Diapositivas de la charla dada en Santa Cruz de Campezo el sábado 08.12.2018 [diapos] y de la clase del lunes 10.12.2018 [diapos], con el título ‘El origen y la distribución de los dialectos vascos’

Salvador Velilla Córdoba
(noviembre, 2018)
Reflexiones ante la decisión del Instituto Geográfico Nacional de denominar oficialmente ‘sierra de Toloño’ a toda la cadena montañosa
No tenía intención de intervenir, incluso tras conocer la decisión oficial de extender el nombre “sierra de Toloño” a toda la cadena, desde las Conchas de Haro hasta la Peña de Lapoblación. Pero como quien calla otorga, no voy a callar y trataré de seguir paso a paso la secuencia de hechos que han conducido a este desenlace, y procurando, aunque sea tarea difícil, ser breve. Conste que no hubiera dado un paso si las conversaciones con gentes de Rioja Alavesa y de la Montaña, los acuerdos de Ayuntamientos y Asociaciones Culturales, así como de la Cuadrilla de Laguardia-Rioja Alavesa no hubieran apoyado desde el primer momento que la sierra que está al sur de Álava se ha conocido y se conoce con los nombres de sierra de Toloño, sierra de Cantabria y sierra de Codés, siendo el más usado y popular el de sierra de Cantabria para toda ella.
En los años setenta-noventa nadie cuestionaba la denominación de la cadena montañosa situada al sur de Álava:
«el azar no puede explicar de ninguna manera la equivalencia perfecta entre los morfemas reconstruídos o documentados del (proto)euskara y los morfemas documentados en numerosísimas unidades toponímicas libres, derivadas y compuestas del paleosardo» (Blasco Ferrer 2013:50).
Seguramente fue un sincero y legítimo sentimiento de desatención lo que movió al entonces cura de Bernedo, José Antonio González Salazar, a sacar una nota en el órgano de la Academia de la Lengua Vasca Euskaltzaindia reivindicando para el nombre Toloño una mayor consideración. Partía el sacerdote y etnógrafo de la constatación de la preponderancia que tenía desde la cartografía antigua la denominación sierra de Cantabria frente a la de Toloño, que él creía más legítima. Habla en todo momento de impresiones y pareceres y seguramente ni de lejos sospechaba que toda la maquinaria académica se pondría en marcha hasta pretender desterrar la denominación cultista pero popular, antigua pero no primigenia (“creada tardíamente ex novo”) de la sentenciada sierra de Cantabria. Informes posteriores de la comisión de Onomástica de Euskaltzaindia dieron el rango de dictamen a aquella primera nota y se sucedieron otros que instaban a las autoridades al cambio en la denominación oficial de la sierra. Han pasado casi tres décadas de un empeño absurdo de desterrar por ilegítima, cultista, libresca, exógena y no sabemos cuántos pecados más a una denominación antigua y muy arraigada en el uso actual de alaveses y riojanos, especialmente los más cercanos a la sierra. Es llamativo que sea la Academia de la Lengua Vasca, en nombre de la tradición popular, la que abandere esta “reconquista” de un nombre que ellos mismos en sus informes reconocen “no vasco”, los mismos que acaban de rebautizar al San Mamés bilbaíno con un Santimami sacado no se sabe de dónde o que retiraron a regañadientes el fantasma Biasteri como denominación de Laguardia solo cuando se oyeron voces de juzgado. Ahora dicen que fue un error de comunicación. No haría mal la Academia si dedicara sus mejores saberes y energías a la publicación de una gramática del euskara que tanto años llevamos esperando, labor a la que específicamente se dedican, junto al diccionario, las academias de la lengua, y no a promover controversias totalmente ajenas a su quehacer. Ha pretendido sentenciar y zanjar, con la promoción y edición de un libro para el que no ha escatimado medios y con atribuciones que no le corresponden, una polémica que ellos mismos han encendido. Pero la realidad y la historia son muy tozudas y el pueblo muy amante de sus usos y costumbres.
Ander Ros y Joseba Abaitua
Artículo publicado en El Correo (18 de octubre de 2016) que reproducimos en Trifinium para ser fieles a la palabra dada a Ricardo Gómez @Filoblogia (ver tuit). Trata de responder a la carta enviada a Naiz (5 de octubre de 2016) por Aitzol Altuna, Juan Martín Elexpuru, Mikel Sorauren, Koldo Urrutia, Leopoldo Zugaza, Jose Luis Lizundia Askondo, Patxi Zabaleta, Jose Luis Orella Unzue, Iñaki Sagredo, Gontzal Mendibil, Joan Mari Irigoien, Jose Mari Esparza, Eneko del Castillo, Pako Aristi, Gotzon Barandiaran, Eñaut Etxamendi, Patxi Azparren, Juan Antonio Urbeltz, Jabier Goitia, Antton Jauregizuria, Nerea Rementeria, Ander Iturriotz, Mikel Urkola, Jon Nikolas, Fernando Sanchez Aranaz, Patxi Alaña, Iñaki Mendizabal Elordi, Joxe Austin Arrieta Ugartetxea, Jon Gorriño, Juan Madariaga Orbea y Jerardo Elortza.
Todavía muchos vascólogos, algunos de ellos discípulos de Koldo Mitxelena, recurren a dos mitos historiográficos cuya base científica ha prescrito: son los mitos del saltus vasconum y el trifinium. Su arraigo en la historiografía es tan hondo que la identidad de los vascos como país y pueblo parece depender casi exclusivamente de ellos. Es urgente que este paradigma cultural se revise.
El mito del saltus vasconum sirve para explicar la supervivencia del euskera frente a las sucesivas oleadas de pueblos colonizadores, celtas, romanos, visigodos, árabes, francos, o castellanos. Los bosques (o ‘saltus’) de la cornisa cantábrica habrían servido de refugio a las poblaciones indígenas, que así pudieron mantener sus esencias inalteradas frente al asedio aculturizador de los invasores. La vertiente umbría del país contrastaría con la cerealística y menos agreste vertiente mediterránea, ager vasconum, representada sobre todo por las cuencas de Pamplona y Llanada alavesa, en las que los invasores habrían dejado múltiples huellas.