Portada de la iglesia San Martín de Igoroin a finales del siglo XIX
Los hagiotopónimos, o nombres de lugar formados a partir de advocaciones religiosas, representan una nada desdeñable proporción de la toponimia europea. Algunos de estos nombres no son totalmente transparentes: Santibañez (Sant Jhoannes), Tórica (Santa Engracia), Santurce, Sandijurgi, Juandenurgi (San Jorge), Santorta, San Tys, o San Tutir (San Tirso), Donakuilar (Done Jakue larra), Durruma, Juandeurruma (Done Errumane, San Román), por lo que a veces se convierten en un reto de interpretación para los filólogos.
Los historiadores, sobre todo aquellos que estudian la reorganización del territorio altomedieval (siglos V-XI), también se interesan por las advocaciones de ermitas y otros centros religiosos (iglesias, monasterios, etc.), porque ayudan a acotar la cronología de fundación de parroquias, aldeas u otros núcleos de población.
Esta entrada de Trifinium indaga sobre la cronología de dos significativos hagiotopónimos del Real Valle de Laminoria en la Montaña Alavesa: Santa Pía y Santo Toribio. Santa Pía fue una abadía que desempeñó un destacado papel desde 1085 hasta su abandono en 1785, año en el que la Real Cámara de Castilla decidió suprimirla y ceder sus primicias a las seis parroquias del valle de Laminaria, así como a la de Bujanda. La ermita de Santo Toribio sigue en pie.
He mantenido conversaciones con colegas sobre la noticia que reseñamos más abajo y parecen confirmarse las dudas sobre la representatividad de las muestras analizadas, tanto de los individuos calcolíticos de la cueva del Portalón, como de su cotejo con los datos genéticos de la ‘actual población vasca’.
Günther et al (2015). Ancient genomes link early farmers from Atapuerca in Spain to modern-day Basques (PNAS)
Equiparar territorios, genes y lenguas es un desafortunado error que suele estar inducido por la forma en que se divulgan algunas investigaciones (como por ejemplo las que vamos a comentar más abajo del grupo BIOMICs de la UPV/EHU, en particular Cardoso y otros 2011, sobre el ADN prehistórico de Santimamiñe, y Cardoso y otros 2013, sobre el supuesto sustrato genético preneolítico de los «vascos«). Cada vez es más frecuente recurrir a análisis filogenéticos para explicar la expansión antigua de determinados grupos étnicos o familias lingüísticas (eg. la expansión de las lenguas indoeuropeas), así como para fundamentar otras cuestiones de singularidad étnica o lingüística, como pueda ser el ampliamente proclamado origen preneolítico del euskera.
Queremos dejar claro, en primer lugar, que absolutamente todas las lenguas actuales poseen un correspondiente predecesor preneolítico, esto es, mesolítico, y son, por así decirlo, igualmente «antiguas» (salvo que sean criollas o pidgin). En segundo lugar, deseamos destacar que algunos paralelismos observados entre expansión territorial, genética y lingüística de ninguna manera permiten concluir que los territorios, ni mucho menos las lenguas, puedan identificarse con determinados linajes genéticos. Las poblaciones migran y se entremezclan a lo largo de los siglos, al igual que las lenguas se expanden o contraen, evolucionan, hibridan o fosilizan. Todos los humanos compartimos el mismo gen que supuestamente nos capacita para el lenguaje, FoxP2, aunque absolutamente ningún rasgo genético nos predispone hacia una u otra lengua. La genética de poblaciones no lleva a este extremo de causalidad la relación entre genes y lenguas, pero lamentablemente algunas publicaciones (como la mencionada de Cardoso y otros 2013) sí propician asociaciones «metonímicas» arriesgadas, como vamos a ver.
Hacemos estas aclaraciones al hilo de un comentario anónimo publicado en Trifinium hace unas semanas (Loiola, 10 de marzo de 2015) que justamente pone en correspondencia el territorio vizcaíno de Urdaiba con el ADN prehistórico de una mandíbula hallada en la cueva de Santimamiñe y la lengua vasca. Aportamos la traducción del comentario (revisada por el autor, salvo la negrita, que es nuestra):
El abuelo deAhoztar, nieto de Hotar (por continuar con la analogía inspirada en el documental de Alberto Santana),llegó a Vizcaya desde el Alto Garona por la Vía Tolosana. Esta ruta, luego convertida en Camino de Santiago, era una de las habituales para acceder desde el continente europeo a la península ibérica. Claro que antes de afincarse definitivamente en el Duranguesado, Ahoztar pasó un tiempo en Auch, Orthez, Roncesvalles, Pamplona y Alegría-Dulantzi, todos ellos importantes hitos de la Vía Aquitana.
Map of the world heritage sites of the Way of St. James in France. German localization (WikiMedia Commons)
Estamos analizando el desarrollo teórico de Joseba Lakarra para explicar la dialectología diacrónica vasca y en el apartado 3, ‘La fragmentación de las lenguas antiguas’ de Lakarra (2014:166-181), nos hallamos ante axiomas que consideramos discutibles:
¿Hablaba Secundiano de Arratia un derivado occidental depreprotovasco? En caso de que lo hiciera, ¿podría un hablante de Arratia haberse entendido con otro del Alto Garona en sus respectivos dialectos protovascos del siglo III? En esta entrada vamos a explorar esta posibilidad, al hilo del artículo Lakarra (2014) ‘Reflexiones en torno a la dialectología diacrónica del euskera’. Nuestra conclusión será negativa: Ambas variantes llevarían desconectadas un mínimo de diez siglos y con seguridad serían ininteligibles entre sí. Si de algo podemos estar seguros es de que la lengua vehicular de los pobladores del Cantábrico oriental y del sur de Aquitania en los siglos finales del Imperio no pudo ser otra que el latín. La fragmentación y expansión del euskera a partir del siglo VI requiere como vamos a ver una explicación alternativa a la de la koiné de dialectos protovascos.