Tenemos una hipótesis razonable sobre de dónde y cuándo vinieron, dónde se asentaron, adónde y cuándo se expandieron. También sabemos cómo se llamaban.
En el volumen ASJU (57), en homenaje a José Ignacio Hualde (ver Trifinium 2.02.2025), Mikel Martínez Areta aporta nuevos datos acerca del origen, evolución y expansión del vasco común antiguo (VCA). Es altamente revelador el acervo antroponímico euskaldun de los siglos V-VI que da a conocer en este trabajo: «Casi todos los nombres dejaron una o más huellas toponímicas al pie de los puertos pirenaicos (en la vertiente peninsular) y por este motivo estos valles muestran una densidad muy elevada de topónimos deantroponímicos»:
Los siguientes párrafos son una adaptación al español del original publicado en euskera (PDF). Dice el autor:
En un monográfico que estoy preparando, propongo el siguiente stock onomástico para los hablantes de VCA:
Navarra (principalmente las estribaciones de los puertos pirenaicos)
y el oeste del país (= Álava + Vizcaya + Burgos + Rioja).
Los marcados con asterisco (*Buruto, *Étulu, *Ilundo y *Senito) solo pueden derivarse de topónimos deantrotopímicos. Considero *Senito, por ejemplo, porque Setoain (< documentado Seitoain) es un pueblo del municipio de Esteribar y, además, los elementos Seni- y -to se atestiguan por separado en aquitano cónveno.
Creo que este acervo tuvo un efecto aglutinador dentro del proceso etnogenético que experimentaron los rusticani de Orosio en esos siglos. Una especie de ADN onomástico del VCA que sus hablantes transmitieron de generación en generación y que se extendió hacia occidente. Su reconstrucción es posible a partir de la información aportada por:
los topónimos deantroponímicos,
los diplomas de cartularios altomedievales,
las inscripciones altoimperiales de Aquitania (punto de partida de la expansión), y
las inscripciones altomedievales de Vizcaya (uno de los puntos de llegada de la expansión).
Al igual que toda secuencia de ADN acumula mutaciones a lo largo del tiempo, con el transcurso de los siglos este stock onomástico irá mutando y se irá renovando. Sin embargo, algunos de sus componentes llegarán a los rincones más remotos del occidente de Vasconia, hasta dar su último aliento en la Vizcaya del siglo XI.
Son antropónimos que poseen las siguientes características:
Si bien cada nombre propio (NP) cuenta con una historia particular, en conjunto conforman un grupo cohesionado, evidenciando un patrón de aparición similar en las diversas fuentes citadas.
Casi todos ellos tienen su origen en Convenae o sus alrededores (entre ellos tambien Azter, GardeLe y GenduLe, aunque no sean de filiación aquitana).
Casi todos dejan una huella toponímica —o más— en las proximidades de los puertos de los Pirineos, en su vertiente peninsular, tal como cabe esperar del pasaje descrito por Orosio.
Pertenecen a una cronología concreta.
Todos son masculinos.
Como resultado, los valles de los Pirineos presentan una elevada densidad de topónimos derivados de antropónimos basados en estos NNP, muy superior a lo que podría explicarse únicamente por el azar. Los focos más frecuentes aparecen en las cuencas altas de los ríos Ultzama / Mediano y en la del Arga, como se observa en el mapa de arriba.
La cronología de estos antropónimos se caracteriza por los siguientes rasgos:
son posteriores a los NNP aquitanos atestiguados en la Navarra altoimperial (Umme.sahar, Abisunso-, Narhunges…, que desaparecen sin dejar huellas toponímicas),
pero son anteriores a los que se extienden a partir del 800, García, Lope, Sancho/a, Eneko/Oneka, Ximeno, Otxoa, etc.
los NNP rusticani están vinculados a la Diócesis de Pamplona y, o bien desaparecen en la Antigüedad Tardía, o bien están en decadencia en la Alta Edad Media;
en cambio, García, Lope…, que están vinculados al Reino de Pamplona o proceden de Gasconia, son vigorosos en la Alta y en la Baja Edad Media.
Hay también pruebas de dos cronologías diferentes en el plano fonético: compárese, por ejemplo, el mantenimiento de la ŭ cerrada de Gendule (gasc. Centolle) y Lope (< lat. lŭp-), que entró en euskera después de la apertura de ŭ > ọ en romance (probablemente gascón).
Por último, se trata de un stock onomástico eminentemete masculino. En todos los documentos estudiados, los únicos NNP femeninos de filiación vasco-aquitana proceden de Andere o de sus derivados Anderazo, Anderkina, Andregoto, Andregayla. Pero estos no son originalmente auténticos NNP, sino denominaciones creadas a partir de apelativos. En contraste con los masculinos Aho(i)ztar, Berhatz, *Senito, que proceden de Aquitania, no hay un solo NP onomástico femenino de la misma procedencia. No he encontrado un solo testimonio de Hahan, Hahanten, Edunxe, Hautense, o Silex, en el País Vasco o en Navarra.
Es cierto que en Aquitania se documenta Andere (4) y sus derivados (2 Anderese, 2 Anderex(s)o, 1 Andrecco y 1 Anderitia), pero son una minoría dentro del total (76, según mi recuento). En el País Vasco y Navarra, por contra, los NNP femeninos asociados a los rusticanos son todos del tipo Andere.
Según mi interpretación, este contraste onomástico solo admite una explicación: los rusticani de la primera generación, al tratarse de tropas ligeras, eran fundamentalmente hombres. Al establecerse en los valles de Navarra, contrajeron matrimonio con mujeres locales que ya llevaban largo tiempo latinizadas y, en consecuencia, las designaron empleando el apelativo puro, el cual, con el tiempo, terminó por evolucionar hacia formas onomáticas. Forster y Renfrew (2011) han demostrado que este fenómeno es un patrón recurrente a nivel global: un pequeño grupo de hombres dinámicos que irrumpen en un territorio —a menudo introductores de un elemento de prestigio, como un nuevo metal o una nueva tecnología— puede ser suficiente para provocar una sustitución de lengua. Este proceso ha sido constatado en diversos casos en los que se constata la correlación entre los haplogrupos del cromosoma Y y ciertas lenguas específicas.
Dado que resulta inviable justificar cada NP de la lista propuesta en este trabajo, me centraré en describir la historia de dos de ellos (Ahoztar y Hoitarriezo) como ejemplo ilustrativo del origen y trayectoria planteados para el conjunto completo. Estos dos NNP siguen todo el recorrido de la expansión del euskera, culminando con su aparición conjunta en un documento de la Alta Edad Media en el Duranguesado.
Aostar y Hoitarriezo, lápida de la necrópolis de Momoitio. Imagen de Mikel Martínez Areta
In dêi n̅(omi)n̅e êgo Aostarri de funto + êgo fic(i) ista petra Hoitarri {F}ezo
En nombre de dios, yo al difunto Aostar hice esta piedra, Hoitarri {F}ezo
Texto del epígrafe en latín altomedieval
Esta lápida del Duranguesado fue hallada por Alberto Santana y García Camino durante las excavaciones llevadas a cabo en el interior de la ermita de San Juan de Momoitio, Garay, en los años ochenta (hoy se encuentra en el Museo Arqueológico de Bilbao). Como todos los epígrafes del mismo conjunto, fue publicado por Azkarate y García Camino (1996). La inscripción es un bloque trapezoidal de arenisca que los editores sitúan en el siglo X, escrita en un tosco latín eclesiástico altomedieval con tipografía visigodo-mozárabe en la que aparecen los nombres del difunto (Aostar) y del autor del epígrafe y/o la lápida (Hoitarriezo). Destaca porque
los NNP indígenas de la epigrafía vizcaína del Alto Imperio habían sido Iarus, Quno (Forua), Melia (Lemona, Zaldu) y Aunia (Llodio),
tras los siglos oscuros aparecen en el Duranguesado nombres de origen aquitano: Aostar, Hoitarriezo, Gendule, Andere y Anterazo.
La pregunta que cabe hacerse es: ¿estos nombres, algunos con aspiración y el sufijo -tar, estuvieron «siempre» en Vizcaya, o acababan de llegar? Vamos a indagar en esta cuestión.
El becerro gótico de Valpuesta ofrece varios testimonios con variantes de Aostar: Affostar (903), Ahostar (911), Afostar (939), Haoztar (956).
Ashostar, otra variante del mismo nombre, es el difunto de una lápida tabular de la ermita de San Iurgi en Izurza, también en el Duranguesado, siglos X-XI.
Lupe Ahoçtarreç, un patronímico que ha llegado con diferentes grafías, aparece como donante en el acta de fundación de San Agustín de Etxebarria en Elorrio, encargada por los condes de Durango en 1053. Es un documento rico en NNP de estratos cronológicos posteriores, pero el padre de un individuo parece haberse llamado Ahoztar. Se trata del último destello del nomenclátor rusticano.
A pesar de los cambios ortográficos y fonéticos, se puede concluir que la forma original es Ahoztar, en la que fácilmente se reconoce el sufijo -tar. Así Azkarate y García Camino (1996) y antes Gorrochategui (1984) relacionaron este nombre occidental con el antiguo Ahoiss de Aquitania. En el trayecto desde Aquitania a Vizcaya, Ahoiss-i se atestigua dos veces, ambas como patronímico:
Ahoiss-i (Nux, comuna de Barran, Gers), no lejos de Convenae, en la región de Ausci.
Ahoiss-i. Inscripción aparecida en la sacristía de una parroquia de Hautes-Pyrénées, hoy en día perdida.
Gorrochategui considera que lo más probable es que este antropónimo surja de la derivación Aho- + -oss(o)- ~ -iss(o). Lo reseñable es que no sólo la base, sino el origen mismo de los Ahoztar occidentales hay que buscarlo en Aquitania. La figura 3 de abajo muestra cuatro pares de NNP aquitanos con y sin -tar que, con el añadido del Ahoztar occidental, suman cinco pares.
El nombre Ahoiss- se corresponde con el topónimo navarro Aoiz (atestiguado como Ahoiz en el siglo XI). Por su parte, Ahoztar es el resultado de procesos derivativos y combinatorios que han tenido lugar en aquitano: la combinación Aho(i)ss- + -tar ocurre en una época en que el sufijo -tar era un procedimiento vigoroso y productivo para la formación de NNP. Más tarde, en cambio, en la nomenclatura rusticana y hasta el siglo XI, el uso de Ahoztar entró en declive, aunque el sufijo -(t)ar sobreviviera fructíferamente en el léxico vasco común.
El otro nombre propio que aparece en el epígrafe de Momoitio es el del autor de la inscripción. Los editores advierten que la F de la última línea ha sido trazada por otra mano en un momento posterior y deducen por ello que el nombre que hay que leer es Hoitarriezo. Hoitar- y -zo son transparentes y lingüísticamente lógicos. El sufijo -zo tiene paralelos en las fuentes altomedievales. En otra inscripción de la misma necrópolis de Momoitio tenemos Anterazoni (es decir, Anderazo en dativo), también del siglo X. Lo destacable es que Hotar- se constate previamente en tres inscripciones aquitanas:
Hotarr-i, Hotarr-is (Cazaril-Laspènes, Alto Garona). Se trata del padre de Bontar en la célebre inscripción de Cazaril-Laspènes. Hotar es el hombre elegantemente esculpido en la lápida.
Hotarr-is (Barsous, Alto Garona).
Hotarr-i (Géry, Alto Garona).
Hotarri Orcotarris f(ilio) / Senarri Eloni filiae / Bontar Hotarris f(ilius) ex testamento (lápida de Cazaril-Laspènes)
Es muy revelador reparar en el proceso de creación del nombre Hotar. Dada la brevedad de la base Ho-, Gorrochategui sugiere que “posiblemente sea la abreviatura de un nombre más largo, como Bihotar”, que está previamente atestiguado:
Bihotarr-is (Boussens, Alto Garona).
Se trata de una explicación muy convincente ya que este tipo de aféresis (Francisco → Chisco o Carmenxu → Mentxu) fue muy productiva en aquitano:
Bihotar- → Hotar
Anderese → Erese
Anderexso → Erhexo
Eduardo Orduña, que es de la misma opinión, añade otros dos casos:
Belexeia → Lexeia
Andox- → Doxx- (Hagenbach)
La figura 4 sintetiza estos ejemplos de aféresis.
Con esto se deduce que los nombres del epígrafe de la necrópolis de Momoitio son el resultado de un proceso que se produjo en la epigrafía aquitana del Alto Imperio y que podemos rastrear casi en «tiempo real» hasta el momento mismo de la acuñación del nombre Hotar. Así, la combinación de Bihox- + -tar y la aféresis de Bihotar a Hotar son proyectables tanto geográfica como cronológicamente en Convenae durante los siglos I-III. Esto lleva a deducir que dos antropónimos documentados en el corazón de Vizcaya en la Alta Edad Media son el resultado de un proceso lingüístico que tuvo lugar en el aquitano del Alto Imperio. Este hecho no es menor, pues son los primeros testimonios de elementos euskéricos como el sufijo -tar y de la aspiración en la Vizcaya medieval. De este modo, podríamos considerar la inscripción de Momoitio como la ‘pistola humeante’ que respalda el origen aquitano del vasco común antiguo y la difusión del euskera en la Antigüedad tardía y la Alta Edad Media.
San Juan Bautista de Momoito. Imagen: Andrés Baños
61 respuestas a «También sabemos cómo se llamaban»
Necesito decirlo: llevo tres largos años silenciando esta primicia, esta pistola humeante que Mikel me mostró como prueba, creo que concluyente, del desplazamiento de nuestros antepasados aquitanos hasta el occidente de Vasconia. La destreza filológica que el autor demuestra en este artículo merece toda mi admiración y espero con anhelo que su monografía vea la luz muy pronto.
En esta entrada me he limitado a reproducir el apartado cuarto del artículo. Animo a que se lea el texto completo. Dispongo de un borrador con una traducción mecánica en español que necesita bastantes retoques, pero que puede ser útil para una lectura rápida.
¿A que molan las flechas-pececillo?
Excelente trabajo, Mikel, los datos son muy llamativos, sin duda, y están muy bien expuestos. Por centrarme en un punto quizá marginal, sobre los posibles casos de aféresis, entiendo que implicarían un acento no inicial, quizá en la segunda sílaba. Supongo que la aféresis se manifestaría fundamentalmente en la onomástica, como en castellano y sobre todo en catalán (aunque en recesión), como recurso hipocorístico, y que esa sería, en el marco de tu propuesta, la explicación de que en esa primera onomástica medieval solo tengamos Andere y no Erhe, ya que entraría en un principio solo como apelativo. Sin embargo, es evidente que acabó usándose como nombre propio, pero aún así ya no sufrió aféresis, y los pocos casos de aféresis en la onomástica, si no me equivoco, estarían en esos pocos ejemplos transportados ya con ella desde el alto Garona. ¿Implicaría esa falta de aféresis, en el marco de tu propuesta, que el patrón acentual aquitano se vio alterado por el de la lengua o lenguas de sustrato? ¿Es compatible con la reconstrucción micheleniana del acento, o con la de Hualde?
En cuanto a las flechas-pececillo, quizá en forma de espermatozoide hubieran representado mejor tu propuesta :-), pero bueno, algo se parecen.
Eskerrik asko, Orkeikelaur. Yo entiendo que la aféresis como recurso hipocorístico es un proceso morfológico que no nos dice nada sobre el acento. Lo que sí creo, aunque esto necesitaría de más espacio para ser argumentado, es que el aquitano muestra indicios de tener ya [+2], con sufijos léxicos que pueden atraer el acento más a la derecha (como -tar en Baisothar[). Es decir, con excepciones que pueden tener explicaciones diversas, hay una tendencia a que la aspiración esté vinculada ya al acento tónico y a la segunda sílaba por la izquierda, como se puede intuir por ejemplo al comparar Andere- (una docena de casos con o sin sufijo, siempre sin aspiración tras -r-), con Erhe(-se/xo) (dos casos con -rh-, uno sin aspiración). Es decir, el acento tónico que reconstruía Mitxelena como punto de partida de todos los dialectos históricos. Si entendí bien el discurso de Hualde en su homenaje, éste también daba la razón a Mitxelena, presentando además en su favor un indicio adicional en la acentuación de Goizueta, aunque esto he de escucharlo mejor; por eso me gustaría ver su conferencia por escrito, o que se edite la grabación, para escucharlo con calma (el elemento novedoso serían las conclusiones, no la acentuación de Goizueta, que entra en el planteamiento de Hualde ya desde hace 15 ó 20 años).
No entiendo muy bien lo del sustrato. En aquitano existe Andere, sin o con diversos sufijos, y luego Erhe, Erhexo, Erese. Puede pensarse en un nombre común, “señora”, quizás de origen galo, que además se utiliza como antropónimo. Los Er(h)e(xo/se) pueden ser aféresis de Andere(xo/se/etc.), o bien un elemento aparte, sin And- por delante. En todo caso, cuando esta gente se traslada a Navarra llevan muchos NNP aquitanos masculinos, pero ninguno femenino. Según sugiero, porque son CFM (= Campesinos con Funciones Militares), que se casan con navarras latinizadas y llaman a algunas de ellas por medio del mero apelativo (¡el rapto de las sabinas!). Esto es sólo una interpretación, pero, si no es así, ¿por qué se produce este split? Esto es, ¿por qué en bases de topónimos deantroponímicos, cartularios altomedievales o epigrafía altomedieval vizcaína, hay diversos antropónimos masculinos que proceden de Aquitania (Ahoiz, Ahoztar, Azter, Berhatz, GenduLe, *Senito, Oro, *Ilundo, Ilurdo…), pero en el ámbito femenino sólo el mero apelativo (Andere y derivados)?
Con respecto al topónimo Betelu, en Betelu(Araiz), y Oroz Betelu, podrían estar relacionados con el nombre «Metallum» en relacion a mina o coto minero(M.Urteaga). Ambas zonas con abundante actividad minera documentada en la Edad Media.
Nadie duda que fue una zona minera. Pero para que tu etimología fuera cierta, necesitaríamos, entre otras cosas, que M- se convierta en B- y que hubiera asimilación vocálica, ambas cosas a la vez en dos lugares distintos. Asumir que Betelu es un NP que procede del apelativo lat. vet-éllu “viejecito”, que posiblemente hacía juego con lat. vét-ulu > eusk. NP Étulu “viejecito” (de éste viene cast. viejo), no requiere ningún cambio.
De todas formas, que Betelu procede de lat. vet-éllu > eusk. BeteLu, y que este debió de ser un antropónimo abundante en la Tardoantigüedad y primeros siglos de la Alta Edad Media entre los euskaldunes del VCA, a pesar de no sobrevivir hasta la época de los cartularios alto- y plenomedievales, ni en Navarra ni en occidente, no es una teoría mía. Lo han sostenido ya, como mínimo, Alfredo Oribe (2011) y Alfonso Irigoyen (1986). Éste lo relacionó con Beteluri “villorrio/caserío de Betelu”, barrio de Orozko, y aquél además con un Betalain de Uribarri Arratzua, en plena Llanada Alavesa, para el que reconstruyó un *Betelain (BeteL(u) + -ain). Ahora sabemos, gracias a Elena Martínez de Madina (2019), que Betelain ni siquiera necesita asterisco, porque se atestigua en 1584.
Es decir, que el NP BeteLu se hace todo el periplo Navarra > Álava > Bizkaia (por vía arratiana), entrando hasta la cocina y dejando “miguitas de Pulgarcito” allá donde pasa en forma de construcciones deantroponímicas típicas de cada época y región: Betelu (Navarra, sin derivación) > Betel-ain (Álava) > Betel-uri (Bizkaia).
La charla de Hualde fue muy interesante. Desarrolló el trabajo que publicó en FLV en 2024, Azentua eta hasperena. Comentó que el acento inicial del VCA se hallaba en la segunda sílaba en el léxico patrimonial, y ello provocaba la aspiración en las oclusivas: *eákin, *akhér, *ithúrri, *ethórri, *ekhúsi, *lephó, *bethí….Esta propuesta se puede corroborar en Goizueta, ya que conserva este sistema de acentuación (“Goizueta giltza da”) y, a su vez, permite confirmar la propuesta que ya hizo Mitxelena sobre la reconstrucción del acento vasco. Por otro lado, indicó que en los préstamos del latín, el acento se ubicaba en la primera sílaba: *báke, *záku, *mérke….
Una cuestión que me parece interesante para debatir es si “andere” deriva de un préstamo celta “andera” (ternera) o, en cambio, surge del léxico patrimonial “and” + “erhe”. Un argumento a favor de un origen celta es que en el aquitano no aparece atestiguado ningún #“anderhe”, esperable si su origen fuera “and” + “erhe”.
No entiendo el ejemplo de Goizueta para el sistema de acentuacion, Goizuuieta (s. XII, NEN).
Aquí un artículo de prensa muy sensato sobre la supuesta relación entre los andosinos y Andorra.
Me cuesta ver en qué consiste la sensatez del artículo, salvo advertir que no tenemos certeza absoluta de que los andosinos se relacionen con los andorranos actuales.
Se podría haber ahorrada tantas letras, palabras y frases, en Historia Antigua lo habitual es la falta de certezas absolutas, se trabaja con hipótesis fundamentadas en los datos disponibles. Y los datos disponibles son los que sirven para establecer la relación entre los andosinos de Polibio y los andorranos. No hay datos disponibles que apunte a lo contrario, y supongo que nadie esperará a encontrar una inscripción de la antigüedad que diga: los andosinos son los andorranos actuales, para aceptar la relación.
Se ven más algunos de los tópicos para desacreditar las fuentes primarias escritas (nada menos que al mea pilas de Polibio), que si el hapax de marras, y el irrelevante «and». Cualquier tópico al uso menos contraponer hipótesis basadas en datos disponibles.
Francisco Beltrán Lloris (2008):
aunque no pueda afirmarse con certeza absoluta que el solar de los andosinos coincidía con la Andorra actual, ésta es una hipótesis que, en el estado actual de la cuestión, puede defenderse con toda verosimilitud.
Creo que el artículo, de un rigor poco habitual en la prensa generalista cuando trata estos temas, pone el dedo en la llaga de la extraordinaria debilidad del argumento, que se basa no en «los datos disponibles», sino en un único dato, o quizá habría que decir medio dato, porque puestos a construir una hipótesis sobre un hápax, lo menos que cabría exigir es que este tuviera un parecido razonable, o que las diferencias fueran justificables de algún modo. En este caso, que yo sepa, nadie lo ha intentado siquiera. Beltrán acierta, a mi modo de ver, al aislar andos- y relacionarlo con Andossus, y esto es lo más seguro que se puede decir acerca de ese etnónimo, y no es poco, pero con ello en el fondo no hace más que dificultar aún más la posible relación con Andorra. Los paleohispanistas más rigurosos, como Javier de Hoz, sitúan en la Val d’Aran el límite oriental de la presencia de elementos lingüísticos eusquéricos. Y Andorra está muy lejos de Aran, incluso desde Saint-Lizier, el límite oriental de la onomástica aquitana, tienes casi tres horas en coche.
El artículo será riguroso, pero omite el dato más importante: que Andos-in-oi, por muy hápax que sea, contiene un primer formante que es idéntico al antropónimo aquitano con mucho más frecuente en la epigrafía de unos siglos después (dos docenas de Andox-es, con o sin derivación).
Reconozco que en esta cronología ya es muy difícil tener nada parecido a una certeza sobre nada. Pero me gustaría hacer dos observaciones. Polibio, según leí, tenía fama de mal escritor pero historiador riguroso. Y además, estuvo en Hispania, acompañando a Escipión en la campaña final contra Numancia.
Por otra parte, postular que la Ur-ur-heimat del euskera estuvo p’allá tiene otra ventaja.¿No es por allí (no sólo en Andorra) donde se encuentran esos topónimos que suenan tan euskéricos, del tipo Algerri, Esterri, Gerri, Igüerri, que gustaban tanto a Coromines y que explicaba por trasiegos de pastores y comerciantes euskaldunes que seguían rutas trashumantes y comerciales, en la Edad Media? Ahora bien, esos topónimos, aunque suenan euskéricos, no tienen la huella dactilar de la toponimia del euskera histórico: -eta, -aga, -(t)za, -(t)zu, etc., todos estos sufijos. ¿No será que por allí estaba el preaquitano? Al menos desde un punto de vista impresionista, según la estratigrafía del paisaje toponímico (cuanto más claro y entendible es un topónimo o un estrato toponímico para el hablante autóctono, tanto más moderno será), se da justo lo que se tiene que dar para que lo antiguo sea el paleo-paleo-euskera y los demás otros estratos posteriores: la toponimia euskeroide es poco inteligible, la romance lo es algo más. Lo contrario que en la región del euskera histórico, donde la toponimia euskérica es transparente, la celta y la latina más incipiente más oscura.
Bueno, el autor es historiador más que lingüista, ya sería pedirle mucho que conociera el antropónimo aquitano. En cuanto a los topónimos que suenan eusquéricos, en mi opinión también solo suenan. Existe en catalán diferentes tratamientos de la -r final, estudiados por Colomina 1996 («La simplificació dels grups consonàntics finals en català»). Por ejemplo, el rosellonés ferr corresponde en catalán oriental a ferro, pallarés ferre o ribagorzano ferri. En pallarés quizás es más frecuente -e (Escalarre, Bonestarre) y en ribagorzano -i (Llastarri, Benavarri), pero también hay -i en pallarés Esterri y mucho más a oriente. Algunos de estos nombres son claramente románicos, también para Coromines (Escalarre, Ginestarre, Llastarri, de llastó, ‘paja’). Yo tengo una lista de algunos que han pasado desapercibidos y que espero publicar algún día. En general pienso que, aunque algunas bases puedan ser prerromanas, no existe ningún sufijo prerromano -arre/-i, -erre/-i, como mucho podría atribuirse la evolución fonética a algún fenómeno de sustrato. Hay dobletes muy claros, como Siscarri/Ciscar (donde hay cisca, una hierba), Gerri/Ger (este quizás prerromano), Cubilarre/Cubilar (lugar donde duerme el ganado), Toscarri/Toscar (donde hay piedra tosca o toba), Alerre/Aler (alero, un término de los derechos de pasto) o en mi opinión Alcubierre/Alcover, pues el fenómeno se extiende por el alto Aragón (Alerre, Loarre, que es Lobarre en aragonés…). No me creo que los varios Javierre (frente a Javier justamente en Navarra) tengan que ver con etxe berri, no hay más topónimos vascos tan transparentes, aunque no tengo por el momento una explicación alternativa. Y en cuanto a Igüerri, la pronunciación local es Aigüerri, que admite explicaciones muy diferentes de lo eusquérico. Por cierto, hay un dicho curioso: «Els d’Aigüerri, collons de ferri, tringola d’aram, patarrin patarran».
Orkeikelaur: El topónimo Javierre proviene de *exa-berri, siendo exa- una variante oriental de etxe, etxa- Es algo que está tan archiestudiado como para ver fantasmas en ello.
Más que archiestudiado, yo diría archirrepetido acríticamente. Nadie parece haberse preguntado por qué en el supuesto Alto Aragón vascófono solo hubo casas nuevas, no viejas, ni de arriba, ni de abajo. O por qué esa «variante oriental» solo aparece en ese sintagma, con una forma de composición considerada medieval, sin que haya otros sintagmas que la muestren, etc., etc.
Pero Octavià, mesedez, si us plau…, ¿tú defendiendo la ortodoxia de una etimología tradicional frente a una heterodoxa?? No puede ser. Éste no es nuestro Octavià… Queremos que nos devuelvan al Octavià de siempre. El que piensa a la contra. El que se enfrenta al poder establecido.
Es cierto, como dice Orkeikelaur, que se hace extraño que no se documenten más casos con adjetivos distintos a «nueva», como «de arriba, de abajo, delante, detrás, vieja…» quitando «Javierregay», sea «-gay» «garai» u otra cosa diferente y donde se sigue dando la asociación «Javierre-«, pero hay que decir que el sintagma «etxeberri(a)/etxebarri(a)» es mucho más abundante en toponimia que cualquier otra fórmula. Muchos pueblos tienen alguna casa o barrio llamados «Etxeberri(a)/Etxebarri(a)» y muy pocos «Etxezar(ra)/Etxezahar(ra)». Se suele poner como ejemplo de mixtura éuscaro-romance a Jánovas con paralelo totalmente romance Cánovas. Se podría hacer la comparación de abundancia también en romance entre «-nueva» y «-vieja» y sin duda gana la primera por mucho, y no sólo a «-vieja» sino a otros adjetivos también.
La verdad, es difícil ver otra cosa que no sea «Casanueva» en esa construcción.
Polibio parece un bandarra si nos atuviéramos a la opinión del artículo, como resultado del obtuso propósito de derribo del primer más importante historiador, condición sine qua non para cuestionar la hipótesis aceptada por los expertos como la mas verosímil (andosinos=andorranos).
Son unos cuántos los burdos tópicos al uso a los que se acude en el artículo, lo que no parece el mejor procedimiento, pero lo inaceptable por faltar a la verdad es la conclusión a la que llega: “la menció [Polibio] als andosins, no podem ni saber si realment arribaran a existir”.
¿Pero cómo que no sabemos si existieron los andosinos?, en fin, sin comentarios.
Mikel, coincido contigo que el “andorrano” bien podría ser preaquitano, o quizá mejor, uno de los componentes que darían lugar a la formación del aquitano convenae, dado que los andosinos eran aliados que sirvieron al estratégico control pirenaico de Roma frente a los púnicos, siendo recompensados por ello. Puede que ésta sea la razón de tanto “and” en la inscripciones cónvenas, ofrendas de las élites entre los que se encontrarían en lugar privilegiado los fieles andosinos recompensados con la fundación de Lugdunum Convenarum foco de atracción de romanidad.
Me parece interesante también investigar la toponimia y la datación antigua al sur de los Pirineos, con posibles nexos con el paleo-euskera, para poder analizar diferentes posibilidades Me parece que habría que reparar en el topónimo Gracchurris, ciudad fundada por Tiberio Sempronio Graco en el 179 a. C, y con significado “ciudad de Graco”, muy posiblemente. En esta población se ha encontrado en signario paleohispánico la inscripción “lueikar+[—] “.
Ballester (2008, 200-201) indica que la secuencia “-eikar” recuerda poderosamente a la que aparece en la fórmula del defensor saluiense de la Tabula Contrebiensis (l. 16) [—]assius “[-]eihar”. La equiparación de los elementos no es mayor problema si se admite, como propone Ballester, que el silabograma ka simple esté grafiando aquí una fricativa glotal sorda, para lo que aporta el interesante paralelo del uso de g en alfabeto cirílico para /h/, como Tegerán para Teherán.
Tenemos Urruña en Lapurdi que equivaldría a Iruña
Tambien hay un poblado de la edad de hierro que sellama Urri en el vallo de Egues
Aquí una interesante conferencia de mi amigo pontarrí Antonio González sobre la historia genética de la península ibérica, en la que se habla bastante, como no podía ser menos, de los vascos, con especial atención a los agotes. En el mismo canal del MAN han colgado recientemente los videos de la última jornada del XV coloquio de paleohispánicas, aunque por desgracia se han dejado la de Joan Ferrer sobre las vibrantes ibéricas.
Gran conferencia, impresionante talento pedagógico, qué bien expone el status quaestionis y aclara lo que hoy por hoy es posible aclarar. Mila esker, Orkeikelaur!
Sumamente instructiva, la conferencia de Antonio González-Martín. Ahora bien, querría comentar dos cosas.
La primera. Lo que dice a partir de 42’ me parece muy sospechoso. Argumenta un trabajo, en el que no sé si participó él, que se publicitó hace tres o cuatro años, y en el que se llamaba “peri-Basque” a las regiones de Aquitania, para concluir que la población vasca ya estaba conformada en la Edad de Hierro (creo que incluso antes). Ahora bien, aun partiendo de la concepción tradicional estática, según la cual el euskera lo hablarían ya en la Antigüedad desde los autrigones por el oeste hasta los consoranni por el este, y desde el Garona hasta el Ebro, es ilógico denominar peri-Basque a la región donde con más esplendor se documenta el euskera hace sólo dos mil años (en realidad Convenae ni siquiera entraba en la región denominada peri-Basque en el estudio). Es decir, se proyectan conclusiones a la Edad de Hierro e incluso más atrás a partir de un paisaje genético del año 2020, ignorando la situación etno-lingüística intermedia de hace sólo dos mil años, que parece difícilmente congruente con esa conclusión. ¿Por qué? No lo sé, porque carezco de conocimientos técnicos en esta disciplina. Mi sospecha es que, en cuanto se juntan el tema de los vascos y el tema de los genes, uno tiene muchas posibilidades de acabar encontrando lo que busca. (Si a los genes añadimos la craneometría, la fisionomía, los tipos sanguíneos, etc., la historia de “encontrar lo que se busca” en la antropología vasca tiene una larga tradición en la que casi subyace un patrón recurrente, remontable al anatomista sueco Anders Retzius; recomiendo sobre este tema “Del Cromañón al Carnaval”, de Joseba Zulaika).
En el mismo estudio, algunos genetistas, con bastante audacia, veían incluso correlaciones entre marcadores genéticos y dialectos euskéricos, insinuando que los vascólogos deberían revisar su modelo según el cual la diversidad dialectal parte de la Tardoantigüedad / Edad Media, y considerar que se remonta a muchísimo más atrás. En realidad, aunque cuando emerge algo de documentación en el siglo X ya se constatan algunos rasgos del euskera occidental, el grueso de la diversidad dialectal existente en los dialectos del mapa bonapartiano (siglo XIX) se puede observar en tiempo real, porque la evolución es constatable en los documentos (información onomástica en la Baja Edad Media, textos a partir del siglo XVI). Aquí el sesgo o “bias” que muestran los firmantes de aquel artículo, al correlacionar marcadores genéticos remontables a la Edad de Hierro y dialectos históricos euskéricos, es incontestable (indicio de que mi sospecha de que en este tema uno acaba encontrando lo que busca quizás no vaya mal encaminada).
Segunda cuestión. Los “vascos” no fuimos tocados por ningún aporte genético norte-africano. Lo dice en 32’-33’, y luego otra vez en el gráfico que muestra a partir de 44’12’’. Si lo dicen los genetistas, será así. Ahora bien, uno que se lee la bibliografía básica que va surgiendo en diversos ámbitos, a veces encuentra hechos o datos incongruentes entre sí. No digo que no puedan tener explicaciones conjuntas y que las incongruencias no sean tales, pero al menos el investigador de cada ámbito debería ser consciente de ellas, y explicarlas mediante algún diálogo con el investigador del ámbito de al lado (me consta que Antonio González-Martín es de los investigadores que busca ese diálogo). Lo digo porque esta información (“los vascos no hemos recibido componentes genéticos significativos del norte de África”) choca con algunos hallazgos arqueológicos recientes, y en concreto con uno que sintetizo a partir de un párrafo de Juanjo Larrea…
“Todos los vecinos de Pamplona recordarán perfectamente que en 2002 apareció una necrópolis islámica, es decir una maqbara, al iniciarse las obras para el parking de la plaza del Castillo. Un hallazgo tan inesperado como significativo. Aunque no se pudo excavar completamente, porque una parte de la maqbara se halla bajo los edificios de la zona, casi doscientas tumbas mostraron que durante el siglo VIII vivió pacíficamente una comunidad islámica en Pamplona. De hecho, las proporciones por edades y sexos indican que entre los musulmanes de Pamplona no había solo soldados de la guarnición, sino familias corrientes al completo. Es de suponer que también habría algunos incipientes matrimonios mixtos” (Juan José Larrea, en Historia de Pamplona. Recorrido histórico por el pasado de la ciudad. I. Azkona Huércanos & R. Jimeno Aranguren eds., 2019, pág. 154).
A lo que se puede sumar el considerable léxico árabe en el euskera (aunque esto algunos lo suelen explicar por mediación romance, excluyendo el contacto directo prolongado con el árabe). ¿Se trata de una islamización cultural, producida muy rápidamente, de manera que ningún inhumado, o muy pocos, tenga que proceder del norte de África? ¿Se han analizado los genes de algunos de esos individuos? A pesar de lo espectacular del hallazgo, ¿un aporte genético de tal tipo, aun en el marcador uniparental masculino, sería poco significativo? Como mínimo, choca que no se hayan confrontado y comparado ambas informaciones, la genética y la arqueológica, en apariencia divergentes.
No, Antonio no figura entre los firmantes de ese estudio. El impresionante mapa del min. 33 en adelante es interesante porque coincide en muchos puntos con la distribución de las lenguas… de hace quinientos años.
En cuanto a la maqbara de Pamplona, existe un largo debate entre historiadores sobre la cantidad de los contingentes poblacionales venidos del norte de África a partir de 711. Por mucho que se minimicen, es evidente que los hubo, y parece de sentido común que menos cuanto más al norte. Pero justamente en este tema creo que los estudios genéticos nos pueden dar datos más precisos que las estimaciones de cualquier historiador, y como estar enterrado en una maqbara solo nos indica la religión del finado, no su acervo genético, de momento habrá que creer a los genetistas.
Por supuesto, no siempre los genetistas tienen la última palabra. Me pareció un poco ridículo que, cuando encontraron el pie de Irvine en el glaciar de Rongbuk, dijeran que había que esperar a los análisis de ADN. El pie estaba dentro de un calcetín con su nombre, dentro una bota claveteada como solo él y Mallory, localizado en 1999 con ellas puestas, podían haber llevado, y nadie más de esas primeras expediciones británicas murió por encima del collado norte, única forma posible de acabar en el glaciar de Rongbuk con botas claveteadas. O sea, 100% frente a ¿99%?
El conferenciante, sobre la singularidad de la población vasca actual sin ancestría romana y norteafricana, dice:
“La interpretación más plausible a estos datos [diapositiva Proporción de ancestría Edad Hierro, romana y norte africana] son, la población vasca:
– Se gesta en la Edad de Hierro.
– Se aísla por componentes geográficos.
– Se acrecienta el aislamiento por la lengua no indoeuropea.
– [Los puntos anteriores] hacen que sean poblaciones aisladas que evolucionan de forma distinta al resto de las poblaciones.
– Toda la visión que se tenía sobre que los vascos eran una población ancestral de Europa actualmente está totalmente desbancado, son una población de sustrato genético europeo con una historia demográfica singular”.
En la diapositiva:
– No tendrían ancestría romana Lapurdi/Batzan, Zuberoa, Roncal, Bizcaya, Guipuzkoa central.
– Sí tendrían ancestría romana Araba, Lapurdi Nafarroa, Centro Oeste, Nafarroa, Bearn, Bigorre, Vizcaya Oeste, Norte Aragón, Nafarroa, Oeste Vizcaya, Castellón.
Quedan algo confusa la selección de poblaciones de la diapositiva. Por otra parte, el conferenciante dice referirse a Euskadi y no al área de hablantes de euskera a lo largo de la historia, ni tampoco a las áreas de hablantes de euskera en la actualidad. En cualquier caso, parece claro que la singularidad referida no es extensible al todo el territorio de Euskadi, ni a las área de hablantes de euskera en la actualidad, ni a las áreas de hablantes de euskera a lo largo de la historia. Esto dificulta la interpretación.
Esta supuesta historia demográfica singular referida, quizás, habría de completarse con cronología para poder interpretarse mejor:
– Toda población de la Península Ibérica “se gesta en la Edad de Hierro”. O sea, no había ninguna diferencia en la Edad de Hierro entre la población de Vizcaya y la de Cantabria, el aislamiento y la lengua eran similares, no había singularidad en la Edad de Hierro.
– La singularidad referida se habría de producir con posterioridad a la Edad de Hierro, y a juzgar por la desigual proporción sería diferente en según que población de Euskadi.
– ¿Por qué se produce la singularidad después de la Edad del Hierro?, he ahí la cuestión.
Esta supuesta historia demográfica singular referida de la población de Euskadi, en mi opinión, se empezó a gestar a partir del 507.
Ya perfilé hace medio año en este blog el proceso de integración en el estado hispanogodo del segmento del norte peninsular encuadrado entre Finisterre y el río Gállego (Vid. “Aldaieta y la historia lingüística de Vasconia”, Cantaber: 04, 05 y 06 de octubre del 2024), pero quiero ajustarlo un tanto más respecto del espacio encuadrado por el Deva astur y el Bidasoa durante el poco más de medio siglo que media entre los años 531 -fecha del acceso al trono del rey Teudis- y 585, momento en que Leovigildo sometió el “Suevorum Regnum”. Tras una larga y detenida reflexión, considero que puedo ofrecer en estos momentos una perspectiva más científica y novedosa sobre algunos aspectos críticos de la adscripción al “Wisigothorum Regnum” de los viejos espacios étnicos de los galaicos, astures, cántabros, autrigones, caristios y várdulos.
Al decir de San Isidoro, por el tiempo en que Teudis se hacía con el poder, el reino hispano de los godos se desenvolvía “angustibus fínibus”, tras haberse dilapidado una parte significativa del territorio que había acopiado Eurico antes de ser asesinado en Arlés el 488. Dado que era ya imposible caer más bajo -sobre todo tras haber tenido que dejar en manos de los francos merovingios el año 507 la generalidad de Aquitania y una parte no despreciable de la Septimania-, no pudo por menos que comenzar a abrirse paso entre la aristocracia germánica un urgente y agudo sentimiento de recuperación del rumbo perdido, sopena de disolución del pueblo godo como entidad geopolítica. El propósito general era muy simple: promover una cruzada sistemática y sostenida para recuperar cuanto antes el patrimonio que había pasado a manos de un sinfín de “pervasores” y “tirani”.
Como siempre se puede ir a peor, la situación no hizo más que agravarse con la entrada en el valle del Ebro por Pamplona el año 541 de un potente ejército comandado por cinco líderes merovingios, de los cuáles conocemos el nombre de los reyes Clotario y Childeberto. La intención de dicha comitiva era bien clara: rapiñar al máximo la “Provincia Tarraconensis” y retornar a casa con el botín, propósito que cumplieron de forma sistemática y sin contradicción alguna durante cincuenta días, aunque fueron incapaces de tomar “Caesaraugusta”.
El retorno debió ser parsimonioso y desordenado -estimulado por la enorme impunidad con que habían actuado- y desprovisto de cualquier tipo de prevención, pues no parecían especialmente preocupados por haber dejado indemne a sus espaldas a “Pampilona” -que desde el año 473 había pasado a control hispanogodo, por iniciativa de Eurico-, ni imaginaban para nada una posible encerrona de los germanos en los pasos pirenaicos. El descalabro militar es bien conocido a través de Gregorio de Tours, Jordanes y San Isidoro: el grueso del ejército fue desbaratado por el general Theudisclo entre el “arva pampilonensis” y el paso de Roncesvalles y no pocas de las formaciones rezagadas, cogidas por sorpresa y agobiadas por el botín, tan solo consiguieron evitar la muerte mediante pagos y la entrega de lo rapiñado.
Pero no todas las comitivas llegaron a tiempo. Ciertas partidas que no lo hicieron durante el plazo de un día y una noche que les dio el general para atravesar la gran barrera pirenaica solo pudieron salvar el pellejo dispersándose por las inminentes y futuras comarcas de Vizkay, Álava, Alaón y Urdunia. Pusieron, sin embargo, gran empeño en no arriesgar su futuro instalándose en parajes comprometidos. De hecho, se reciclaron allí donde todavía no había llegado la amenazadora mano de los visigodos ni en las comarcas pastoriles controladas por los euskaldunes. Sabemos, por ejemplo, con seguridad que uno de los fugitivos cualificados, el “dux Francio”, encontró un plácido acomodo en la vertiente atlántica: Asturias de Santillana, Trasmiera, Sopuerta y Carranza.
La arqueología ha encontrado el rastro de estas agrupaciones merovingias en Santimamiñe, Finaga, Arguiñeta, Garai, Aldayeta, Los Goros y Alegría/Dulantzi, cargando de sentido el texto del Fredegario que menciona la presencia en el litoral cántabro de un “dux” que tributó “multo tempore” a los monarcas transpirenaicos. Puesto que ya eran católicos cuando optaron por la dispersión como medio de salvación, sus iglesias y la devoción a San Martín de Tours les acompañaron hasta su plena subsunción entre los nativos, al igual que la peculiar práctica merovingia de la “inhumation habillée”. Como ya hemos subrayado anteriormente, ninguna de las necrópolis y centros de culto referenciados estaba enclavada en territorio euskaldún. De hecho, en la medida en que los vascones del “saltus” permanecían paganos por esas fechas -al igual que los wascones del norte-, las iglesias primigenias de estas gentes están aún por descubrir.
La victoria de los visigodos sobre los reyes merovingios -considerada por todos como sorpresiva e inusitada- confirmó a Teudis y a la élite gobernante en la inexcusable necesidad de enmendar el desmadejado rumbo del reino y de recuperar el espacio perdido a manos de “pervasores” y “tirani”.
La idea maduró con cierta parsimonia hasta que cayó en manos de Leovigildo (573-586), que decidió acelerarla y llevarla a término de manera sistemática e inflexible, pero con prudencia y tiento. Comenzó por el sur de la Cordillera Cantábrica y, por lo que sabemos, lo hizo a pequeños pasos: el 573 sometió la Sabaria y a los Sappos, el 574 venció a Aspidio y ocupó los Montes Aregenses, ese mismo año se movió hacia oriente y rescató la Cantabria de Amaya y el 581 se desplazó aún más hacia levante y neutralizó la Vasconia que rodeaba a “Victoriacum”. Todo un sabio programa geoestratégico desarrollado por orden, por partes y por tiempos. El sometimiento de “partem Vasconiae” el 581 incluyó las necrópolis de Alegría/Dulantzi, Aldayeta y Los Goros.
A la conquista siguió de forma automática la organización político-administrativa del espacio incorporado, de tal manera que, sin solución de continuidad, fueron prefigurados un “Comitatus Asturicensis” (Zamora y Ourense, 573-574), un “Comitatus Cantabriae” (Amaya, 574) y un “Comitatus Vasconiae” (Álava, Alaón y Urdunia, 581). El sometimiento de la Cantabria meridional el 574 asustó tanto al “dux Francio” que ese mismo año abandonó la costa, dejando a la intemperie el litoral centro-oriental (Asturias de Santillana, Trasmiera, Sopuerta y Carranza), en tanto que el segmento centro-occidental, Primorias (entre el Sella y el Deva astur), se mantenía en manos de los irreductibles “ruccones”.
El gran monarca visigodo denominó “Vasconia” al microcondado articulado en torno a “Victoriacum” el año 581 no porque allí hubiere vascones sino porque era el etnónimo más relevante que tenía a mano y porque el proyecto que trataba de sacar adelante aspìraba a reintegrar al reino hispanogodo la generalidad del espacio vascón que habían perfilado los romanos durante la fase de la “etnia colonial”. Es decir, aquel importante escenario que, tras las campañas de Gundemaro (610), Sunthila (621) y Wamba (673), habrían de gestionar hasta la llegada del Islam -y parcialmente después- el muy famoso conde Casius, “qumis al-tagr”, y la no menos renombrada “dawla” banuqasi. O sea, el “Comitatus Vasconiae”, creado exprofeso por los visigodos para impedir que jamás volvieran a transitar los corredores pirenaicos formaciones militares tan dañinas como la capitaneada por los reyes merovingios el 541.
Cuando -tras el sometimiento de una fracción tan extensa del somontano cantábrico- Leovigildo volvió a la carga se centró en el litoral que mediaba entre Finisterre y el Bidasoa. Así el año 585 sometió en un solo movimiento militar el “Suevorum Regnum”, aunque su muerte, sobrevenida al año siguiente, dio al traste de forma transitoria con el proceso de “reconquista de los pueblos del norte”. Leovigildo fue, más que nadie, el gran debelador de los “pervasores” y “tirani” y, a su desaparición, tan solo quedaban fuera del reino el espacio litoral que mediaba entre los ríos Sella y Bidasoa, es decir, el territorio de los “ruccones” (Primorias), el segmento costero que había dejado libre en Cantabria el “dux Francio” (Asturias de Santillana, Trasmiera, Sopuerta y Carranza) y la Vasconia oceánica hasta el Bidasoa (“Vizkay”, genuino territorio barduliense que acogía a la mayor parte de las necrópolis merovingias tantas veces referenciadas).
Como ya hemos apuntado, Leovigildo murió al año siguiente de haber agregado al reino hispanogodo la generalidad del estado suevo. Desde el 586 quedaba, pues, de sus herederos la doble responsabilidad de incorporar la costa que mediaba entre el Deva astur y el Bidasoa y de neutralizar los espacios que colgaban de la vertiente peninsular del Pirineo occidental.
Ambas eran cuestiones de estado, pues, al obligado rescate del espacio perdido en el pasado, se sumaba ahora el imperativo de atender el vidrioso problema que suscitaban las crecientes apetencias de los francos sobre “Wasconia”, cuestión que imponía a los visigodos la necesidad de hacerse presentes en la línea fronteriza que -en su condición de herederos exclusivos y excluyentes de Roma en Hispania- habían asumido como propia en el espinazo pirenaico.
La tensión entre francos y “wascones” venía de lejos. Venancio Fortunato la remonta al 561, aunque la verdadera tormenta no estalló hasta dos décadas después, el 581, cuando Clotario I atacó a los “wascones” bajo la égida del general Bladastes, que, para sorpresa de todos, cosechó un monumental descalabro militar, con exterminio de gran parte de su ejército.
Como era de esperar, el estropicio encendió los ánimos hasta el punto de que al año siguiente el propio poeta animaba al conde Galactorio de Burdeos a hacer carrera atacando a los montañeses y arrebatándoles territorio. Todo ello en un contexto enervado por las feroces campañas de depredación y exterminio que realizaban los francos entre Loira y Garona y por las intempestivas aspiraciones del usurpador Austrowaldo, que el 585 se adueñó de “Lugdunum Convenarum”. Esto no pudo por menos que empeorarlo todo, pues desencadenó la feroz respuesta militar de Gontrán de Borgoña, que no sólo arrasó la ciudad y su entorno sino que programó la penetración en Hispania, propósito que, sin embargo, quedó finalmente en nada por la ineptitud del general Bossón.
Lo verdaderamente insólito de todo esto no eran la generalización de la guerra y su extremada crudeza sino la capacitación que habían mostrado los “wascones” al derrotar tan contundentemente a Bladastes, inimaginable en unas gentes que habían vivido en paz desde hacía más de medio milenio, exactamente desde que Corvino Mesala les integrara en el “imperium” dos décadas antes del cambio de Era. Si aquello fue extremadamente sorpresivo, mucho más inopinado resultó comprobar que las campañas de los merovingios contra los “wascones” en la vertiente de allá tenían reflejo automático entre los “vascones” de la vertiente de acá, a quienes nadie había osado molestar desde hacía cientos de años.
En este clima de perplejidad geoestratégica Reccaredo sucedió a Leovigildo el propio año 586 y, apenas tomó posesión, pudo advertir en directo que las rapiñas de animales y personas que acaban de realizar los “wascones” en las campiñas transpirenaicas las estaban repicando los euskaldunes cispirenaicos en el territorio cuya gobernanza acaba de asumir. ¿Cómo dar cuenta razonada de todo esto?
Kaixo, Mikel. He leído con muchísimo interés tu artículo. Me ha parecido un trabajo muy bueno, con datos filológicos de gran valor. Me ha gustado la conexión que estableces entre la onomástica aquitana y la toponimia al norte de e Navarra, así como el planteamiento del “ADN onomástico” como rastro del EBZ en su desplazamiento.
Aprovecho para lanzarte algunas dudas que me han surgido:
1. En el recorrido que planteas para los rusticani, ¿has encontrado rastros toponímicos de onomástica aquitana en las zonas de Iparralde y Bearne? Me pregunto si hay huellas intermedias en ese trayecto que ayuden a reforzar la idea de continuidad y recorrido.
2. Por otro lado, hay algunos nombres de la lista de PI que propones que me cuesta relacionar directamente con la onomástica aquitana atestiguada. Por ejemplo: Gendule, Betelu, Buruto, Azter (ibérico), Étulu y Oro. Probablemente se me escapa información al respecto.
Sobre la interesante propuesta de la conexión entre la onomástica aquitana y dos elementos onomásticos vizcaínos del s. X (Ahoztar, Hotar) y su sufijo -tar, me parece necesario recordar que este sufijo también se atestigua en el vascónico de las tierras Altas de Soria (Ve lar[–] thar) y en el ibérico como -taŕ.
Eskerrik asko, Eneko, iruzkin eskuzabal horiengatik. Las preguntas que planteas son muy buenas. Prometo responder, o bien mañana, o bien pasado. De hecho aunque no hubiera preguntas (que me alegro que sí), pensaba hacer un comentario general amplio sobre el stock antroponímico de los rusticanos (tanto de los antropónimos que se traen de Aquitania, como de los que parecen formar estando ya en Navarra), que al fin y al cabo es el tema principal de esta entrada.
Para entender lo sustancial de este relevante cuadro gepolítico, es de rigor rememorar algunas de las circunstancias que concurrían en el momento en que Leovigildo subió al trono. De los visigodos, cabe repentizar cuatro: que la debacle ante los francos les había reducido a la condición de apátridas; que las bases territoriales que habían establecido previsoramente en la Península Ibérica se habían quedado finalmente en nada tras la muerte de Eurico; que no contaban ya con ningún otro escenario para realizarse y sobrevivir que no fuere Hispania y que -aún con todo- mantenían la categoría de confederados de Roma adquirida en tiempos de Walia. De los euskaldunes de una y otra vertiente, cabe retener otras tantas: que eran pastores desde tiempo inmemorial; que desde la IIª Edad del Hierro estaban organizados en régimen de trasterminancia; que Roma les había integrado como un todo respetando su organización y que, gracias a ello, llevaban más de un milenio viviendo en paz en los valles pirenaicos.
Cabría inferir de todo esto que ambos concurrentes estaban abocados a chocar entre sí a cierto plazo, al menos por iniciativa de los visigodos. Y, sin embargo, no hubo tal. Eurico les integró en el reino sin aspavientos al conquistar la totalidad de la “Provincia Tarraconensis” el 473 y cuando murió Leovigildo el 586 ni tan siquiera había un mal gesto que reprochar a los germanos. De hecho, ni se habían acercado físicamente a los lares pirenaicos. Y es que la amenaza no provenía de Hispania sino de la Gallia y que no lo representaban los visigodos sino los merovingios. Puesto que ya conocemos las provocaciones de estos, trataremos de razonar sobre el impacto que tuvieron en el andamiaje organizativo de los euskaldunes de una y otra vertiente.
El tinglado articulado para la supervivencia por dichas gentes se asemejaba muy mucho a un castillo de naipes, anclado a un tiempo sobre ambas vertientes, que, en lo que hace referencia a la Gallia, se prolongaba por los valles que descendían hasta el Adour y el Alto Garona y, en Hispania, por los que alcanzaban el Oria y la costa en la vertiente atlántica y los aledaños del Ebro en la vertiente mediterránea. La clave de bóveda de tan magno tinglado eran los pastizales de altura, que imponían una rígida y disciplinada organización a los habitantes de cada valle y obligaban a pactar su aprovechamiento a todos los valles circunvecinos. Un grandioso y refinado ecosistema de supervivencia en el corazón de la montaña, cuya agresión en un punto comportaba inevitablemente la precipitación del conjunto. Y así fue. El ataque de Clotario I y Bladastes el 581 a los wascones noroccidentales y de Gontrán de Borgoña a los wascones centrales el 586, obligó al sorprendido Reccaredo a tener que salir al paso el 588 de las correrías que inusitadamente emprendieron los vascones peninsulares.
Agredido el ecosistema de supervivencia en un punto concreto, el andamiaje se resintió efectivamente en su armazón constitutivo, y sus milenarios y apacibles beneficiarios pastoriles, eficazmente organizados hasta entonces, tuvieron que transformarse en un santiamén en feroces rapiñadores para sobrevivir.
Nadie en absoluto -ni dentro ni fuera de la Península Ibérica- pudo imaginar hasta el mismísimo momento en que Reccaredo se topó con sus correrías que algún día los vascones habrían de engrosar la larga lista de “pervasores” y “tirani” que los visigodos tuvieron que combatir para afianzarse geopolíticamente en Hispania, entre otras razones porque para esas fechas ya formaban parte del reino y porque nunca habían dado muestras de irascibilidad.
Era cierto que mucho tiempo antes, el año 407, los nativos cispirenaicos habían mostrado capacidad para contener la caballería de los suevos, vándalos y alanos en Roncesvalles, pero en realidad había sido cosa de ciertas partidas de “rusticani”, es decir, de antiguos pastores reciclados por Roma como agropecuaristas asalariados en el corredor de la vía “Ab Asturica Burdigalam” con la misión de controlar la circulación. Desde entonces habían transcurrido 180 años y nadie había vuelto a acordarse de ellos tras haber sido relevados en dicha misión por Geroncio el 409 en beneficio de los “honoriacos” y sustituidos por Honorio el 418 por unos nuevos y flamantes “guardiatores” del Imperio: los visigodos de Wallia. De hecho, nadie les detectó cuando este monarca entró en Hispania por dicha vía en persecución de los suevos, vándalos y alanos, ni cuando lo hizo Teodorico I, ni cuando Rekhiario pasó sembrando muerte y destrucción a la ida y a la vuelta de Toulouse. Tampoco -en fin- estaban por allí cuando los reyes merovingios la utilizaron para acceder al valle del Ebro el 541, ni cuando Teudisclo masacró a las desdichadas comitivas que intentaban volver a casa atiborradas de botín.
Parapetados en sus lares montanos, los pastores euskaldunes no dieron, en efecto, señales de vida hasta el 588 porque nadie hasta ese momento les había provocado ni había puesto en peligro su ecosistema. Ese fue realmente el detonante que les puso en el sendero de la guerra. Pero no por culpa de los visogodos sino de los merovingios y no para exhibir ferocidad sino para sobrevivir.
Sobre la habitual propuesta «javierre» < *exa-berri" replica Orkeikelaur ahi arriba: …Nadie parece haberse preguntado por qué en el supuesto Alto Aragón vascófono solo hubo casas nuevas, no viejas, ni de arriba, ni de abajo…
No se si ha tomado en considración algunos nombres de casas: Chibarne, Chanretor, Chandomen, Chacona… («Casas y lugares de Anso», de J.J. Pujadas y Dolores Coma, 1994)
Sobre la habitual propuesta javierre < *exa-berri, replica Orkeikelaur ahi arriba: …Nadie parece haberse preguntado por qué en el supuesto Alto Aragón vascófono solo hubo casas nuevas, no viejas, ni de arriba, ni de abajo…
No se si ha tomado en consideración algunos nombres de casas de Anso: Chibarne, Chanretor, Chandomen, Chacona… («Casas y lugares de Anso», de J.J. Pujadas y Dolores Coma, 1994)
Es que Chanretor y Chandomén son clarísimos ejemplos de Chuan > Chan, reducción frecuentísima en nombres de casas del Alto Aragón (y Alta Ribagorça, como mínimo) cuando se une al apellido (u otro nombre, como Miguel en Chanmiguel, u otro determinante, como Retor). Otro ejemplo sería Chambonet de Vilaller, que da nombre a un bar. Chibarne sí que parece venir de Etxebarne, pero es claramente un apellido vasco, nada raro en Ansó, que está al lado de Roncal.
Por cierto, no soy el único que desconfía: recuerdo que Caro Baroja, creo que en «Sobre la toponimia del Pirineo aragonés», relacionaba los Javierre con latín scaber, idea que no me acaba de convencer, pero que prefiero a etxeberri. Por cierto, un artículo muy recomendable.
Chanretor, Chandomen…clarísimos ejemplos de Chuan (Juan) > Chan…en Alto Aragón…
Según eso, ¿la casa «Chanretor» sería casa «JuanRetor»? ¿»ChanMiguel» > JuanMiguel?
En Artzibar, bajando por Ibañeta – Orreaga, destaca un monte majestuoso sobre el valle que los del lugar» lo conocen «desde siempre» como JUANDETXAKO o JUANDECHACO.
Pero JUANDETXAKO no parece que haga referencia a ningún JUAN, parece que proviene de un JAUN DONE JAKUE (señor santiago) porque el monte destaca sobre un *antiguo camino Jacobeo…
Ilun-berri, Javerri, Javerrigaray…en la misma zona de Javier…(en documentos: Isciavier, Iscabier, Escaberri, Exavierre, Exivierre, Exabirri…)
Basajaun, pasando al Aragón occidental, se llama Basajarau, Bonjarau o Bosnerau. Con j, no con ch. Y palabras en aragonés con j se cuentan con la palma de la mano. Y cuando pasamos a Sobrarbe (ya fuera del área de influencia directa del reino de Pamplona) el personaje cambia algo y se llama Chuanralla o Juanralla.
Otra vez un Juan que es un señor.
Pero si los Javierres tuviesen un Jaun dentro, entiendo yo que se se esperaría haber encontrado algún registro de Jamierre o Jambierre. Y creo que no lo hay.
Creo que haces bien en desconfiar. Sin embargo, cualquier teoría tendría que explicar, por ejemplo, cómo el antiguo topónimo Exaver Pekera (o Pequera) ha llegado a nuestros días cómo Casa Nueva, junto a Casa Pequera, en Loarre/Lobarre.
Además, estos topónimos aparecen sólo en zona que fue Reino de Pamplona (como prácticamente la totalidad de topónimos aragoneses directamente explicables desde euskera)
Un resumen del topónimos Javierre en Aragón se puede encontrar aquí, páginas 11 a 13 https://revistas.iea.es/index.php/ALZ/article/download/2643/2637
La verdad es que no me creo que en fechas posteriores al 1091, que es cuando se documenta Exaver Pequera según Ubieto (Toponimia aragonesa medieval) aún se conociera el significado de ese topónimo, si realmente era vasco. Otro apunte: en el artículo que citas se menciona la aféresis de e- en Chabierre (salvo en Bielsa Ixabierre). Para aclarar las cosas: en catalán occidental y aragonés oriental -x- siempre va precedido de -i-, aunque esa -i-, que no se pronuncia en catalán oriental, ha pasado a la ortografía común fabriana. En catalán occidental y creo que en todo el aragonés, la x- inicial se pronuncia ch-, pero antiguamente se mantenía, eso sí, precedida de i- (o ei-), como en interior. Así, Eiximenis (Jiménez). Por eso Ixabierre, Xaverre, Chabierre remiten todos a un original xa-. Es decir, que la aféresis lo sería en todo caso de una vocal muy probablemente epentética, con lo cual no hay prueba de la e- de etxe. Es decir, lo único que tenemos con seguridad es xa-, sin vocal inicial, con fricativa en vez de africada, y con -a por -e, que es lo único que podría justificarse como cambio en composición. Además, ese artículo incluye en la lista formas como Jabarrella, Jabarrillo, Jabarraz, que rizando el rizo implicarían una forma vizcaína barri. Yo creo que es para desconfiar. Es cierto que Michelena aceptaba la ecuación Javierre/Etxeberri, pero también es cierto que su reseña al libro de Coromines ‘Estudis de toponímia catalana’ es sorprendentemente poco crítica, de hecho nada crítica, sino extremadamente elogiosa, quizá en cuestiones toponomásticas se fiaba en exceso de un Coromines cuyas propuestas en este campo están siendo cada vez más puestas en tela de juicio (salvo por su escuela, Terrado y otros). Y que conste que no niego que pueda haber toponimia vascoide en los Pirineos.
Muchas gracias por esta explicación, Orkeikelaur. Así se entiende mejor la duda. Está claro que falta rematar algo, como en otros muchos casos hablando del euskera.
Creo que Caro Baroja patinaba ahí dando más opciones a «scaber» que a «Etxaberri». No recuerdo si llegaba a justificar la aparición antigua de una vocal «e» anterior y luego el paso de la pronunciación latina de «-sc-» a «ex-» para que diese el moderno «Ixabierre». No tengo tiempo de buscarlo ahora.
Observar qué es lo describe el topónimo también me parece interesante.
En este sentido, Larrabasterra, me parece oportuno el ejemplo de los «etxeberria» que has puesto ahí arriba. Efectivamente, etxe-berriak eran las casas nuevas que se hacían generalmente en el exterior. Es decir, existían “las casas” (las casas paternas, las casas «madre») y existían las casas nuevas. Existían las villas y las villanuevas, hiriberri, villanovas. Eliza y elizaberri.
Las «jaberri – exaberri – javier» que yo conozco están también en el campo, extrarradio de las casas «madre»:
—Jaberri – Xaberri de Lónguida a bastantes millas monte arriba de la ruta principal.
—Javier está en el extrarradio “más arriba” de Sangüesa.
—Javierre, más arriba de Bielsa, que a su vez está camino de Monte Perdido y Ordesa
Diría que esa (posible) «etxe (e)txa» een Javerri-Javier-Javierre no es la domus-vivienda (principal, la vieja), podría ser la «nueva» con funciones de «casa de campo», la dehesa, el coto (ganadero, de caza…incluso de refugio y defensa en caso de ataque y rapiña a la casa principal).
A mí me sigue pareciendo la opción más creíble. Los Casanueva/Casanova, Villanueva/Vilanova, Etxeberri/Etxebarri, Iliberri/Uribarri/Hiriberri son los que han abundado siempre con mucha diferencia.
Volviendo al inicio del debate, es decir, a la antroponimia como indicador de desplazamiento de poblaciones y lenguas, es especialmente sugerente la toponimia de la Bizkaia navarra en el valle de Aibar, poblados y despoblados, pues nos deja algunos nombres que pueden ayudarnos en resolver problemas planteados: Arteta, Gardaláin, Getadar, Julio, Loya, Sabaiza, Usunbeltz, Eyzko,Usaregi, Ayesa y Ezprogi.
Especialmente interesantes son en mi opinión y relacionados con el tema que abordamos, Gardaláin y Getadar. Respecto al primero, nos retrotrae en mi opinión al mencionado aquí GardeLe, y el segundo, despoblado y convertido en refugio, Getadar se puede relacionar, por su sufijo con Ahoztar,y quién sabe si con algún equivalente en tierra aquitana.
No hay muchas vueltas que dar para captar científicamente lo sustancial de la realidad material, social y cultural que sobredominaba el Pirineo occidental inmediatamente antes de la detonación que dio al traste con la secular apacibilidad de sus gentes en la segunda mitad del siglo VI d. C. Y ello por igual en la vertiente continental que en la peninsular. Sus inquilinos eran mayoritariamente pastores trasterminantes, organizados en comunidades de valle, apacibles en lo fundamental por dedicación y tradición, eminentemente paganos, primordialmente euskaldunes y férreamente conectados entre sí por los pastizales de altura, cuyo aprovechamiento tenían que concertar para sobrevivir.
La fuentes literarias distinguen a los “wascones” de los “vascones”. Aquéllos, habitaban la Gallia entre la línea de cumbres y los cursos transversales del Adour y del Alto Garona, insertados en los valles diagonales que tajaban los ríos Nivelle, Nive, Gave d’Aspe, Gave d’Ossau, Gave de Pau, Adour, Baisse, Gers, Save y Garonne. Éstos habitaban Hispania a uno y otro lado de la divisoria que discriminaba aguas tanto hacia la costa atlántica -valle del Baztán, prioritariamente- como hacia el curso del Ebro: valles de Ultzama, Erro, Salazar y Ronkal, entre otros.
A mediados de la sexta centuria, los euskaldunes suscitaban intereses contradictorios. Eran atractivos para la Iglesia misionera del momento, que quería ganarles para su causa, al igual que para los francos y visigodos, que pretendían extender sus respectivos estados hasta la frontera que los romanos habían implementado en el espinazo pirenaico para separar Hispania de la Gallia.
Les despreciaban abiertamente, por contra, las élites circunvecinas por su arraigado enclavamiento en el medio montano, por sus arcaicas condiciones de vida -lengua, práctica económica, actitud religiosa y organización social- y por su incapacidad para evolucionar. Desconocían por completo sus habilidades para levantar cordones culturales frente a terceros para preservar su idiosincrasia, para dar salida a las plétoras demográficas mediante “euskaldunizaciones tempranas” por vía de trashumancia -como hicieron en la Cordillera Ibérica y en el Pirineo central- y para incorporar a sus formaciones vallejeras los hábitats castrales que debían protegerles contra el incremento de las tensiones político-militares e institucionales.
En todo caso, se trataba de gentes que no estaban dispuestas a abandonar su hogar si las condiciones de vida no se tornaban insoportables o las agresiones externas no superaban su capacidad de resistencia. En cuanto que pastores especializados, sabían perfectamente que aquellos no eran tiempos favorables ni para el nomadeo ni para la trashumancia, que la reconversión al agropecuarismo era siempre incierta y más en tierra extraña y que nada de ilusionante tenía la desesperanzada errancia de los “latrocinantes”.
He señalado ya en anteriores aproximaciones cómo el desarrollo demográfico del Bronce Final dio pie en las campiñas del valle del Ebro al incremento de la tensión bélica al atacar los sobrantes a los parientes opulentos que les desalojaban del beneficio social, circunstancia que exigió a éstos a auparse a los altozanos durante la Iª Edad del Hierro para defenderse de la agresión. El resultado fue la universalización del hábitat castral en los espacios abiertos y, con él, el cambio del modo de producción y del régimen de propiedad.
Como era de esperar, la tensión prendió también en los ambientes megalíticos de dedicación silvopastoril y la reacción de los montañeses consistió el asumir el régimen castral como hábitat habitual, pero no antes de la IIª Edad del Hierro y no solo por razones demográficas. El factor causativo primordial fue, más bien, la necesidad que sintió cada comunidad de valle de proteger mejor a las personas y a los animales de la creciente presión que ejercían las agrupaciones circunvecinas sobre el espacio y los medios de supervivencia tanto en la línea de cumbres como en las divisorias de aguas y en los espacios abiertos de los fondos de valle. Al integrar el régimen castral, la organización genuinamente pastoril se vio reforzada con una modalidad de autoprotección evolucionada y eficaz, que le confirió un plus de consistencia.
De ahí que cuando estalló la tormenta político-militar e institucional promovida por los francos continentales que hizo tambalear las bases de sustentación del mundo pastoril, los nativos montanos se encontraran suficientemente pertrechados para no dudar en responder con campañas de depredación al acoso de sus agresores. Por primera vez en la historia reciente del Pirineo occidental entró en acción una formación militar constituida por “saltuarii” genuinos, por pastores propiamente dichos, versión que estaba a años luz en capacidad de combate del endeble sucedáneo paramilitar ya desaparecido que, bajo el apelativo de “rusticani”, había promovido Roma dos siglos antes para controlar la circulación por los corredores viarios.
Para cumplir sus cometidos, las comunidades pastoriles se organizaron en mesnadas militares dotadas de gran movilidad y versatilidad, iniciando aquella conflictiva secuencia bélica que depararía la aparición de auténticos “señores de la guerra”, una parte minoritaria de los cuales, acosada por Reccaredo, se vio forzada a emigrar muy pronto hacia la depresión vasca, en tanto que la fracción mayoritaria consiguió resistir mal que bien parapetada en el corazón de la barrera pirenaica las potentes campañas capitaneadas por Gundemaro y Suinthila para terminar sentando las bases constitutivas del inminente Reino de Pamplona.
Durante el Reino visigodo de Tolosa se evidenció el conflicto permanente entre visigodos y aquitanos. Las élites aquitanas, con el clero a la cabeza hostil al arrianismo visigodo, resultarán claves en la expulsión de los visigodos de Aquitania sustituidos por los francos con quienes forman alianza, a la que habría que sumar la establecida proverbialmente con el Imperio bizantino. Hacia poco que los bizantinos habían ayudado a los francos en las sucesivas derrotas de los visigodos a manos francas en los territorios más al norte de la Galia, y habían sellado la alianza con los francos nombrándoles oficialmente herederos del Imperio de occidente. La alianza se cernía también sobre las conquistas bizantinas en la Península Itálica de las posesiones ostrogodas, a quienes habían capturado su capital Rávena un año antes de la incursión franca a Zaragoza.
Los francos tuvieron problemas en la retirada de la incursión a Zaragoza al llegar a los pasos pirenaicos. Según la interpretación de Venancio Fortunato por Barbero y Vigil, hubo enfrentamiento entre francos y vascones al intentar los monarcas merovingios forzar los pasos pirenaicos navarros, sin éxito. Si así fuera, esto querría decir que antes de mediados del sigo VI los vascones ya estaban organizados militarmente para destruir a la retaguardia franca como años después volvería a demostrar en Roncesvalles.
En el momento de la incursión la situación de los visigodos en Hispania era inestable y débil. De hecho, los ostrogodos dirigen las acciones para el control discutido y parcial de Hispania, mientras los visigodos se desangran en crisis de sucesión permanente tras las sucesivas derrotas en la Galia a manos de los francos. Es probable que la incursión a Zaragoza fuera promovida por Justiniano, que había sellado años antes una alianza con los reyes merovingios, y conocía de primera mano la debilidad visigoda, lo que querría aprovechar para su plan de anexionar Hispania de nuevo al Imperio. No es descartable que vascones y visigodos pudieran ser aliados puntuales en esta incursión franca. En ese momento, las fuerzas visigodas no podrían ser el enemigo que años después fueran para la supervivencia neovascona, a partir de Leovigildo; por el contrario, los francos sí que suponían una fuerte amenaza para la supervivencia de la nueva Vasconia, sobre todo en la vertiente septentrional pirenaica.
De hecho, Teuidis, quien se erige como líder de la situación, viene a ser un ostrogodo que consigue la corona visigoda en Hispania, lo que muestra la crisis sucesoria, política y militar de los visigodos en el momento de la incursión franca a Zaragoza, hasta que Leovigildo impone el nuevo rumbo del Reino visigodo Toledo. No es de extrañar, y es lo más lógico, que los visigodos en situación precaria se sirvieran circunstancialmente de la ayuda de los vascones cuando hablamos de los pasos pirenaicos. Lógicamente los vascones recibirían a cambio de algo valioso en aquel momento de autoafirmación euskaldún, y que, efectivamente, germinaría en el naciente Reino de Pamplona hasta culminar en uno de sus herederos, el Reino de Castilla, y la transmisión euskaldún en el origen vehicular del castellano como expresión de su expansión.
Justiniano, disponiendo de las tropas liberadas tras la conquista de Rávena, y habiendo comprobado la debilidad visigoda en el paseo militar franco de la incursión a Zaragoza, se apodera de Cartago Nova, desembarca también en Málaga penetrando desde distintos puntos, tomando posesiones en Baza, y aliándose con los hispanorromanos de la capital Córdoba, siempre hostil a los visigodos, y conquista Sevilla. Atanagildo finalmente firma la paz reconociendo a favor de Bizancio un territorio que va desde el río Guadalete hasta Denia, con lo que se constituye la provincia imperial bizantina de Spania, permaneciendo hasta la regencia de Suintila ya en el siglo VII. Atanagildo establece relaciones de paz con los francos casando a sus hijas con reyes merovingios, y en el 567 traslada la corte visigoda de Barcelona a Toledo para protegerse mejor del avance bizantino. No parece que sea casual la incursión franca, y la probable participación vascona en la retirada de los pasos pirenaicos, sino que ésta obedecería a los planes de Justiniano de apoderarse de Hispania, momento en que los vascones habrían de tener desde entones en adelante un papel autónomo, colaborando con unos y otros en función de sus propios intereses como fue quedando patente en las fuentes hasta la constitución del Reino de Pamplona con el que se inicia la imparable expansión de la influencia vascónica en la Península.
Del conjunto de datos arqueológicos de Aldaieta, Buzaga y cía, que contienen la extraordinaria abundancia de armamento del 41% en los enterramientos, sin parangón en territorio peninsular, así como de tipología aquitana norpirenaica, se puede deducir que en el territorio del País Vasco, al menos desde mediados del siglo VI, se entierran élites y población de ascendencia guerrera con vínculos socioculturales aquitanos norpirenaicos, de estatus jerarquizados, poseedores de objetos de prestigio con acceso a bienes de alto valor, la mayoría de hierro de fábrica local.
Por otra parte, las fuentes testimonian que los aquitanos desde el principio, durante los siglos VI y VII, mantenían poder autónomo de los reyes merovingios. Las élites aquitanas utilizaban a los destacados guerreros vascones como principal fuerza de choque en defensa sus intereses. Vascones que combaten a francos y visigodos en ambas vertientes pirenaicas, nunca son dominados, y que se alían con rebeldes francos o visigodos según las circunstancias del momento; incluso son capaces de penetrar y depredar territorios estables de los poderes centrales francos y visigodos, y mantener unos límites fronterizos variables y efectivos a caballo de ambos.
La Vasconia peninsular que emerge en el siglo VI no nace solo de la llegada de francos o de la resistencia vascona, sino de una interacción compleja entre los rusticani militarizados, las élites aquitanas/francas (como Bladastes) y las circunstancias geopolíticas de la época (como la incursión franca de 541 o el colapso visigodo en la región).
La arqueología (Aldaieta) y las fuentes (Gregorio de Tours, Fredegario) reflejan procesos superpuestos:
Continuidad de estructuras locales tardo-romanas (rusticani).
Reconfiguración política con influencia franca (Francio/Bladastes).
Formación de una Vasconia étnica, lingüística y militarmente cohesionada, que se proyectará hasta los siglos posteriores.
En el marco del proceso de etnogénesis que desembocaría en la nueva Vasconia altomedieval.
La revuelta de Gundovaldo (584-585) fue respaldada por el duque Bladastes, figura militar que ejercía autoridad en Aquitania y Vasconia, al norte y posiblemente al sur de los Pirineos. Gundovaldo mantenía además vínculos con el Imperio bizantino, lo que refuerza la percepción de un conflicto geopolítico amplio en el suroeste de la Galia y el norte de Hispania. La rebelión de Gundovaldo se enmarca en un momento de inestabilidad política en la Galia merovingia, donde ciertas regiones del sur, especialmente Aquitania, mantenían una identidad local fuerte, muchas veces distinta de la del poder franco central. Entre los apoyos de Gundovaldo se encontraba parte de la aristocracia local, como el duque Bladastes, con intereses en mantener cierta autonomía frente a la centralización de poder en los reinos francos.
Las fuentes, como Gregorio de Tours, presentan a Bladastes como dux Wasconiae, título que sugiere control o influencia sobre territorios vascones. Es plausible que este control incluyera zonas del actual País Vasco y noroeste de Navarra, donde destacaba la ausencia visigoda. El cronista Fredegario menciona a un personaje llamado Francio, duque de Cantabria, que pagaba tributos a los francos. Es posible que Bladastes y Francio fueran la misma persona, o que se trate de un caso de sucesión o duplicidad nominal en fuentes divergentes, lo que refuerza la idea de una presencia francoaquitana en el norte peninsular anterior a la revuelta de Gundovaldo.
Las fuertes tradiciones galorromanas de Aquitania jugaban a favor de Gundovaldo quien representaba la idea del Imperio y sus lejanas bondades. Logra reunir apoyo en el sur de la Galia, particularmente en Aquitania, y el respaldo de varias ciudades (Toulouse, Auch, Agen, Périgueux, Avignon, entre otras) donde es proclamado rey con el apoyo de parte de la nobleza local y algunos sectores del clero.
Aunque el Imperio bizantino no intervino directamente en la revuelta de Gundovaldo, aún mantenía enclaves en la península ibérica (la provincia de Spania) y tenía ciertos vínculos con facciones dentro del reino franco.
La revuelta de Gundovaldo fue mucho más que un episodio dinástico. Se trató de un conflicto con fuertes connotaciones geopolíticas, donde se entrecruzaban la política bizantina, las aspiraciones de las élites galorromanas aquitanas, el poder franco y la resistente emergencia de la nueva Vasconia. Su paso por Bizancio y el apoyo que recibió en Aquitania refuerzan la idea de un suroeste galo y transpirenaico muy conectado con realidades culturales, militares y lingüísticas que trascendían las fronteras políticas tradicionales.
Gregorio de Tours menciona a Bladastes como duque de Vasconia ya en 581, durante la expedición militar contra los vascones que resultó desastrosa. Pero para ocupar ese cargo y tener capacidad de movilización militar, debió haber sido designado previamente, posiblemente por el rey merovingio Guntramo, al menos en los años 570 o incluso finales de 560. Esto abre una ventana temporal coherente con la aparición de los cementerios: Bladastes, o sus predecesores en el cargo ducal, pudo haber estado gobernando la región pirenaica y zonas del sur desde mediados del siglo VI. Si Bladastes tenía jurisdicción sobre Vasconia transpirenaica, es perfectamente plausible que también gobernara o influyera en este espacio cantábrico del sur, al que Fredegario se refiere desde la óptica franca. Así, Bladastes podría haber sido el duque de Cantabria (Francio) ya en los años 570–580, antes de la revuelta de Gundovaldo.
La ocupación franco-aquitana del sur pirenaico parece haber comenzado al menos dos décadas antes de la revuelta de Gundovaldo, y el conjunto arqueológico de Aldaieta y similares sería una expresión material de este proceso temprano. Bladastes pudo haber sido nombrado duque de Vasconia y Cantabria por Guntramo en ese contexto, y posteriormente se sumó a la causa de Gundovaldo como parte de una red política regional en rebeldía.
Cuando los francos retoman el interés por el control de las rutas del área (a partir de la incursión de 541 y más claramente en los años 570–580), probablemente se apoyan en estructuras previas, ahora reconfiguradas como élites locales vasconas o aquitanas, ya identificadas por cronistas como Cantabria. Por tanto, personajes como Francio (quizá Bladastes) no habrían creado un dominio desde cero, sino reaprovechado redes logísticas, lingüísticas y políticas preexistentes, ancladas en estos rusticani herederos de Roma. Bladastes, duque de Vasconia en 581, aparece como figura franca que intentó someter a los vascones, pero fue derrotado. Esto sugiere que los rusticani-vascones ya habían pasado a ser una fuerza cohesionada y hostil al poder franco. Años más tarde, en la revuelta de Gundovaldo (584–585), Bladastes actúa como apoyo regional de un pretendiente al trono merovingio, quizá ya gobernando desde la Cantabria de Fredegario. Si Bladastes es el Francio citado por Fredegario, gobernaba una zona de frontera activa, donde los rusticani-vascones resistían el poder visigodo y al mismo tiempo interactuaban con las élites aquitanas.
A la fracasada revuelta de Gundovaldo le sucede la creciente presión militar y fiscal de los merovingios, es muy probable que grupos aquitanos disidentes o desplazados se refugiaran al sur de los Pirineos, especialmente en las regiones menos controladas por el poder franco y visigodo, el noroeste de Navarra y el País Vasco.
Gundovaldo fue proclamado rey en Toulouse, pero su revuelta fue aplastada por el rey Guntramo. Acorralado en Comminges, fue finalmente asesinado por traición tras un breve asedio. ¿Por qué elegiría como su último y más seguro refugio la pompeyana Lugdunum Convenarum?, ¿cuál sería el destino de quienes le habían apoyado hasta el último suspiro aquitano convenae que viera nacer al predecesor del euskera?.
Éstos pudiran ser algunos de los acontecimientos, hechos y razones más del porqué de la historia demográfica singular de la población de Euskadi a la que hacía referencia Antonio, el conferenciante amigo de Orkeikelaur.
Lugdunum Convenarum, fundada como colonia romana en época de Pompeyo para los Convenae, tenía un fuerte valor político y simbólico. Corazón del poder aquitano del sur,
Comminges era una de las zonas más romanizadas y al mismo tiempo más autónomas del sur de Aquitania. Conectada con Toulouse, Narbona y los pasos pirenaicos, representaba una retaguardia de resistencia natural para las élites aquitanas. Centro de lealtades locales, elegir Comminges no fue un acto desesperado, sino una apuesta por la fidelidad de las élites aquitanas que aún creían en la legitimidad de Gundovaldo como rey legítimo, hijo supuestamente bastardo de Clotario I, pero visto por muchos como heredero del orden antiguo. Territorio de cultura híbrida, el carácter vasco-aquitano de la región estaba profundamente arraigado. El occitano antiguo y el euskera compartieron base en esa franja, y la identidad local no se plegaba fácilmente al centralismo franco de Guntramo.
Los que resistieron junto a Gundovaldo en Comminges eran algo más que rebeldes, los últimos defensores de una Aquitania merovingia autónoma, de tradición galo-romana y aquitana, enemiga del centralismo de los reyes de Neustria o Borgoña. Muchos serían ejecutados, exiliados o forzados a integrarse bajo la administración franca. Pero otros, especialmente entre las capas inferiores o fronterizas, pudieron desplazarse hacia el sur, cruzando los Pirineos por los pasos de los rusticani, llevando consigo su lengua, cultura y memoria. Núcleo de la futura Vasconia peninsular, es posible que algunos de estos aquitanos exiliados se asentaran en la zona del Alto Ebro, Álava, Navarra y el norte de Burgos, donde el euskera empezó a dejar huella más clara en el siglo VI. Allí, en tierra de rusticani, la cultura vasco-aquitana encontró terreno fértil, lejos del control franco. La memoria de una Aquitania vencida pero no olvidada, tras la caída de Gundovaldo no extinguió el sueño aquitano. De hecho, las posteriores revueltas vasconas contra los francos, la resistencia en Vasconia y el surgimiento de entidades como el ducado de Vasconia en el siglo VII pueden verse como ecos de aquella lucha fallida, pero simbólicamente poderosa.
Lugdunum Convenarum no fue solo el lugar donde murió Gundovaldo, sino el umbral entre dos mundos, el de una Aquitania culta, romanizada y con identidad propia, y el de una nueva Vasconia insurgente, con raíces en los rusticani, que a través del conflicto, el exilio y la persistencia, alumbró el predecesor del euskera.
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2 textos bastante densos en 3-4 minutos
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Una pregunta a los entendidos: ¿Es razonable pensar que SOFUENTES, de las Cinco Villas de Aragón, sea una «traducción» literal romance del topónimo BITURIS (ciudad vascona de Ptolomeo), BETURRI (de Ravenate)?
Sofuentes es hoy un municipio (pedanía, concejo) del Ayuntamiento de Sos del Rey Católico y, visitando su ubicación, efectivamente cuenta con buenos manantiales (iturri?) y está efectivamente a los pies de la sierra. Pero hay tantos con estas mismas características…
¿Será coincidencia casual: SO+FUENTES y BE+(i)TURRIs?
Leo que de su yacimiento de Cabezo Ladrero procede interesante material arqueológico y hermosas inscripciones romanas, varias, una de ellas dice: BUCCO EU/SADANSIS F(ilius)/ ARSITANUS/ H(ic) S(itus)) E(st)
(Arsitanus, oye; suena a Arsaos)
Pero la verdad es que BITOURIS – BETURRI se sigue ubicando en BIDAURRETA (entre Etxauri y Puentelarreina) por «semejanza toponímica».
¿Cómo lo veis, si lo veis? 😉
Y no se si puede tener relación alguna con los «BITURIGES», pueblo galo que Tito Livio ubica en Aquitania; summa imperii penes Buturiges , leo en wikipedia.
El Ptol. Bitourís vascón es la última estación toponímica del desplazamiento de los Bitúriges Cubi, con capital en Bourges (de donde era Sylvain Pouvreau, < Bitú-riges, así acentuado, frente a Berry < Bituríges, acentuado como el topónimo vascón), que con las expansiones galas de los siglos IV-III a.C. se desplazaron hacia el suroeste, donde aparecen en Plinio como Bituriges Vivisci (en Burdeos), y al parecer hasta Navarra, donde dejan Bitourís (con gr. ou por u), cuya acento en Ptolomeo apunta a Bitu-rí(ge)s.
Bitú-riges / Bitu-ríges significa…, “los reyes del mundo”. ¡Como Leonardo di Caprio!
Trifiniumeko irakurleok…, tenga una racha de asuntos de diversa índole que se me han amontonado y no he podido ni podré estos días dar una explicación extensa a los dos mapas de la entrada. Pero Joseba Abaitua me ha dicho que mantendrá esta entrada todavía un tiempo más, de manera que la semana que viene lo haré.
Aste Santurako irakurgai gomendatuak…, Ebangelioak, Leizarragaren edo Haranederren itzulpenetan.
61 respuestas a «También sabemos cómo se llamaban»
Necesito decirlo: llevo tres largos años silenciando esta primicia, esta pistola humeante que Mikel me mostró como prueba, creo que concluyente, del desplazamiento de nuestros antepasados aquitanos hasta el occidente de Vasconia. La destreza filológica que el autor demuestra en este artículo merece toda mi admiración y espero con anhelo que su monografía vea la luz muy pronto.
En esta entrada me he limitado a reproducir el apartado cuarto del artículo. Animo a que se lea el texto completo. Dispongo de un borrador con una traducción mecánica en español que necesita bastantes retoques, pero que puede ser útil para una lectura rápida.
¿A que molan las flechas-pececillo?
Excelente trabajo, Mikel, los datos son muy llamativos, sin duda, y están muy bien expuestos. Por centrarme en un punto quizá marginal, sobre los posibles casos de aféresis, entiendo que implicarían un acento no inicial, quizá en la segunda sílaba. Supongo que la aféresis se manifestaría fundamentalmente en la onomástica, como en castellano y sobre todo en catalán (aunque en recesión), como recurso hipocorístico, y que esa sería, en el marco de tu propuesta, la explicación de que en esa primera onomástica medieval solo tengamos Andere y no Erhe, ya que entraría en un principio solo como apelativo. Sin embargo, es evidente que acabó usándose como nombre propio, pero aún así ya no sufrió aféresis, y los pocos casos de aféresis en la onomástica, si no me equivoco, estarían en esos pocos ejemplos transportados ya con ella desde el alto Garona. ¿Implicaría esa falta de aféresis, en el marco de tu propuesta, que el patrón acentual aquitano se vio alterado por el de la lengua o lenguas de sustrato? ¿Es compatible con la reconstrucción micheleniana del acento, o con la de Hualde?
En cuanto a las flechas-pececillo, quizá en forma de espermatozoide hubieran representado mejor tu propuesta :-), pero bueno, algo se parecen.
Eskerrik asko, Orkeikelaur. Yo entiendo que la aféresis como recurso hipocorístico es un proceso morfológico que no nos dice nada sobre el acento. Lo que sí creo, aunque esto necesitaría de más espacio para ser argumentado, es que el aquitano muestra indicios de tener ya [+2], con sufijos léxicos que pueden atraer el acento más a la derecha (como -tar en Baisothar[). Es decir, con excepciones que pueden tener explicaciones diversas, hay una tendencia a que la aspiración esté vinculada ya al acento tónico y a la segunda sílaba por la izquierda, como se puede intuir por ejemplo al comparar Andere- (una docena de casos con o sin sufijo, siempre sin aspiración tras -r-), con Erhe(-se/xo) (dos casos con -rh-, uno sin aspiración). Es decir, el acento tónico que reconstruía Mitxelena como punto de partida de todos los dialectos históricos. Si entendí bien el discurso de Hualde en su homenaje, éste también daba la razón a Mitxelena, presentando además en su favor un indicio adicional en la acentuación de Goizueta, aunque esto he de escucharlo mejor; por eso me gustaría ver su conferencia por escrito, o que se edite la grabación, para escucharlo con calma (el elemento novedoso serían las conclusiones, no la acentuación de Goizueta, que entra en el planteamiento de Hualde ya desde hace 15 ó 20 años).
No entiendo muy bien lo del sustrato. En aquitano existe Andere, sin o con diversos sufijos, y luego Erhe, Erhexo, Erese. Puede pensarse en un nombre común, “señora”, quizás de origen galo, que además se utiliza como antropónimo. Los Er(h)e(xo/se) pueden ser aféresis de Andere(xo/se/etc.), o bien un elemento aparte, sin And- por delante. En todo caso, cuando esta gente se traslada a Navarra llevan muchos NNP aquitanos masculinos, pero ninguno femenino. Según sugiero, porque son CFM (= Campesinos con Funciones Militares), que se casan con navarras latinizadas y llaman a algunas de ellas por medio del mero apelativo (¡el rapto de las sabinas!). Esto es sólo una interpretación, pero, si no es así, ¿por qué se produce este split? Esto es, ¿por qué en bases de topónimos deantroponímicos, cartularios altomedievales o epigrafía altomedieval vizcaína, hay diversos antropónimos masculinos que proceden de Aquitania (Ahoiz, Ahoztar, Azter, Berhatz, GenduLe, *Senito, Oro, *Ilundo, Ilurdo…), pero en el ámbito femenino sólo el mero apelativo (Andere y derivados)?
Con respecto al topónimo Betelu, en Betelu(Araiz), y Oroz Betelu, podrían estar relacionados con el nombre «Metallum» en relacion a mina o coto minero(M.Urteaga). Ambas zonas con abundante actividad minera documentada en la Edad Media.
Nadie duda que fue una zona minera. Pero para que tu etimología fuera cierta, necesitaríamos, entre otras cosas, que M- se convierta en B- y que hubiera asimilación vocálica, ambas cosas a la vez en dos lugares distintos. Asumir que Betelu es un NP que procede del apelativo lat. vet-éllu “viejecito”, que posiblemente hacía juego con lat. vét-ulu > eusk. NP Étulu “viejecito” (de éste viene cast. viejo), no requiere ningún cambio.
De todas formas, que Betelu procede de lat. vet-éllu > eusk. BeteLu, y que este debió de ser un antropónimo abundante en la Tardoantigüedad y primeros siglos de la Alta Edad Media entre los euskaldunes del VCA, a pesar de no sobrevivir hasta la época de los cartularios alto- y plenomedievales, ni en Navarra ni en occidente, no es una teoría mía. Lo han sostenido ya, como mínimo, Alfredo Oribe (2011) y Alfonso Irigoyen (1986). Éste lo relacionó con Beteluri “villorrio/caserío de Betelu”, barrio de Orozko, y aquél además con un Betalain de Uribarri Arratzua, en plena Llanada Alavesa, para el que reconstruyó un *Betelain (BeteL(u) + -ain). Ahora sabemos, gracias a Elena Martínez de Madina (2019), que Betelain ni siquiera necesita asterisco, porque se atestigua en 1584.
Es decir, que el NP BeteLu se hace todo el periplo Navarra > Álava > Bizkaia (por vía arratiana), entrando hasta la cocina y dejando “miguitas de Pulgarcito” allá donde pasa en forma de construcciones deantroponímicas típicas de cada época y región: Betelu (Navarra, sin derivación) > Betel-ain (Álava) > Betel-uri (Bizkaia).
La charla de Hualde fue muy interesante. Desarrolló el trabajo que publicó en FLV en 2024, Azentua eta hasperena. Comentó que el acento inicial del VCA se hallaba en la segunda sílaba en el léxico patrimonial, y ello provocaba la aspiración en las oclusivas: *eákin, *akhér, *ithúrri, *ethórri, *ekhúsi, *lephó, *bethí….Esta propuesta se puede corroborar en Goizueta, ya que conserva este sistema de acentuación (“Goizueta giltza da”) y, a su vez, permite confirmar la propuesta que ya hizo Mitxelena sobre la reconstrucción del acento vasco. Por otro lado, indicó que en los préstamos del latín, el acento se ubicaba en la primera sílaba: *báke, *záku, *mérke….
Una cuestión que me parece interesante para debatir es si “andere” deriva de un préstamo celta “andera” (ternera) o, en cambio, surge del léxico patrimonial “and” + “erhe”. Un argumento a favor de un origen celta es que en el aquitano no aparece atestiguado ningún #“anderhe”, esperable si su origen fuera “and” + “erhe”.
No entiendo el ejemplo de Goizueta para el sistema de acentuacion, Goizuuieta (s. XII, NEN).
Aquí un artículo de prensa muy sensato sobre la supuesta relación entre los andosinos y Andorra.
Me cuesta ver en qué consiste la sensatez del artículo, salvo advertir que no tenemos certeza absoluta de que los andosinos se relacionen con los andorranos actuales.
Se podría haber ahorrada tantas letras, palabras y frases, en Historia Antigua lo habitual es la falta de certezas absolutas, se trabaja con hipótesis fundamentadas en los datos disponibles. Y los datos disponibles son los que sirven para establecer la relación entre los andosinos de Polibio y los andorranos. No hay datos disponibles que apunte a lo contrario, y supongo que nadie esperará a encontrar una inscripción de la antigüedad que diga: los andosinos son los andorranos actuales, para aceptar la relación.
Se ven más algunos de los tópicos para desacreditar las fuentes primarias escritas (nada menos que al mea pilas de Polibio), que si el hapax de marras, y el irrelevante «and». Cualquier tópico al uso menos contraponer hipótesis basadas en datos disponibles.
Francisco Beltrán Lloris (2008):
Creo que el artículo, de un rigor poco habitual en la prensa generalista cuando trata estos temas, pone el dedo en la llaga de la extraordinaria debilidad del argumento, que se basa no en «los datos disponibles», sino en un único dato, o quizá habría que decir medio dato, porque puestos a construir una hipótesis sobre un hápax, lo menos que cabría exigir es que este tuviera un parecido razonable, o que las diferencias fueran justificables de algún modo. En este caso, que yo sepa, nadie lo ha intentado siquiera. Beltrán acierta, a mi modo de ver, al aislar andos- y relacionarlo con Andossus, y esto es lo más seguro que se puede decir acerca de ese etnónimo, y no es poco, pero con ello en el fondo no hace más que dificultar aún más la posible relación con Andorra. Los paleohispanistas más rigurosos, como Javier de Hoz, sitúan en la Val d’Aran el límite oriental de la presencia de elementos lingüísticos eusquéricos. Y Andorra está muy lejos de Aran, incluso desde Saint-Lizier, el límite oriental de la onomástica aquitana, tienes casi tres horas en coche.
El artículo será riguroso, pero omite el dato más importante: que Andos-in-oi, por muy hápax que sea, contiene un primer formante que es idéntico al antropónimo aquitano con mucho más frecuente en la epigrafía de unos siglos después (dos docenas de Andox-es, con o sin derivación).
Reconozco que en esta cronología ya es muy difícil tener nada parecido a una certeza sobre nada. Pero me gustaría hacer dos observaciones. Polibio, según leí, tenía fama de mal escritor pero historiador riguroso. Y además, estuvo en Hispania, acompañando a Escipión en la campaña final contra Numancia.
Por otra parte, postular que la Ur-ur-heimat del euskera estuvo p’allá tiene otra ventaja.¿No es por allí (no sólo en Andorra) donde se encuentran esos topónimos que suenan tan euskéricos, del tipo Algerri, Esterri, Gerri, Igüerri, que gustaban tanto a Coromines y que explicaba por trasiegos de pastores y comerciantes euskaldunes que seguían rutas trashumantes y comerciales, en la Edad Media? Ahora bien, esos topónimos, aunque suenan euskéricos, no tienen la huella dactilar de la toponimia del euskera histórico: -eta, -aga, -(t)za, -(t)zu, etc., todos estos sufijos. ¿No será que por allí estaba el preaquitano? Al menos desde un punto de vista impresionista, según la estratigrafía del paisaje toponímico (cuanto más claro y entendible es un topónimo o un estrato toponímico para el hablante autóctono, tanto más moderno será), se da justo lo que se tiene que dar para que lo antiguo sea el paleo-paleo-euskera y los demás otros estratos posteriores: la toponimia euskeroide es poco inteligible, la romance lo es algo más. Lo contrario que en la región del euskera histórico, donde la toponimia euskérica es transparente, la celta y la latina más incipiente más oscura.
Bueno, el autor es historiador más que lingüista, ya sería pedirle mucho que conociera el antropónimo aquitano. En cuanto a los topónimos que suenan eusquéricos, en mi opinión también solo suenan. Existe en catalán diferentes tratamientos de la -r final, estudiados por Colomina 1996 («La simplificació dels grups consonàntics finals en català»). Por ejemplo, el rosellonés ferr corresponde en catalán oriental a ferro, pallarés ferre o ribagorzano ferri. En pallarés quizás es más frecuente -e (Escalarre, Bonestarre) y en ribagorzano -i (Llastarri, Benavarri), pero también hay -i en pallarés Esterri y mucho más a oriente. Algunos de estos nombres son claramente románicos, también para Coromines (Escalarre, Ginestarre, Llastarri, de llastó, ‘paja’). Yo tengo una lista de algunos que han pasado desapercibidos y que espero publicar algún día. En general pienso que, aunque algunas bases puedan ser prerromanas, no existe ningún sufijo prerromano -arre/-i, -erre/-i, como mucho podría atribuirse la evolución fonética a algún fenómeno de sustrato. Hay dobletes muy claros, como Siscarri/Ciscar (donde hay cisca, una hierba), Gerri/Ger (este quizás prerromano), Cubilarre/Cubilar (lugar donde duerme el ganado), Toscarri/Toscar (donde hay piedra tosca o toba), Alerre/Aler (alero, un término de los derechos de pasto) o en mi opinión Alcubierre/Alcover, pues el fenómeno se extiende por el alto Aragón (Alerre, Loarre, que es Lobarre en aragonés…). No me creo que los varios Javierre (frente a Javier justamente en Navarra) tengan que ver con etxe berri, no hay más topónimos vascos tan transparentes, aunque no tengo por el momento una explicación alternativa. Y en cuanto a Igüerri, la pronunciación local es Aigüerri, que admite explicaciones muy diferentes de lo eusquérico. Por cierto, hay un dicho curioso: «Els d’Aigüerri, collons de ferri, tringola d’aram, patarrin patarran».
Orkeikelaur: El topónimo Javierre proviene de *exa-berri, siendo exa- una variante oriental de etxe, etxa- Es algo que está tan archiestudiado como para ver fantasmas en ello.
Más que archiestudiado, yo diría archirrepetido acríticamente. Nadie parece haberse preguntado por qué en el supuesto Alto Aragón vascófono solo hubo casas nuevas, no viejas, ni de arriba, ni de abajo. O por qué esa «variante oriental» solo aparece en ese sintagma, con una forma de composición considerada medieval, sin que haya otros sintagmas que la muestren, etc., etc.
Pero Octavià, mesedez, si us plau…, ¿tú defendiendo la ortodoxia de una etimología tradicional frente a una heterodoxa?? No puede ser. Éste no es nuestro Octavià… Queremos que nos devuelvan al Octavià de siempre. El que piensa a la contra. El que se enfrenta al poder establecido.
Es cierto, como dice Orkeikelaur, que se hace extraño que no se documenten más casos con adjetivos distintos a «nueva», como «de arriba, de abajo, delante, detrás, vieja…» quitando «Javierregay», sea «-gay» «garai» u otra cosa diferente y donde se sigue dando la asociación «Javierre-«, pero hay que decir que el sintagma «etxeberri(a)/etxebarri(a)» es mucho más abundante en toponimia que cualquier otra fórmula. Muchos pueblos tienen alguna casa o barrio llamados «Etxeberri(a)/Etxebarri(a)» y muy pocos «Etxezar(ra)/Etxezahar(ra)». Se suele poner como ejemplo de mixtura éuscaro-romance a Jánovas con paralelo totalmente romance Cánovas. Se podría hacer la comparación de abundancia también en romance entre «-nueva» y «-vieja» y sin duda gana la primera por mucho, y no sólo a «-vieja» sino a otros adjetivos también.
La verdad, es difícil ver otra cosa que no sea «Casanueva» en esa construcción.
Polibio parece un bandarra si nos atuviéramos a la opinión del artículo, como resultado del obtuso propósito de derribo del primer más importante historiador, condición sine qua non para cuestionar la hipótesis aceptada por los expertos como la mas verosímil (andosinos=andorranos).
Son unos cuántos los burdos tópicos al uso a los que se acude en el artículo, lo que no parece el mejor procedimiento, pero lo inaceptable por faltar a la verdad es la conclusión a la que llega: “la menció [Polibio] als andosins, no podem ni saber si realment arribaran a existir”.
¿Pero cómo que no sabemos si existieron los andosinos?, en fin, sin comentarios.
Mikel, coincido contigo que el “andorrano” bien podría ser preaquitano, o quizá mejor, uno de los componentes que darían lugar a la formación del aquitano convenae, dado que los andosinos eran aliados que sirvieron al estratégico control pirenaico de Roma frente a los púnicos, siendo recompensados por ello. Puede que ésta sea la razón de tanto “and” en la inscripciones cónvenas, ofrendas de las élites entre los que se encontrarían en lugar privilegiado los fieles andosinos recompensados con la fundación de Lugdunum Convenarum foco de atracción de romanidad.
Me parece interesante también investigar la toponimia y la datación antigua al sur de los Pirineos, con posibles nexos con el paleo-euskera, para poder analizar diferentes posibilidades Me parece que habría que reparar en el topónimo Gracchurris, ciudad fundada por Tiberio Sempronio Graco en el 179 a. C, y con significado “ciudad de Graco”, muy posiblemente. En esta población se ha encontrado en signario paleohispánico la inscripción “lueikar+[—] “.
Ballester (2008, 200-201) indica que la secuencia “-eikar” recuerda poderosamente a la que aparece en la fórmula del defensor saluiense de la Tabula Contrebiensis (l. 16) [—]assius “[-]eihar”. La equiparación de los elementos no es mayor problema si se admite, como propone Ballester, que el silabograma ka simple esté grafiando aquí una fricativa glotal sorda, para lo que aporta el interesante paralelo del uso de g en alfabeto cirílico para /h/, como Tegerán para Teherán.
Tenemos Urruña en Lapurdi que equivaldría a Iruña
Tambien hay un poblado de la edad de hierro que sellama Urri en el vallo de Egues
Aquí una interesante conferencia de mi amigo pontarrí Antonio González sobre la historia genética de la península ibérica, en la que se habla bastante, como no podía ser menos, de los vascos, con especial atención a los agotes. En el mismo canal del MAN han colgado recientemente los videos de la última jornada del XV coloquio de paleohispánicas, aunque por desgracia se han dejado la de Joan Ferrer sobre las vibrantes ibéricas.
Gran conferencia, impresionante talento pedagógico, qué bien expone el status quaestionis y aclara lo que hoy por hoy es posible aclarar. Mila esker, Orkeikelaur!
Sumamente instructiva, la conferencia de Antonio González-Martín. Ahora bien, querría comentar dos cosas.
La primera. Lo que dice a partir de 42’ me parece muy sospechoso. Argumenta un trabajo, en el que no sé si participó él, que se publicitó hace tres o cuatro años, y en el que se llamaba “peri-Basque” a las regiones de Aquitania, para concluir que la población vasca ya estaba conformada en la Edad de Hierro (creo que incluso antes). Ahora bien, aun partiendo de la concepción tradicional estática, según la cual el euskera lo hablarían ya en la Antigüedad desde los autrigones por el oeste hasta los consoranni por el este, y desde el Garona hasta el Ebro, es ilógico denominar peri-Basque a la región donde con más esplendor se documenta el euskera hace sólo dos mil años (en realidad Convenae ni siquiera entraba en la región denominada peri-Basque en el estudio). Es decir, se proyectan conclusiones a la Edad de Hierro e incluso más atrás a partir de un paisaje genético del año 2020, ignorando la situación etno-lingüística intermedia de hace sólo dos mil años, que parece difícilmente congruente con esa conclusión. ¿Por qué? No lo sé, porque carezco de conocimientos técnicos en esta disciplina. Mi sospecha es que, en cuanto se juntan el tema de los vascos y el tema de los genes, uno tiene muchas posibilidades de acabar encontrando lo que busca. (Si a los genes añadimos la craneometría, la fisionomía, los tipos sanguíneos, etc., la historia de “encontrar lo que se busca” en la antropología vasca tiene una larga tradición en la que casi subyace un patrón recurrente, remontable al anatomista sueco Anders Retzius; recomiendo sobre este tema “Del Cromañón al Carnaval”, de Joseba Zulaika).
En el mismo estudio, algunos genetistas, con bastante audacia, veían incluso correlaciones entre marcadores genéticos y dialectos euskéricos, insinuando que los vascólogos deberían revisar su modelo según el cual la diversidad dialectal parte de la Tardoantigüedad / Edad Media, y considerar que se remonta a muchísimo más atrás. En realidad, aunque cuando emerge algo de documentación en el siglo X ya se constatan algunos rasgos del euskera occidental, el grueso de la diversidad dialectal existente en los dialectos del mapa bonapartiano (siglo XIX) se puede observar en tiempo real, porque la evolución es constatable en los documentos (información onomástica en la Baja Edad Media, textos a partir del siglo XVI). Aquí el sesgo o “bias” que muestran los firmantes de aquel artículo, al correlacionar marcadores genéticos remontables a la Edad de Hierro y dialectos históricos euskéricos, es incontestable (indicio de que mi sospecha de que en este tema uno acaba encontrando lo que busca quizás no vaya mal encaminada).
Segunda cuestión. Los “vascos” no fuimos tocados por ningún aporte genético norte-africano. Lo dice en 32’-33’, y luego otra vez en el gráfico que muestra a partir de 44’12’’. Si lo dicen los genetistas, será así. Ahora bien, uno que se lee la bibliografía básica que va surgiendo en diversos ámbitos, a veces encuentra hechos o datos incongruentes entre sí. No digo que no puedan tener explicaciones conjuntas y que las incongruencias no sean tales, pero al menos el investigador de cada ámbito debería ser consciente de ellas, y explicarlas mediante algún diálogo con el investigador del ámbito de al lado (me consta que Antonio González-Martín es de los investigadores que busca ese diálogo). Lo digo porque esta información (“los vascos no hemos recibido componentes genéticos significativos del norte de África”) choca con algunos hallazgos arqueológicos recientes, y en concreto con uno que sintetizo a partir de un párrafo de Juanjo Larrea…
“Todos los vecinos de Pamplona recordarán perfectamente que en 2002 apareció una necrópolis islámica, es decir una maqbara, al iniciarse las obras para el parking de la plaza del Castillo. Un hallazgo tan inesperado como significativo. Aunque no se pudo excavar completamente, porque una parte de la maqbara se halla bajo los edificios de la zona, casi doscientas tumbas mostraron que durante el siglo VIII vivió pacíficamente una comunidad islámica en Pamplona. De hecho, las proporciones por edades y sexos indican que entre los musulmanes de Pamplona no había solo soldados de la guarnición, sino familias corrientes al completo. Es de suponer que también habría algunos incipientes matrimonios mixtos” (Juan José Larrea, en Historia de Pamplona. Recorrido histórico por el pasado de la ciudad. I. Azkona Huércanos & R. Jimeno Aranguren eds., 2019, pág. 154).
A lo que se puede sumar el considerable léxico árabe en el euskera (aunque esto algunos lo suelen explicar por mediación romance, excluyendo el contacto directo prolongado con el árabe). ¿Se trata de una islamización cultural, producida muy rápidamente, de manera que ningún inhumado, o muy pocos, tenga que proceder del norte de África? ¿Se han analizado los genes de algunos de esos individuos? A pesar de lo espectacular del hallazgo, ¿un aporte genético de tal tipo, aun en el marcador uniparental masculino, sería poco significativo? Como mínimo, choca que no se hayan confrontado y comparado ambas informaciones, la genética y la arqueológica, en apariencia divergentes.
No, Antonio no figura entre los firmantes de ese estudio. El impresionante mapa del min. 33 en adelante es interesante porque coincide en muchos puntos con la distribución de las lenguas… de hace quinientos años.
En cuanto a la maqbara de Pamplona, existe un largo debate entre historiadores sobre la cantidad de los contingentes poblacionales venidos del norte de África a partir de 711. Por mucho que se minimicen, es evidente que los hubo, y parece de sentido común que menos cuanto más al norte. Pero justamente en este tema creo que los estudios genéticos nos pueden dar datos más precisos que las estimaciones de cualquier historiador, y como estar enterrado en una maqbara solo nos indica la religión del finado, no su acervo genético, de momento habrá que creer a los genetistas.
Por supuesto, no siempre los genetistas tienen la última palabra. Me pareció un poco ridículo que, cuando encontraron el pie de Irvine en el glaciar de Rongbuk, dijeran que había que esperar a los análisis de ADN. El pie estaba dentro de un calcetín con su nombre, dentro una bota claveteada como solo él y Mallory, localizado en 1999 con ellas puestas, podían haber llevado, y nadie más de esas primeras expediciones británicas murió por encima del collado norte, única forma posible de acabar en el glaciar de Rongbuk con botas claveteadas. O sea, 100% frente a ¿99%?
El conferenciante, sobre la singularidad de la población vasca actual sin ancestría romana y norteafricana, dice:
“La interpretación más plausible a estos datos [diapositiva Proporción de ancestría Edad Hierro, romana y norte africana] son, la población vasca:
– Se gesta en la Edad de Hierro.
– Se aísla por componentes geográficos.
– Se acrecienta el aislamiento por la lengua no indoeuropea.
– [Los puntos anteriores] hacen que sean poblaciones aisladas que evolucionan de forma distinta al resto de las poblaciones.
– Toda la visión que se tenía sobre que los vascos eran una población ancestral de Europa actualmente está totalmente desbancado, son una población de sustrato genético europeo con una historia demográfica singular”.
En la diapositiva:
– No tendrían ancestría romana Lapurdi/Batzan, Zuberoa, Roncal, Bizcaya, Guipuzkoa central.
– Sí tendrían ancestría romana Araba, Lapurdi Nafarroa, Centro Oeste, Nafarroa, Bearn, Bigorre, Vizcaya Oeste, Norte Aragón, Nafarroa, Oeste Vizcaya, Castellón.
Quedan algo confusa la selección de poblaciones de la diapositiva. Por otra parte, el conferenciante dice referirse a Euskadi y no al área de hablantes de euskera a lo largo de la historia, ni tampoco a las áreas de hablantes de euskera en la actualidad. En cualquier caso, parece claro que la singularidad referida no es extensible al todo el territorio de Euskadi, ni a las área de hablantes de euskera en la actualidad, ni a las áreas de hablantes de euskera a lo largo de la historia. Esto dificulta la interpretación.
Esta supuesta historia demográfica singular referida, quizás, habría de completarse con cronología para poder interpretarse mejor:
– Toda población de la Península Ibérica “se gesta en la Edad de Hierro”. O sea, no había ninguna diferencia en la Edad de Hierro entre la población de Vizcaya y la de Cantabria, el aislamiento y la lengua eran similares, no había singularidad en la Edad de Hierro.
– La singularidad referida se habría de producir con posterioridad a la Edad de Hierro, y a juzgar por la desigual proporción sería diferente en según que población de Euskadi.
– ¿Por qué se produce la singularidad después de la Edad del Hierro?, he ahí la cuestión.
Esta supuesta historia demográfica singular referida de la población de Euskadi, en mi opinión, se empezó a gestar a partir del 507.
Ya perfilé hace medio año en este blog el proceso de integración en el estado hispanogodo del segmento del norte peninsular encuadrado entre Finisterre y el río Gállego (Vid. “Aldaieta y la historia lingüística de Vasconia”, Cantaber: 04, 05 y 06 de octubre del 2024), pero quiero ajustarlo un tanto más respecto del espacio encuadrado por el Deva astur y el Bidasoa durante el poco más de medio siglo que media entre los años 531 -fecha del acceso al trono del rey Teudis- y 585, momento en que Leovigildo sometió el “Suevorum Regnum”. Tras una larga y detenida reflexión, considero que puedo ofrecer en estos momentos una perspectiva más científica y novedosa sobre algunos aspectos críticos de la adscripción al “Wisigothorum Regnum” de los viejos espacios étnicos de los galaicos, astures, cántabros, autrigones, caristios y várdulos.
Al decir de San Isidoro, por el tiempo en que Teudis se hacía con el poder, el reino hispano de los godos se desenvolvía “angustibus fínibus”, tras haberse dilapidado una parte significativa del territorio que había acopiado Eurico antes de ser asesinado en Arlés el 488. Dado que era ya imposible caer más bajo -sobre todo tras haber tenido que dejar en manos de los francos merovingios el año 507 la generalidad de Aquitania y una parte no despreciable de la Septimania-, no pudo por menos que comenzar a abrirse paso entre la aristocracia germánica un urgente y agudo sentimiento de recuperación del rumbo perdido, sopena de disolución del pueblo godo como entidad geopolítica. El propósito general era muy simple: promover una cruzada sistemática y sostenida para recuperar cuanto antes el patrimonio que había pasado a manos de un sinfín de “pervasores” y “tirani”.
Como siempre se puede ir a peor, la situación no hizo más que agravarse con la entrada en el valle del Ebro por Pamplona el año 541 de un potente ejército comandado por cinco líderes merovingios, de los cuáles conocemos el nombre de los reyes Clotario y Childeberto. La intención de dicha comitiva era bien clara: rapiñar al máximo la “Provincia Tarraconensis” y retornar a casa con el botín, propósito que cumplieron de forma sistemática y sin contradicción alguna durante cincuenta días, aunque fueron incapaces de tomar “Caesaraugusta”.
El retorno debió ser parsimonioso y desordenado -estimulado por la enorme impunidad con que habían actuado- y desprovisto de cualquier tipo de prevención, pues no parecían especialmente preocupados por haber dejado indemne a sus espaldas a “Pampilona” -que desde el año 473 había pasado a control hispanogodo, por iniciativa de Eurico-, ni imaginaban para nada una posible encerrona de los germanos en los pasos pirenaicos. El descalabro militar es bien conocido a través de Gregorio de Tours, Jordanes y San Isidoro: el grueso del ejército fue desbaratado por el general Theudisclo entre el “arva pampilonensis” y el paso de Roncesvalles y no pocas de las formaciones rezagadas, cogidas por sorpresa y agobiadas por el botín, tan solo consiguieron evitar la muerte mediante pagos y la entrega de lo rapiñado.
Pero no todas las comitivas llegaron a tiempo. Ciertas partidas que no lo hicieron durante el plazo de un día y una noche que les dio el general para atravesar la gran barrera pirenaica solo pudieron salvar el pellejo dispersándose por las inminentes y futuras comarcas de Vizkay, Álava, Alaón y Urdunia. Pusieron, sin embargo, gran empeño en no arriesgar su futuro instalándose en parajes comprometidos. De hecho, se reciclaron allí donde todavía no había llegado la amenazadora mano de los visigodos ni en las comarcas pastoriles controladas por los euskaldunes. Sabemos, por ejemplo, con seguridad que uno de los fugitivos cualificados, el “dux Francio”, encontró un plácido acomodo en la vertiente atlántica: Asturias de Santillana, Trasmiera, Sopuerta y Carranza.
La arqueología ha encontrado el rastro de estas agrupaciones merovingias en Santimamiñe, Finaga, Arguiñeta, Garai, Aldayeta, Los Goros y Alegría/Dulantzi, cargando de sentido el texto del Fredegario que menciona la presencia en el litoral cántabro de un “dux” que tributó “multo tempore” a los monarcas transpirenaicos. Puesto que ya eran católicos cuando optaron por la dispersión como medio de salvación, sus iglesias y la devoción a San Martín de Tours les acompañaron hasta su plena subsunción entre los nativos, al igual que la peculiar práctica merovingia de la “inhumation habillée”. Como ya hemos subrayado anteriormente, ninguna de las necrópolis y centros de culto referenciados estaba enclavada en territorio euskaldún. De hecho, en la medida en que los vascones del “saltus” permanecían paganos por esas fechas -al igual que los wascones del norte-, las iglesias primigenias de estas gentes están aún por descubrir.
La victoria de los visigodos sobre los reyes merovingios -considerada por todos como sorpresiva e inusitada- confirmó a Teudis y a la élite gobernante en la inexcusable necesidad de enmendar el desmadejado rumbo del reino y de recuperar el espacio perdido a manos de “pervasores” y “tirani”.
La idea maduró con cierta parsimonia hasta que cayó en manos de Leovigildo (573-586), que decidió acelerarla y llevarla a término de manera sistemática e inflexible, pero con prudencia y tiento. Comenzó por el sur de la Cordillera Cantábrica y, por lo que sabemos, lo hizo a pequeños pasos: el 573 sometió la Sabaria y a los Sappos, el 574 venció a Aspidio y ocupó los Montes Aregenses, ese mismo año se movió hacia oriente y rescató la Cantabria de Amaya y el 581 se desplazó aún más hacia levante y neutralizó la Vasconia que rodeaba a “Victoriacum”. Todo un sabio programa geoestratégico desarrollado por orden, por partes y por tiempos. El sometimiento de “partem Vasconiae” el 581 incluyó las necrópolis de Alegría/Dulantzi, Aldayeta y Los Goros.
A la conquista siguió de forma automática la organización político-administrativa del espacio incorporado, de tal manera que, sin solución de continuidad, fueron prefigurados un “Comitatus Asturicensis” (Zamora y Ourense, 573-574), un “Comitatus Cantabriae” (Amaya, 574) y un “Comitatus Vasconiae” (Álava, Alaón y Urdunia, 581). El sometimiento de la Cantabria meridional el 574 asustó tanto al “dux Francio” que ese mismo año abandonó la costa, dejando a la intemperie el litoral centro-oriental (Asturias de Santillana, Trasmiera, Sopuerta y Carranza), en tanto que el segmento centro-occidental, Primorias (entre el Sella y el Deva astur), se mantenía en manos de los irreductibles “ruccones”.
El gran monarca visigodo denominó “Vasconia” al microcondado articulado en torno a “Victoriacum” el año 581 no porque allí hubiere vascones sino porque era el etnónimo más relevante que tenía a mano y porque el proyecto que trataba de sacar adelante aspìraba a reintegrar al reino hispanogodo la generalidad del espacio vascón que habían perfilado los romanos durante la fase de la “etnia colonial”. Es decir, aquel importante escenario que, tras las campañas de Gundemaro (610), Sunthila (621) y Wamba (673), habrían de gestionar hasta la llegada del Islam -y parcialmente después- el muy famoso conde Casius, “qumis al-tagr”, y la no menos renombrada “dawla” banuqasi. O sea, el “Comitatus Vasconiae”, creado exprofeso por los visigodos para impedir que jamás volvieran a transitar los corredores pirenaicos formaciones militares tan dañinas como la capitaneada por los reyes merovingios el 541.
Cuando -tras el sometimiento de una fracción tan extensa del somontano cantábrico- Leovigildo volvió a la carga se centró en el litoral que mediaba entre Finisterre y el Bidasoa. Así el año 585 sometió en un solo movimiento militar el “Suevorum Regnum”, aunque su muerte, sobrevenida al año siguiente, dio al traste de forma transitoria con el proceso de “reconquista de los pueblos del norte”. Leovigildo fue, más que nadie, el gran debelador de los “pervasores” y “tirani” y, a su desaparición, tan solo quedaban fuera del reino el espacio litoral que mediaba entre los ríos Sella y Bidasoa, es decir, el territorio de los “ruccones” (Primorias), el segmento costero que había dejado libre en Cantabria el “dux Francio” (Asturias de Santillana, Trasmiera, Sopuerta y Carranza) y la Vasconia oceánica hasta el Bidasoa (“Vizkay”, genuino territorio barduliense que acogía a la mayor parte de las necrópolis merovingias tantas veces referenciadas).
Como ya hemos apuntado, Leovigildo murió al año siguiente de haber agregado al reino hispanogodo la generalidad del estado suevo. Desde el 586 quedaba, pues, de sus herederos la doble responsabilidad de incorporar la costa que mediaba entre el Deva astur y el Bidasoa y de neutralizar los espacios que colgaban de la vertiente peninsular del Pirineo occidental.
Ambas eran cuestiones de estado, pues, al obligado rescate del espacio perdido en el pasado, se sumaba ahora el imperativo de atender el vidrioso problema que suscitaban las crecientes apetencias de los francos sobre “Wasconia”, cuestión que imponía a los visigodos la necesidad de hacerse presentes en la línea fronteriza que -en su condición de herederos exclusivos y excluyentes de Roma en Hispania- habían asumido como propia en el espinazo pirenaico.
La tensión entre francos y “wascones” venía de lejos. Venancio Fortunato la remonta al 561, aunque la verdadera tormenta no estalló hasta dos décadas después, el 581, cuando Clotario I atacó a los “wascones” bajo la égida del general Bladastes, que, para sorpresa de todos, cosechó un monumental descalabro militar, con exterminio de gran parte de su ejército.
Como era de esperar, el estropicio encendió los ánimos hasta el punto de que al año siguiente el propio poeta animaba al conde Galactorio de Burdeos a hacer carrera atacando a los montañeses y arrebatándoles territorio. Todo ello en un contexto enervado por las feroces campañas de depredación y exterminio que realizaban los francos entre Loira y Garona y por las intempestivas aspiraciones del usurpador Austrowaldo, que el 585 se adueñó de “Lugdunum Convenarum”. Esto no pudo por menos que empeorarlo todo, pues desencadenó la feroz respuesta militar de Gontrán de Borgoña, que no sólo arrasó la ciudad y su entorno sino que programó la penetración en Hispania, propósito que, sin embargo, quedó finalmente en nada por la ineptitud del general Bossón.
Lo verdaderamente insólito de todo esto no eran la generalización de la guerra y su extremada crudeza sino la capacitación que habían mostrado los “wascones” al derrotar tan contundentemente a Bladastes, inimaginable en unas gentes que habían vivido en paz desde hacía más de medio milenio, exactamente desde que Corvino Mesala les integrara en el “imperium” dos décadas antes del cambio de Era. Si aquello fue extremadamente sorpresivo, mucho más inopinado resultó comprobar que las campañas de los merovingios contra los “wascones” en la vertiente de allá tenían reflejo automático entre los “vascones” de la vertiente de acá, a quienes nadie había osado molestar desde hacía cientos de años.
En este clima de perplejidad geoestratégica Reccaredo sucedió a Leovigildo el propio año 586 y, apenas tomó posesión, pudo advertir en directo que las rapiñas de animales y personas que acaban de realizar los “wascones” en las campiñas transpirenaicas las estaban repicando los euskaldunes cispirenaicos en el territorio cuya gobernanza acaba de asumir. ¿Cómo dar cuenta razonada de todo esto?
Kaixo, Mikel. He leído con muchísimo interés tu artículo. Me ha parecido un trabajo muy bueno, con datos filológicos de gran valor. Me ha gustado la conexión que estableces entre la onomástica aquitana y la toponimia al norte de e Navarra, así como el planteamiento del “ADN onomástico” como rastro del EBZ en su desplazamiento.
Aprovecho para lanzarte algunas dudas que me han surgido:
1. En el recorrido que planteas para los rusticani, ¿has encontrado rastros toponímicos de onomástica aquitana en las zonas de Iparralde y Bearne? Me pregunto si hay huellas intermedias en ese trayecto que ayuden a reforzar la idea de continuidad y recorrido.
2. Por otro lado, hay algunos nombres de la lista de PI que propones que me cuesta relacionar directamente con la onomástica aquitana atestiguada. Por ejemplo: Gendule, Betelu, Buruto, Azter (ibérico), Étulu y Oro. Probablemente se me escapa información al respecto.
Sobre la interesante propuesta de la conexión entre la onomástica aquitana y dos elementos onomásticos vizcaínos del s. X (Ahoztar, Hotar) y su sufijo -tar, me parece necesario recordar que este sufijo también se atestigua en el vascónico de las tierras Altas de Soria (Ve lar[–] thar) y en el ibérico como -taŕ.
Eskerrik asko, Eneko, iruzkin eskuzabal horiengatik. Las preguntas que planteas son muy buenas. Prometo responder, o bien mañana, o bien pasado. De hecho aunque no hubiera preguntas (que me alegro que sí), pensaba hacer un comentario general amplio sobre el stock antroponímico de los rusticanos (tanto de los antropónimos que se traen de Aquitania, como de los que parecen formar estando ya en Navarra), que al fin y al cabo es el tema principal de esta entrada.
Para entender lo sustancial de este relevante cuadro gepolítico, es de rigor rememorar algunas de las circunstancias que concurrían en el momento en que Leovigildo subió al trono. De los visigodos, cabe repentizar cuatro: que la debacle ante los francos les había reducido a la condición de apátridas; que las bases territoriales que habían establecido previsoramente en la Península Ibérica se habían quedado finalmente en nada tras la muerte de Eurico; que no contaban ya con ningún otro escenario para realizarse y sobrevivir que no fuere Hispania y que -aún con todo- mantenían la categoría de confederados de Roma adquirida en tiempos de Walia. De los euskaldunes de una y otra vertiente, cabe retener otras tantas: que eran pastores desde tiempo inmemorial; que desde la IIª Edad del Hierro estaban organizados en régimen de trasterminancia; que Roma les había integrado como un todo respetando su organización y que, gracias a ello, llevaban más de un milenio viviendo en paz en los valles pirenaicos.
Cabría inferir de todo esto que ambos concurrentes estaban abocados a chocar entre sí a cierto plazo, al menos por iniciativa de los visigodos. Y, sin embargo, no hubo tal. Eurico les integró en el reino sin aspavientos al conquistar la totalidad de la “Provincia Tarraconensis” el 473 y cuando murió Leovigildo el 586 ni tan siquiera había un mal gesto que reprochar a los germanos. De hecho, ni se habían acercado físicamente a los lares pirenaicos. Y es que la amenaza no provenía de Hispania sino de la Gallia y que no lo representaban los visigodos sino los merovingios. Puesto que ya conocemos las provocaciones de estos, trataremos de razonar sobre el impacto que tuvieron en el andamiaje organizativo de los euskaldunes de una y otra vertiente.
El tinglado articulado para la supervivencia por dichas gentes se asemejaba muy mucho a un castillo de naipes, anclado a un tiempo sobre ambas vertientes, que, en lo que hace referencia a la Gallia, se prolongaba por los valles que descendían hasta el Adour y el Alto Garona y, en Hispania, por los que alcanzaban el Oria y la costa en la vertiente atlántica y los aledaños del Ebro en la vertiente mediterránea. La clave de bóveda de tan magno tinglado eran los pastizales de altura, que imponían una rígida y disciplinada organización a los habitantes de cada valle y obligaban a pactar su aprovechamiento a todos los valles circunvecinos. Un grandioso y refinado ecosistema de supervivencia en el corazón de la montaña, cuya agresión en un punto comportaba inevitablemente la precipitación del conjunto. Y así fue. El ataque de Clotario I y Bladastes el 581 a los wascones noroccidentales y de Gontrán de Borgoña a los wascones centrales el 586, obligó al sorprendido Reccaredo a tener que salir al paso el 588 de las correrías que inusitadamente emprendieron los vascones peninsulares.
Agredido el ecosistema de supervivencia en un punto concreto, el andamiaje se resintió efectivamente en su armazón constitutivo, y sus milenarios y apacibles beneficiarios pastoriles, eficazmente organizados hasta entonces, tuvieron que transformarse en un santiamén en feroces rapiñadores para sobrevivir.
Nadie en absoluto -ni dentro ni fuera de la Península Ibérica- pudo imaginar hasta el mismísimo momento en que Reccaredo se topó con sus correrías que algún día los vascones habrían de engrosar la larga lista de “pervasores” y “tirani” que los visigodos tuvieron que combatir para afianzarse geopolíticamente en Hispania, entre otras razones porque para esas fechas ya formaban parte del reino y porque nunca habían dado muestras de irascibilidad.
Era cierto que mucho tiempo antes, el año 407, los nativos cispirenaicos habían mostrado capacidad para contener la caballería de los suevos, vándalos y alanos en Roncesvalles, pero en realidad había sido cosa de ciertas partidas de “rusticani”, es decir, de antiguos pastores reciclados por Roma como agropecuaristas asalariados en el corredor de la vía “Ab Asturica Burdigalam” con la misión de controlar la circulación. Desde entonces habían transcurrido 180 años y nadie había vuelto a acordarse de ellos tras haber sido relevados en dicha misión por Geroncio el 409 en beneficio de los “honoriacos” y sustituidos por Honorio el 418 por unos nuevos y flamantes “guardiatores” del Imperio: los visigodos de Wallia. De hecho, nadie les detectó cuando este monarca entró en Hispania por dicha vía en persecución de los suevos, vándalos y alanos, ni cuando lo hizo Teodorico I, ni cuando Rekhiario pasó sembrando muerte y destrucción a la ida y a la vuelta de Toulouse. Tampoco -en fin- estaban por allí cuando los reyes merovingios la utilizaron para acceder al valle del Ebro el 541, ni cuando Teudisclo masacró a las desdichadas comitivas que intentaban volver a casa atiborradas de botín.
Parapetados en sus lares montanos, los pastores euskaldunes no dieron, en efecto, señales de vida hasta el 588 porque nadie hasta ese momento les había provocado ni había puesto en peligro su ecosistema. Ese fue realmente el detonante que les puso en el sendero de la guerra. Pero no por culpa de los visogodos sino de los merovingios y no para exhibir ferocidad sino para sobrevivir.
Sobre la habitual propuesta «javierre» < *exa-berri" replica Orkeikelaur ahi arriba: …Nadie parece haberse preguntado por qué en el supuesto Alto Aragón vascófono solo hubo casas nuevas, no viejas, ni de arriba, ni de abajo…
No se si ha tomado en considración algunos nombres de casas: Chibarne, Chanretor, Chandomen, Chacona… («Casas y lugares de Anso», de J.J. Pujadas y Dolores Coma, 1994)
Sobre la habitual propuesta javierre < *exa-berri, replica Orkeikelaur ahi arriba: …Nadie parece haberse preguntado por qué en el supuesto Alto Aragón vascófono solo hubo casas nuevas, no viejas, ni de arriba, ni de abajo…
No se si ha tomado en consideración algunos nombres de casas de Anso: Chibarne, Chanretor, Chandomen, Chacona… («Casas y lugares de Anso», de J.J. Pujadas y Dolores Coma, 1994)
Es que Chanretor y Chandomén son clarísimos ejemplos de Chuan > Chan, reducción frecuentísima en nombres de casas del Alto Aragón (y Alta Ribagorça, como mínimo) cuando se une al apellido (u otro nombre, como Miguel en Chanmiguel, u otro determinante, como Retor). Otro ejemplo sería Chambonet de Vilaller, que da nombre a un bar. Chibarne sí que parece venir de Etxebarne, pero es claramente un apellido vasco, nada raro en Ansó, que está al lado de Roncal.
Por cierto, no soy el único que desconfía: recuerdo que Caro Baroja, creo que en «Sobre la toponimia del Pirineo aragonés», relacionaba los Javierre con latín scaber, idea que no me acaba de convencer, pero que prefiero a etxeberri. Por cierto, un artículo muy recomendable.
Chanretor, Chandomen…clarísimos ejemplos de Chuan (Juan) > Chan…en Alto Aragón…
Según eso, ¿la casa «Chanretor» sería casa «JuanRetor»? ¿»ChanMiguel» > JuanMiguel?
En Artzibar, bajando por Ibañeta – Orreaga, destaca un monte majestuoso sobre el valle que los del lugar» lo conocen «desde siempre» como JUANDETXAKO o JUANDECHACO.
Pero JUANDETXAKO no parece que haga referencia a ningún JUAN, parece que proviene de un JAUN DONE JAKUE (señor santiago) porque el monte destaca sobre un *antiguo camino Jacobeo…
Ilun-berri, Javerri, Javerrigaray…en la misma zona de Javier…(en documentos: Isciavier, Iscabier, Escaberri, Exavierre, Exivierre, Exabirri…)
Basajaun, pasando al Aragón occidental, se llama Basajarau, Bonjarau o Bosnerau. Con j, no con ch. Y palabras en aragonés con j se cuentan con la palma de la mano. Y cuando pasamos a Sobrarbe (ya fuera del área de influencia directa del reino de Pamplona) el personaje cambia algo y se llama Chuanralla o Juanralla.
Otra vez un Juan que es un señor.
Pero si los Javierres tuviesen un Jaun dentro, entiendo yo que se se esperaría haber encontrado algún registro de Jamierre o Jambierre. Y creo que no lo hay.
Creo que haces bien en desconfiar. Sin embargo, cualquier teoría tendría que explicar, por ejemplo, cómo el antiguo topónimo Exaver Pekera (o Pequera) ha llegado a nuestros días cómo Casa Nueva, junto a Casa Pequera, en Loarre/Lobarre.
Además, estos topónimos aparecen sólo en zona que fue Reino de Pamplona (como prácticamente la totalidad de topónimos aragoneses directamente explicables desde euskera)
Un resumen del topónimos Javierre en Aragón se puede encontrar aquí, páginas 11 a 13 https://revistas.iea.es/index.php/ALZ/article/download/2643/2637
La verdad es que no me creo que en fechas posteriores al 1091, que es cuando se documenta Exaver Pequera según Ubieto (Toponimia aragonesa medieval) aún se conociera el significado de ese topónimo, si realmente era vasco. Otro apunte: en el artículo que citas se menciona la aféresis de e- en Chabierre (salvo en Bielsa Ixabierre). Para aclarar las cosas: en catalán occidental y aragonés oriental -x- siempre va precedido de -i-, aunque esa -i-, que no se pronuncia en catalán oriental, ha pasado a la ortografía común fabriana. En catalán occidental y creo que en todo el aragonés, la x- inicial se pronuncia ch-, pero antiguamente se mantenía, eso sí, precedida de i- (o ei-), como en interior. Así, Eiximenis (Jiménez). Por eso Ixabierre, Xaverre, Chabierre remiten todos a un original xa-. Es decir, que la aféresis lo sería en todo caso de una vocal muy probablemente epentética, con lo cual no hay prueba de la e- de etxe. Es decir, lo único que tenemos con seguridad es xa-, sin vocal inicial, con fricativa en vez de africada, y con -a por -e, que es lo único que podría justificarse como cambio en composición. Además, ese artículo incluye en la lista formas como Jabarrella, Jabarrillo, Jabarraz, que rizando el rizo implicarían una forma vizcaína barri. Yo creo que es para desconfiar. Es cierto que Michelena aceptaba la ecuación Javierre/Etxeberri, pero también es cierto que su reseña al libro de Coromines ‘Estudis de toponímia catalana’ es sorprendentemente poco crítica, de hecho nada crítica, sino extremadamente elogiosa, quizá en cuestiones toponomásticas se fiaba en exceso de un Coromines cuyas propuestas en este campo están siendo cada vez más puestas en tela de juicio (salvo por su escuela, Terrado y otros). Y que conste que no niego que pueda haber toponimia vascoide en los Pirineos.
Muchas gracias por esta explicación, Orkeikelaur. Así se entiende mejor la duda. Está claro que falta rematar algo, como en otros muchos casos hablando del euskera.
Creo que Caro Baroja patinaba ahí dando más opciones a «scaber» que a «Etxaberri». No recuerdo si llegaba a justificar la aparición antigua de una vocal «e» anterior y luego el paso de la pronunciación latina de «-sc-» a «ex-» para que diese el moderno «Ixabierre». No tengo tiempo de buscarlo ahora.
Observar qué es lo describe el topónimo también me parece interesante.
En este sentido, Larrabasterra, me parece oportuno el ejemplo de los «etxeberria» que has puesto ahí arriba. Efectivamente, etxe-berriak eran las casas nuevas que se hacían generalmente en el exterior. Es decir, existían “las casas” (las casas paternas, las casas «madre») y existían las casas nuevas. Existían las villas y las villanuevas, hiriberri, villanovas. Eliza y elizaberri.
Las «jaberri – exaberri – javier» que yo conozco están también en el campo, extrarradio de las casas «madre»:
—Jaberri – Xaberri de Lónguida a bastantes millas monte arriba de la ruta principal.
—Javier está en el extrarradio “más arriba” de Sangüesa.
—Javierre, más arriba de Bielsa, que a su vez está camino de Monte Perdido y Ordesa
Diría que esa (posible) «etxe (e)txa» een Javerri-Javier-Javierre no es la domus-vivienda (principal, la vieja), podría ser la «nueva» con funciones de «casa de campo», la dehesa, el coto (ganadero, de caza…incluso de refugio y defensa en caso de ataque y rapiña a la casa principal).
A mí me sigue pareciendo la opción más creíble. Los Casanueva/Casanova, Villanueva/Vilanova, Etxeberri/Etxebarri, Iliberri/Uribarri/Hiriberri son los que han abundado siempre con mucha diferencia.
Volviendo al inicio del debate, es decir, a la antroponimia como indicador de desplazamiento de poblaciones y lenguas, es especialmente sugerente la toponimia de la Bizkaia navarra en el valle de Aibar, poblados y despoblados, pues nos deja algunos nombres que pueden ayudarnos en resolver problemas planteados: Arteta, Gardaláin, Getadar, Julio, Loya, Sabaiza, Usunbeltz, Eyzko,Usaregi, Ayesa y Ezprogi.
Especialmente interesantes son en mi opinión y relacionados con el tema que abordamos, Gardaláin y Getadar. Respecto al primero, nos retrotrae en mi opinión al mencionado aquí GardeLe, y el segundo, despoblado y convertido en refugio, Getadar se puede relacionar, por su sufijo con Ahoztar,y quién sabe si con algún equivalente en tierra aquitana.
No hay muchas vueltas que dar para captar científicamente lo sustancial de la realidad material, social y cultural que sobredominaba el Pirineo occidental inmediatamente antes de la detonación que dio al traste con la secular apacibilidad de sus gentes en la segunda mitad del siglo VI d. C. Y ello por igual en la vertiente continental que en la peninsular. Sus inquilinos eran mayoritariamente pastores trasterminantes, organizados en comunidades de valle, apacibles en lo fundamental por dedicación y tradición, eminentemente paganos, primordialmente euskaldunes y férreamente conectados entre sí por los pastizales de altura, cuyo aprovechamiento tenían que concertar para sobrevivir.
La fuentes literarias distinguen a los “wascones” de los “vascones”. Aquéllos, habitaban la Gallia entre la línea de cumbres y los cursos transversales del Adour y del Alto Garona, insertados en los valles diagonales que tajaban los ríos Nivelle, Nive, Gave d’Aspe, Gave d’Ossau, Gave de Pau, Adour, Baisse, Gers, Save y Garonne. Éstos habitaban Hispania a uno y otro lado de la divisoria que discriminaba aguas tanto hacia la costa atlántica -valle del Baztán, prioritariamente- como hacia el curso del Ebro: valles de Ultzama, Erro, Salazar y Ronkal, entre otros.
A mediados de la sexta centuria, los euskaldunes suscitaban intereses contradictorios. Eran atractivos para la Iglesia misionera del momento, que quería ganarles para su causa, al igual que para los francos y visigodos, que pretendían extender sus respectivos estados hasta la frontera que los romanos habían implementado en el espinazo pirenaico para separar Hispania de la Gallia.
Les despreciaban abiertamente, por contra, las élites circunvecinas por su arraigado enclavamiento en el medio montano, por sus arcaicas condiciones de vida -lengua, práctica económica, actitud religiosa y organización social- y por su incapacidad para evolucionar. Desconocían por completo sus habilidades para levantar cordones culturales frente a terceros para preservar su idiosincrasia, para dar salida a las plétoras demográficas mediante “euskaldunizaciones tempranas” por vía de trashumancia -como hicieron en la Cordillera Ibérica y en el Pirineo central- y para incorporar a sus formaciones vallejeras los hábitats castrales que debían protegerles contra el incremento de las tensiones político-militares e institucionales.
En todo caso, se trataba de gentes que no estaban dispuestas a abandonar su hogar si las condiciones de vida no se tornaban insoportables o las agresiones externas no superaban su capacidad de resistencia. En cuanto que pastores especializados, sabían perfectamente que aquellos no eran tiempos favorables ni para el nomadeo ni para la trashumancia, que la reconversión al agropecuarismo era siempre incierta y más en tierra extraña y que nada de ilusionante tenía la desesperanzada errancia de los “latrocinantes”.
He señalado ya en anteriores aproximaciones cómo el desarrollo demográfico del Bronce Final dio pie en las campiñas del valle del Ebro al incremento de la tensión bélica al atacar los sobrantes a los parientes opulentos que les desalojaban del beneficio social, circunstancia que exigió a éstos a auparse a los altozanos durante la Iª Edad del Hierro para defenderse de la agresión. El resultado fue la universalización del hábitat castral en los espacios abiertos y, con él, el cambio del modo de producción y del régimen de propiedad.
Como era de esperar, la tensión prendió también en los ambientes megalíticos de dedicación silvopastoril y la reacción de los montañeses consistió el asumir el régimen castral como hábitat habitual, pero no antes de la IIª Edad del Hierro y no solo por razones demográficas. El factor causativo primordial fue, más bien, la necesidad que sintió cada comunidad de valle de proteger mejor a las personas y a los animales de la creciente presión que ejercían las agrupaciones circunvecinas sobre el espacio y los medios de supervivencia tanto en la línea de cumbres como en las divisorias de aguas y en los espacios abiertos de los fondos de valle. Al integrar el régimen castral, la organización genuinamente pastoril se vio reforzada con una modalidad de autoprotección evolucionada y eficaz, que le confirió un plus de consistencia.
De ahí que cuando estalló la tormenta político-militar e institucional promovida por los francos continentales que hizo tambalear las bases de sustentación del mundo pastoril, los nativos montanos se encontraran suficientemente pertrechados para no dudar en responder con campañas de depredación al acoso de sus agresores. Por primera vez en la historia reciente del Pirineo occidental entró en acción una formación militar constituida por “saltuarii” genuinos, por pastores propiamente dichos, versión que estaba a años luz en capacidad de combate del endeble sucedáneo paramilitar ya desaparecido que, bajo el apelativo de “rusticani”, había promovido Roma dos siglos antes para controlar la circulación por los corredores viarios.
Para cumplir sus cometidos, las comunidades pastoriles se organizaron en mesnadas militares dotadas de gran movilidad y versatilidad, iniciando aquella conflictiva secuencia bélica que depararía la aparición de auténticos “señores de la guerra”, una parte minoritaria de los cuales, acosada por Reccaredo, se vio forzada a emigrar muy pronto hacia la depresión vasca, en tanto que la fracción mayoritaria consiguió resistir mal que bien parapetada en el corazón de la barrera pirenaica las potentes campañas capitaneadas por Gundemaro y Suinthila para terminar sentando las bases constitutivas del inminente Reino de Pamplona.
Durante el Reino visigodo de Tolosa se evidenció el conflicto permanente entre visigodos y aquitanos. Las élites aquitanas, con el clero a la cabeza hostil al arrianismo visigodo, resultarán claves en la expulsión de los visigodos de Aquitania sustituidos por los francos con quienes forman alianza, a la que habría que sumar la establecida proverbialmente con el Imperio bizantino. Hacia poco que los bizantinos habían ayudado a los francos en las sucesivas derrotas de los visigodos a manos francas en los territorios más al norte de la Galia, y habían sellado la alianza con los francos nombrándoles oficialmente herederos del Imperio de occidente. La alianza se cernía también sobre las conquistas bizantinas en la Península Itálica de las posesiones ostrogodas, a quienes habían capturado su capital Rávena un año antes de la incursión franca a Zaragoza.
Los francos tuvieron problemas en la retirada de la incursión a Zaragoza al llegar a los pasos pirenaicos. Según la interpretación de Venancio Fortunato por Barbero y Vigil, hubo enfrentamiento entre francos y vascones al intentar los monarcas merovingios forzar los pasos pirenaicos navarros, sin éxito. Si así fuera, esto querría decir que antes de mediados del sigo VI los vascones ya estaban organizados militarmente para destruir a la retaguardia franca como años después volvería a demostrar en Roncesvalles.
En el momento de la incursión la situación de los visigodos en Hispania era inestable y débil. De hecho, los ostrogodos dirigen las acciones para el control discutido y parcial de Hispania, mientras los visigodos se desangran en crisis de sucesión permanente tras las sucesivas derrotas en la Galia a manos de los francos. Es probable que la incursión a Zaragoza fuera promovida por Justiniano, que había sellado años antes una alianza con los reyes merovingios, y conocía de primera mano la debilidad visigoda, lo que querría aprovechar para su plan de anexionar Hispania de nuevo al Imperio. No es descartable que vascones y visigodos pudieran ser aliados puntuales en esta incursión franca. En ese momento, las fuerzas visigodas no podrían ser el enemigo que años después fueran para la supervivencia neovascona, a partir de Leovigildo; por el contrario, los francos sí que suponían una fuerte amenaza para la supervivencia de la nueva Vasconia, sobre todo en la vertiente septentrional pirenaica.
De hecho, Teuidis, quien se erige como líder de la situación, viene a ser un ostrogodo que consigue la corona visigoda en Hispania, lo que muestra la crisis sucesoria, política y militar de los visigodos en el momento de la incursión franca a Zaragoza, hasta que Leovigildo impone el nuevo rumbo del Reino visigodo Toledo. No es de extrañar, y es lo más lógico, que los visigodos en situación precaria se sirvieran circunstancialmente de la ayuda de los vascones cuando hablamos de los pasos pirenaicos. Lógicamente los vascones recibirían a cambio de algo valioso en aquel momento de autoafirmación euskaldún, y que, efectivamente, germinaría en el naciente Reino de Pamplona hasta culminar en uno de sus herederos, el Reino de Castilla, y la transmisión euskaldún en el origen vehicular del castellano como expresión de su expansión.
Justiniano, disponiendo de las tropas liberadas tras la conquista de Rávena, y habiendo comprobado la debilidad visigoda en el paseo militar franco de la incursión a Zaragoza, se apodera de Cartago Nova, desembarca también en Málaga penetrando desde distintos puntos, tomando posesiones en Baza, y aliándose con los hispanorromanos de la capital Córdoba, siempre hostil a los visigodos, y conquista Sevilla. Atanagildo finalmente firma la paz reconociendo a favor de Bizancio un territorio que va desde el río Guadalete hasta Denia, con lo que se constituye la provincia imperial bizantina de Spania, permaneciendo hasta la regencia de Suintila ya en el siglo VII. Atanagildo establece relaciones de paz con los francos casando a sus hijas con reyes merovingios, y en el 567 traslada la corte visigoda de Barcelona a Toledo para protegerse mejor del avance bizantino. No parece que sea casual la incursión franca, y la probable participación vascona en la retirada de los pasos pirenaicos, sino que ésta obedecería a los planes de Justiniano de apoderarse de Hispania, momento en que los vascones habrían de tener desde entones en adelante un papel autónomo, colaborando con unos y otros en función de sus propios intereses como fue quedando patente en las fuentes hasta la constitución del Reino de Pamplona con el que se inicia la imparable expansión de la influencia vascónica en la Península.
Del conjunto de datos arqueológicos de Aldaieta, Buzaga y cía, que contienen la extraordinaria abundancia de armamento del 41% en los enterramientos, sin parangón en territorio peninsular, así como de tipología aquitana norpirenaica, se puede deducir que en el territorio del País Vasco, al menos desde mediados del siglo VI, se entierran élites y población de ascendencia guerrera con vínculos socioculturales aquitanos norpirenaicos, de estatus jerarquizados, poseedores de objetos de prestigio con acceso a bienes de alto valor, la mayoría de hierro de fábrica local.
Por otra parte, las fuentes testimonian que los aquitanos desde el principio, durante los siglos VI y VII, mantenían poder autónomo de los reyes merovingios. Las élites aquitanas utilizaban a los destacados guerreros vascones como principal fuerza de choque en defensa sus intereses. Vascones que combaten a francos y visigodos en ambas vertientes pirenaicas, nunca son dominados, y que se alían con rebeldes francos o visigodos según las circunstancias del momento; incluso son capaces de penetrar y depredar territorios estables de los poderes centrales francos y visigodos, y mantener unos límites fronterizos variables y efectivos a caballo de ambos.
La Vasconia peninsular que emerge en el siglo VI no nace solo de la llegada de francos o de la resistencia vascona, sino de una interacción compleja entre los rusticani militarizados, las élites aquitanas/francas (como Bladastes) y las circunstancias geopolíticas de la época (como la incursión franca de 541 o el colapso visigodo en la región).
La arqueología (Aldaieta) y las fuentes (Gregorio de Tours, Fredegario) reflejan procesos superpuestos:
Continuidad de estructuras locales tardo-romanas (rusticani).
Reconfiguración política con influencia franca (Francio/Bladastes).
Formación de una Vasconia étnica, lingüística y militarmente cohesionada, que se proyectará hasta los siglos posteriores.
En el marco del proceso de etnogénesis que desembocaría en la nueva Vasconia altomedieval.
La revuelta de Gundovaldo (584-585) fue respaldada por el duque Bladastes, figura militar que ejercía autoridad en Aquitania y Vasconia, al norte y posiblemente al sur de los Pirineos. Gundovaldo mantenía además vínculos con el Imperio bizantino, lo que refuerza la percepción de un conflicto geopolítico amplio en el suroeste de la Galia y el norte de Hispania. La rebelión de Gundovaldo se enmarca en un momento de inestabilidad política en la Galia merovingia, donde ciertas regiones del sur, especialmente Aquitania, mantenían una identidad local fuerte, muchas veces distinta de la del poder franco central. Entre los apoyos de Gundovaldo se encontraba parte de la aristocracia local, como el duque Bladastes, con intereses en mantener cierta autonomía frente a la centralización de poder en los reinos francos.
Las fuentes, como Gregorio de Tours, presentan a Bladastes como dux Wasconiae, título que sugiere control o influencia sobre territorios vascones. Es plausible que este control incluyera zonas del actual País Vasco y noroeste de Navarra, donde destacaba la ausencia visigoda. El cronista Fredegario menciona a un personaje llamado Francio, duque de Cantabria, que pagaba tributos a los francos. Es posible que Bladastes y Francio fueran la misma persona, o que se trate de un caso de sucesión o duplicidad nominal en fuentes divergentes, lo que refuerza la idea de una presencia francoaquitana en el norte peninsular anterior a la revuelta de Gundovaldo.
Las fuertes tradiciones galorromanas de Aquitania jugaban a favor de Gundovaldo quien representaba la idea del Imperio y sus lejanas bondades. Logra reunir apoyo en el sur de la Galia, particularmente en Aquitania, y el respaldo de varias ciudades (Toulouse, Auch, Agen, Périgueux, Avignon, entre otras) donde es proclamado rey con el apoyo de parte de la nobleza local y algunos sectores del clero.
Aunque el Imperio bizantino no intervino directamente en la revuelta de Gundovaldo, aún mantenía enclaves en la península ibérica (la provincia de Spania) y tenía ciertos vínculos con facciones dentro del reino franco.
La revuelta de Gundovaldo fue mucho más que un episodio dinástico. Se trató de un conflicto con fuertes connotaciones geopolíticas, donde se entrecruzaban la política bizantina, las aspiraciones de las élites galorromanas aquitanas, el poder franco y la resistente emergencia de la nueva Vasconia. Su paso por Bizancio y el apoyo que recibió en Aquitania refuerzan la idea de un suroeste galo y transpirenaico muy conectado con realidades culturales, militares y lingüísticas que trascendían las fronteras políticas tradicionales.
Gregorio de Tours menciona a Bladastes como duque de Vasconia ya en 581, durante la expedición militar contra los vascones que resultó desastrosa. Pero para ocupar ese cargo y tener capacidad de movilización militar, debió haber sido designado previamente, posiblemente por el rey merovingio Guntramo, al menos en los años 570 o incluso finales de 560. Esto abre una ventana temporal coherente con la aparición de los cementerios: Bladastes, o sus predecesores en el cargo ducal, pudo haber estado gobernando la región pirenaica y zonas del sur desde mediados del siglo VI. Si Bladastes tenía jurisdicción sobre Vasconia transpirenaica, es perfectamente plausible que también gobernara o influyera en este espacio cantábrico del sur, al que Fredegario se refiere desde la óptica franca. Así, Bladastes podría haber sido el duque de Cantabria (Francio) ya en los años 570–580, antes de la revuelta de Gundovaldo.
La ocupación franco-aquitana del sur pirenaico parece haber comenzado al menos dos décadas antes de la revuelta de Gundovaldo, y el conjunto arqueológico de Aldaieta y similares sería una expresión material de este proceso temprano. Bladastes pudo haber sido nombrado duque de Vasconia y Cantabria por Guntramo en ese contexto, y posteriormente se sumó a la causa de Gundovaldo como parte de una red política regional en rebeldía.
Cuando los francos retoman el interés por el control de las rutas del área (a partir de la incursión de 541 y más claramente en los años 570–580), probablemente se apoyan en estructuras previas, ahora reconfiguradas como élites locales vasconas o aquitanas, ya identificadas por cronistas como Cantabria. Por tanto, personajes como Francio (quizá Bladastes) no habrían creado un dominio desde cero, sino reaprovechado redes logísticas, lingüísticas y políticas preexistentes, ancladas en estos rusticani herederos de Roma. Bladastes, duque de Vasconia en 581, aparece como figura franca que intentó someter a los vascones, pero fue derrotado. Esto sugiere que los rusticani-vascones ya habían pasado a ser una fuerza cohesionada y hostil al poder franco. Años más tarde, en la revuelta de Gundovaldo (584–585), Bladastes actúa como apoyo regional de un pretendiente al trono merovingio, quizá ya gobernando desde la Cantabria de Fredegario. Si Bladastes es el Francio citado por Fredegario, gobernaba una zona de frontera activa, donde los rusticani-vascones resistían el poder visigodo y al mismo tiempo interactuaban con las élites aquitanas.
A la fracasada revuelta de Gundovaldo le sucede la creciente presión militar y fiscal de los merovingios, es muy probable que grupos aquitanos disidentes o desplazados se refugiaran al sur de los Pirineos, especialmente en las regiones menos controladas por el poder franco y visigodo, el noroeste de Navarra y el País Vasco.
Gundovaldo fue proclamado rey en Toulouse, pero su revuelta fue aplastada por el rey Guntramo. Acorralado en Comminges, fue finalmente asesinado por traición tras un breve asedio. ¿Por qué elegiría como su último y más seguro refugio la pompeyana Lugdunum Convenarum?, ¿cuál sería el destino de quienes le habían apoyado hasta el último suspiro aquitano convenae que viera nacer al predecesor del euskera?.
Éstos pudiran ser algunos de los acontecimientos, hechos y razones más del porqué de la historia demográfica singular de la población de Euskadi a la que hacía referencia Antonio, el conferenciante amigo de Orkeikelaur.
Lugdunum Convenarum, fundada como colonia romana en época de Pompeyo para los Convenae, tenía un fuerte valor político y simbólico. Corazón del poder aquitano del sur,
Comminges era una de las zonas más romanizadas y al mismo tiempo más autónomas del sur de Aquitania. Conectada con Toulouse, Narbona y los pasos pirenaicos, representaba una retaguardia de resistencia natural para las élites aquitanas. Centro de lealtades locales, elegir Comminges no fue un acto desesperado, sino una apuesta por la fidelidad de las élites aquitanas que aún creían en la legitimidad de Gundovaldo como rey legítimo, hijo supuestamente bastardo de Clotario I, pero visto por muchos como heredero del orden antiguo. Territorio de cultura híbrida, el carácter vasco-aquitano de la región estaba profundamente arraigado. El occitano antiguo y el euskera compartieron base en esa franja, y la identidad local no se plegaba fácilmente al centralismo franco de Guntramo.
Los que resistieron junto a Gundovaldo en Comminges eran algo más que rebeldes, los últimos defensores de una Aquitania merovingia autónoma, de tradición galo-romana y aquitana, enemiga del centralismo de los reyes de Neustria o Borgoña. Muchos serían ejecutados, exiliados o forzados a integrarse bajo la administración franca. Pero otros, especialmente entre las capas inferiores o fronterizas, pudieron desplazarse hacia el sur, cruzando los Pirineos por los pasos de los rusticani, llevando consigo su lengua, cultura y memoria. Núcleo de la futura Vasconia peninsular, es posible que algunos de estos aquitanos exiliados se asentaran en la zona del Alto Ebro, Álava, Navarra y el norte de Burgos, donde el euskera empezó a dejar huella más clara en el siglo VI. Allí, en tierra de rusticani, la cultura vasco-aquitana encontró terreno fértil, lejos del control franco. La memoria de una Aquitania vencida pero no olvidada, tras la caída de Gundovaldo no extinguió el sueño aquitano. De hecho, las posteriores revueltas vasconas contra los francos, la resistencia en Vasconia y el surgimiento de entidades como el ducado de Vasconia en el siglo VII pueden verse como ecos de aquella lucha fallida, pero simbólicamente poderosa.
Lugdunum Convenarum no fue solo el lugar donde murió Gundovaldo, sino el umbral entre dos mundos, el de una Aquitania culta, romanizada y con identidad propia, y el de una nueva Vasconia insurgente, con raíces en los rusticani, que a través del conflicto, el exilio y la persistencia, alumbró el predecesor del euskera.
BIBLIOGRAFÍA
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2 textos bastante densos en 3-4 minutos
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Una pregunta a los entendidos: ¿Es razonable pensar que SOFUENTES, de las Cinco Villas de Aragón, sea una «traducción» literal romance del topónimo BITURIS (ciudad vascona de Ptolomeo), BETURRI (de Ravenate)?
Sofuentes es hoy un municipio (pedanía, concejo) del Ayuntamiento de Sos del Rey Católico y, visitando su ubicación, efectivamente cuenta con buenos manantiales (iturri?) y está efectivamente a los pies de la sierra. Pero hay tantos con estas mismas características…
¿Será coincidencia casual: SO+FUENTES y BE+(i)TURRIs?
Leo que de su yacimiento de Cabezo Ladrero procede interesante material arqueológico y hermosas inscripciones romanas, varias, una de ellas dice: BUCCO EU/SADANSIS F(ilius)/ ARSITANUS/ H(ic) S(itus)) E(st)
(Arsitanus, oye; suena a Arsaos)
Pero la verdad es que BITOURIS – BETURRI se sigue ubicando en BIDAURRETA (entre Etxauri y Puentelarreina) por «semejanza toponímica».
¿Cómo lo veis, si lo veis? 😉
Y no se si puede tener relación alguna con los «BITURIGES», pueblo galo que Tito Livio ubica en Aquitania; summa imperii penes Buturiges , leo en wikipedia.
El Ptol. Bitourís vascón es la última estación toponímica del desplazamiento de los Bitúriges Cubi, con capital en Bourges (de donde era Sylvain Pouvreau, < Bitú-riges, así acentuado, frente a Berry < Bituríges, acentuado como el topónimo vascón), que con las expansiones galas de los siglos IV-III a.C. se desplazaron hacia el suroeste, donde aparecen en Plinio como Bituriges Vivisci (en Burdeos), y al parecer hasta Navarra, donde dejan Bitourís (con gr. ou por u), cuya acento en Ptolomeo apunta a Bitu-rí(ge)s.
Bitú-riges / Bitu-ríges significa…, “los reyes del mundo”. ¡Como Leonardo di Caprio!
Trifiniumeko irakurleok…, tenga una racha de asuntos de diversa índole que se me han amontonado y no he podido ni podré estos días dar una explicación extensa a los dos mapas de la entrada. Pero Joseba Abaitua me ha dicho que mantendrá esta entrada todavía un tiempo más, de manera que la semana que viene lo haré.
Aste Santurako irakurgai gomendatuak…, Ebangelioak, Leizarragaren edo Haranederren itzulpenetan.
Eta honako bideook….
https://www.youtube.com/watch?v=E6Psu5X2X1w
https://www.youtube.com/watch?v=bQmMFQzrEsc