítico, y son, por así decirlo, igualmente «antiguas» (salvo que sean criollas o pidgin). En segundo lugar, deseamos destacar que algunos paralelismos observados entre expansión territorial, genética y lingüística de ninguna manera permiten concluir que los territorios, ni mucho menos las lenguas, puedan identificarse con determinados linajes genéticos. Las poblaciones migran y se entremezclan a lo largo de los siglos, al igual que las lenguas se expanden o contraen, evolucionan, hibridan o fosilizan. Todos los humanos compartimos el mismo gen que supuestamente nos capacita para el lenguaje, FoxP2, aunque absolutamente ningún rasgo genético nos predispone hacia una u otra lengua. La genética de poblaciones no lleva a este extremo de causalidad la relación entre genes y lenguas, pero lamentablemente algunas publicaciones (como la mencionada de Cardoso y otros 2013) sí propician asociaciones «metonímicas» arriesgadas, como vamos a ver.
Hacemos estas aclaraciones al hilo de un comentario anónimo publicado en Trifinium hace unas semanas (Loiola, 10 de marzo de 2015) que justamente pone en correspondencia el territorio vizcaíno de Urdaiba con el ADN prehistórico de una mandíbula hallada en la cueva de Santimamiñe y la lengua vasca. Aportamos la traducción del comentario (revisada por el autor, salvo la negrita, que es nuestra):
[Versión ‘todavía muy’ provisional. Actualizado 30.04.2015, 15.04.2020]
El abuelo de Ahoztar, nieto de Hotar (por continuar con la analogía inspirada en el documental de Alberto Santana), llegó a Vizcaya desde el Alto Garona por la Vía Tolosana. Esta ruta, luego convertida en Camino de Santiago, era una de las habituales para acceder desde el continente europeo a la península ibérica. Claro que antes de afincarse definitivamente en el Duranguesado, Ahoztar pasó un tiempo en Auch, Orthez, Roncesvalles, Pamplona y Alegría-Dulantzi, todos ellos importantes hitos de la Vía Aquitana.
Estamos analizando el desarrollo teórico de Joseba Lakarra para explicar la dialectología diacrónica vasca y en el apartado 3, ‘La fragmentación de las lenguas antiguas’ de Lakarra (2014:166-181), nos hallamos ante axiomas que consideramos discutibles:
Ofrecemos en Trifinium la transcripción de esta fundamental aportación al conocimiento de la antroponimia vasca medieval. Se ruega que cualquier mención al contenido remita a la referencia original del autor:
- ‘Antroponimia vasca altomedieval: la aportación epigráfica’
- David Peterson
- Mundos medievales: espacios, sociedades y poder : homenaje al profesor José Ángel García de Cortázar y Ruiz de Aguirre, Vol. 1, 2012,ISBN 978-84-8102-648-1, págs. 795-806
- http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4144503
El texto que sigue es una transcripción parcialmente enlazada del texto original de David Peterson:
“En la Edad Media aparecen en documentos e inscripciones nombres típicos cuya clasificación y distribución geográfica no está aún suficientemente hecha” (Luis Michelena, Apellidos vascos, 1955:20)
Creo que esta observación de Michelena, hecha hace ya más de medio siglo, es todavía pertinente. En consonancia, el objetivo de este trabajo es el de analizar el corpus de antroponimia epigráfica altomedieval publicado por Agustín Azkarate e Iñaki García Camino en 1996 n1, aunque algunos de los nombres que lo constituyen ya eran conocidos con anterioridad n2. Manejaremos unos 46 nombres de persona datados entre los siglos VIII y XI, la mayoría de ellos hallados en lo que hoy es Vizcaya n3. Este último dato es de singular importancia puesto que nuestro conocimiento de la Vizcaya altomedieval, territorio huérfano de diplomática anterior al año 1050, es tan limitado.
¿Hablaba Secundiano de Arratia un derivado occidental de preprotovasco? En caso de que lo hiciera, ¿podría un hablante de Arratia haberse entendido con otro del Alto Garona en sus respectivos dialectos protovascos del siglo III? En esta entrada vamos a explorar esta posibilidad, al hilo del artículo Lakarra (2014) ‘Reflexiones en torno a la dialectología diacrónica del euskera’. Nuestra conclusión será negativa: Ambas variantes llevarían desconectadas un mínimo de diez siglos y con seguridad serían ininteligibles entre sí. Si de algo podemos estar seguros es de que la lengua vehicular de los pobladores del Cantábrico oriental y del sur de Aquitania en los siglos finales del Imperio no pudo ser otra que el latín. La fragmentación y expansión del euskera a partir del siglo VI requiere como vamos a ver una explicación alternativa a la de la koiné de dialectos protovascos.